El coronavirus que golpea en el Sahel: “El distanciamiento y el lavado de manos son imposibles aquí”

Imagen tomada en 2019 de la zona rural de Dessa, en la región de Tillabéry (Níger), donde MSF atendió a más de 1.280 personas desplazadas, víctimas de la doble violencia: conflictos comunitarios por un lado y la amenaza de grupos armados considerados yihadistas por el otro

Iván Alejandro Hernández

Las Palmas de Gran Canaria —

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Distanciamiento físico y lavado de manos con jabón. Son dos medidas esenciales de prevención de la COVID-19 que se recomiendan en todo el planeta para reducir riesgos de contagio. Pero no todas las regiones se lo pueden permitir. Médicos Sin Fronteras (MSF), que trabaja con diferentes programas en zonas del Sahel, ha podido comprobar que estas dos medidas son imposibles de implementar en la gran mayoría de los escenarios en los que se desarrolla su labor y que están delimitados por el desierto del Sáhara, al norte, y por la sabana sudanesa, al sur.

La coordinadora de las operaciones de la ONG en el Sahel, Mari Carmen Viñoles, explica que MSF tiene proyectos que dan apoyo a centros de salud en lugares donde se precisa de más personal, sobre todo en programas contra la malaria o la tuberculosis, aunque también colaboran en cirugía o maternidad. De forma complementaria, cuenta con un área de respuestas a epidemias o emergencias con el que desplazan a equipos para identificar las necesidades y dar una respuesta en zonas a las que el sistema sanitario del país no llega.

La escasez de agua hace que en esas regiones sea muy complicado que todas las personas puedan lavarse las manos y desinfectarse; por otro lado, también hay determinadas condiciones que impiden el aislamiento. “Muchos asintomáticos salen de los hospitales, vuelven a sus casas en los grandes barrios del extrarradio o en campos de refugiados y de desplazados y allí hay espacios en los que viven ocho o diez personas, pero que deberían estar ocupados por cuatro. El distanciamiento físico no existe”, relata Viñoles.

En esta región hay aproximadamente 2,5 millones de desplazados internos, en su mayoría debido a la violencia que asola Burkina Fasso, Malí y Níger con grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda y Estado Islámico. Por ahora Viñoles considera que esos territorios han tenido “suerte” de que el coronavirus no se haya comportado como en Europa o en América, pero si llegasen a producirse contagios masivos se desencadenaría “la tormenta perfecta”. En los últimos tres años los conflictos en esos tres países se han intensificado y se han expandido: “No tienen ningún viso de mejorar a corto plazo”, añade.

En Malí, el país que más ha sufrido a los grupos yihadistas, la situación “se ha complejizado aún más” con conflictos interétnicos y en las últimas semanas “hay movilizaciones de la sociedad civil en Bamako; hay una tensión política enorme no vivida desde 2011 y 2012, con demandas para que el presidente dimita. Se ha respondido con violencia y hay muertos y heridos. Nadie sabe muy bien cómo se saldrá”, afirma la coordinadora de las operaciones de la ONG en el Sahel.

A esto se suma la inseguridad alimentaria que se produce durante los meses de julio y agosto, cuando finaliza la última cosecha, recrudecida este año porque los ciclos agrarios se han visto alterados y las medidas tomadas para frenar la propagación de la COVID-19, como el cierre de fronteras, han afectado a los pastores y ganaderos nómadas, pero también a los cultivos al escasear las vías en las que poder vender sus productos, ya que también se decretó la clausura de mercados. 

Viñoles recuerda que al inicio de la pandemia en la zona hubo una gran carencia de equipos de protección para los sanitarios, pero en estos momentos existe “un equilibrio entre oferta y demanda”, aunque destaca que en estos territorios no es fácil el uso de la mascarillas en turnos de 8 o 12 horas porque las temperaturas pueden llegar a alcanzar “45 y 50 grados”.

En la actualidad, la responsable de MSF en el Sahel valora positivamente que los gobiernos de la zona afrontaran con seriedad la pandemia de la COVID, pero “ya se mandan mensajes de superación de la enfermedad y la epidemia no ha pasado, no ha habido rebrotes porque hay un conteo continuado”, por lo que pide seguir en alerta, ya que no existe una foto clara de cuál es la situación porque los test son muy limitados. “Por ejemplo, en Níger, un país de 22 millones de habitantes, se han hecho menos de 8.000 test. Esto permite sacar pocas conclusiones de la evolución de la epidemia”, destaca.

Además, señala que para MSF es muy importante que el sistema de salud no solo se focalice en la pandemia de coronavirus, porque dejar de dar prioridad a otros programas (como vacunación para niños) “es una bomba de relojería”, ya que podría darse “una epidemia de meningitis o de sarampión en 2021, lo cual puede tener consecuencias catastróficas”.

Viñoles también enfatiza que MSF hace un llamamiento a los gobiernos, a la Organización Mundial de la Salud y a la industria farmacéutica para que el acceso a un posible tratamiento de COVID-19 sea accesible para la población. “No se puede pretender que los beneficios sean la prioridad, se debe dar una respuesta de salvar vidas porque todos estamos en juego y no hay fronteras en una pandemia. Mientras la población vulnerable de otros países no esté protegida, no se acabará”.

“Es por supervivencia”

La situación que se vive en la región del Sahel no solo provoca numerosos desplazamientos internos, también, según MSF, hay quienes deciden llegar a otro país de Europa “y son muy pocos los que no lo hacen por un motivo de supervivencia”.

Ya sea con la ruta migratoria del Atlántico, la del Mediterráneo Occidental o Central, la motivación principal que lleva a las personas a cruzar esas fronteras “con las condiciones de inseguridad que existen” es para “poder mandar dinero para que sus hijos puedan ir al colegio o comer, tan básico como eso”.

De hecho, en el momento actual, con una pandemia que ha llevado a varios países a limitar el tránsito tanto interior como exterior las rutas migratorias “son peores”, con condiciones mucho más abusivas: “Los precios han subido y las personas migrantes deben seguir pagando más años y se ven involucrados en redes una vez llegan a ciertos destinos… Es horrible”.

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