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El final de la fábula

Kim Jong-un, presidente de Corea del Norte

Camy Domínguez

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Mucha gente que me conoce me dice que soy una amargada y una catastrofista, que me dejo llevar por lo malo y que todo lo veo negro. Pero con los últimos acontecimientos que se están produciendo a lo largo y ancho de este planeta nuestro, como para no ser agoreros… Tenía que tranquilizar a mi hija de que lo de la guerra no es tan grave, pero no me salió ninguna versión convincente. Ni ella entendió nada, ni yo tampoco.

Por un lado, los americanos recientemente eligieron como presidente al tal Trump, que es como un cerdito con traje chaqueta y corbata roja, y no por la cara que tiene, que podría ser, sino porque sus entendederas no dan más que para chancho. Está claro que su infancia quedó interrumpida porque de mayor le gusta seguir jugando, como si sus juegos fueran tan inocentes… Espero que los americanos no se arrepientan algún día de no haber pensado su voto con la cabeza y no con… Bueno, ellos sabrán.

Por otro lado, está el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, que a mí me recuerda a un cochinito vietnamita de mofletitos acariciables. He leído por ahí que el hombre tiene un serio complejo por su estatura y le han tenido que operar los tobillos por usar tacones para parecer más alto… ¡Inaudito! Si siendo así de canijo anda en estas locuras de bombas nucleares y demás ataques, ¿se imaginan lo que se montaría si llega a medir un poco más? Los coreanos desde el principio estaban temblando con este líder que les fue impuesto por herencia y que trae de cabeza a Amnistía Internacional; allí, en Corea del Norte la vida no vale nada, y es que a este chiquillo aún en edad de jugar le vale lo mismo apretar un botoncito y mandarnos a todos a volar solo por ver una de aquellas enormes nubes como las que se organizaron en Japón hace poco más de setenta años. ¡Qué malos son los complejos!

Y allí al lado están los chinos. No hay que infravalorar su capacidad de trabajo silencioso. A mí me recuerdan a las hormigas, que, por cierto, hace unos días que las vengo observando: el apartamento de mis vacaciones estaba impecable cuando llegué, al día siguiente vi una hormiga chiquitina en el baño, luego otra en el dormitorio, ya esta mañana se me estaban subiendo por las piernas, por el ordenador, por la cama, eran más grandes y gorditas y encima se aliaron -digo yo que por simpatía- con unas minicucarachas… Menos mal que ya mañana me voy… Pero los chinos seguirán por todas partes, ganándose al personal con sus simpatías y con todas las fruslerías que nos gustan y sus platos de comida hiperbaratos, porque son calladitos, simpáticos y trabajadores, no sienten ni padecen. Acaban de rebelarnos hace nada que tienen el mayor ejército del mundo, aleccionados en el miedo. ¿Tú lo sabías? Yo no. Me quedé pasmada con las cifras y con la forma en que se entrenan.

Luego están los rusos, curtidos en mil batallas, con más vidas que un gato… ¿Has visto cómo son los gatos de retadores y juguetones? Lo mismo les da que su oponente sea un ratoncito o un perrazo, ellos van a buscarle las cosquillas. Pero en cuanto el otro se defienda nuestro gatito sentirá que ha sido agredido y atacará con uñas y dientes.

Y nosotros mirando a Venezuela, es como observar una guerra civil desde la ventana de una torre sin puerta desde donde podemos ver cómo nuestros hermanos se pelean y nosotros no podemos bajar a echarles un cable. Es indecoroso pero su presidente lo eligieron ellos mismos, ese que tiene menos madurez que un pollo descabezado que corre errático de un lado para otro disparando sangre y diciendo disparates, cosa que heredó de su antecesor en el cargo.

Y los sirios en medio de todo con sus sempiternas guerras civiles, no sabemos bien si buenos o malos pero lo que sí sabemos es que muchos están sufriendo los desaguisados de tantos ineptos sedientos de poder. Todos queremos echar una mano a tantos inocentes, pero no sabemos cómo posicionarnos. Nos volveremos locos y acabaremos en una guerra mundial de tanto como lo han complicado.

Hace nada el chancho americano acaba de mandarle la gran bomba estrella a Afganistán para acabar con los túneles de un Estado Islámico que no se considera como estado tal pues de estado solo tiene el nombre y que nos tiene a todos aterrorizados, porque lo mismo te sorprenden en un mercado con un camión a toda velocidad como en una calle llena de paseantes, como en una iglesia en medio del culto, como en un partido de fútbol… Donde más infieles haya mejor será su triunfo. Dicen que se esconden en cuevas bajo tierra y este bruto pretende matarlos con la bomba madre de todas las bombas, da igual a quien se lleve por delante… Que yo sepa a las cucarachas se las fumiga, no tira uno una bomba para exterminarlas…

¡Ay, señor! Este planeta nuestro se nos va al traste. Menos mal que siempre nos quedará la luna de Júpiter.

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