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Con el objeto de captar más mercado, o bajas precios o subes barreras. También, claro está, puedes hacerte necesario, incluso imprescindible, de forma que, cuando surja la ocasión, aparecerá tu bien o servicio en la mente de todo el mundo.
Pero si nos vamos a las variables cuantitativas, puras y duras, podrás conseguir bajar precios a través de una drástica reducción de los costes y, si nos vamos a un tratado de microeconomía clásica, debes hacerlo en el capital o en el trabajo. En el capital, a través de una mejora de las condiciones financieras de endeudamiento, ya sea en tipo o en plazo, mientras que en el trabajo será a través de una desvalorización del recurso en relación con la productividad que genera.
Respecto a las barreras, tienes varias. La reputacional es una de ellas, afectando incluso a la psicología y buscándole, por ejemplo, inconvenientes (artificiales, en su caso). Otra de ellas podría ser el coste de transacción burocrático, que terminaría por aburrir a un santo, como se suele decir, una vez decidieras acceder a ese mercado.
Pero la tal vez más reseñable es la del mero coste, o lo que es lo mismo, incrementar impuestos. El problema surge cuando se hace de forma generalizada, apostando por un incremento de la inflación sin tener un respaldo real relacionado con la función de producción y sí con todo el aparataje administrativo que lo rodea. Pero gravar con aranceles determinadas importaciones por parte de alguno de los ejes principales sobre los que se mueve la economía mundial pudiera provocar una respuesta similar por parte del resto del planeta ocasionando un retroceso potencial de la producción total. Y más en la actualidad, donde hay marasmos en parte de la propia Europa con cierta inclinación hacia el oeste americano, mientras que los denominados gigantes asiáticos le hacen carantoñas a la zona euro, uniendo la imprevisibilidad rusa. Es decir, estamos asistiendo a una mutación en la configuración de fuerzas, no tanto por su intensidad, sino por su capacidad de influencia.
Pero esta forma de hacer las cosas no es nueva y, para eso, la historia nos señala que ha habido otros conflictos de naturaleza comercial en los que su duración y el dolor inflingido ha sido alto e intenso. Y no sólo desde el punto de vista económico, siendo un juego en el que ninguna de las partes gana. Ni siquiera sus precursores. ¿Por qué? Porque en una guerra de precios de estas características se incrementan tanto para empresas como para el consumo (ya sea como input o como output final), con la consiguiente pérdida del valor de las rentas, aparte de la pérdida de confianza que se experimentará en el proceso de intercambio y planificación de actuaciones, habida cuenta de que podemos asistir a un descenso de rentabilidad artificial debido a cambios en el marco institucional.
Será en este caso cuando iremos en contra de lo aprendido a través de la teoría general del comercio internacional, donde se nos intentaba enseñar la denominada ventaja comparativa en costes y, por ende, la especialización productiva, estableciendo un marco de colaboración entre países que permitiera un incremento del PIB potencial a escala planetaria. Pero, visto lo visto, alguien se fugó ese día... Habrá que ponerle falta.
*Economista
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