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La transformación de la culpa

José Miguel González Hernández

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Aunque estemos celebrando el cumpleaños de un tercero, las festividades han querido que los presentes se repartan entre el resto de la población. Pero esa sería una versión alineada con la religión, porque si lo miramos a través de una óptica secular y nos vamos más atrás, el solsticio de invierno se ha celebrado desde hace mucho tiempo atrás con, por ejemplo, la Saturnalia romana, la cual no era sino una conmemoración del crecimiento, al estar el sol en su punto más bajo del cielo y la duración de los días comienzan a cambiar. No obstante, con el paso del tiempo, la religión cristiana se fue imponiendo y, junto con la incorporación de las fechas en cuestión como onomásticas de un nacimiento, se declaró la navidad, aunque como fiesta cívica y no como una época de excesos porque, ojo al dato, el jolgorio era un símbolo diabólico para la visión más puritana de las fiestas.

Con el paso de los años y los cambios sociales, junto con la industrialización, la urbanización, el triunfo de la ciencia, la evolución del transporte, la publicidad, la generación de nuevas necesidades y una maquinaria dispuesta a satisfacerlas se entendió que la manera de obtener un beneficio era producir y vender de forma masiva. Dar regalos era el signo de identidad. Ya no solo deberías ir, sino también llevar algo. Se había transformado la culpa en felicidad.

La evolución de los acontecimientos quiso que una fiesta se aparejara a la otra y, tras el paso de los siglos, tenemos en la actualidad una de las épocas de mayor vitalidad comercial de todo el año. De hecho, el modelo de celebración actual no tiene tanto tiempo de historia. En estos momentos, de lo que se trata es de forzar tanto la sonrisa hasta que los dientes nos queden por fuera de la boca; se trata de abrazar todos los objetos animados e inanimados que se pueda hasta trasmitir nuestro calor y amor; se trata de sentirnos bien, aunque no nos sintamos bien…

Tengamos en cuenta que, cuando se ejecuta el acto de consumir se está siendo partícipe de la celebración de nuestra conducta virtuosa: la capacidad de crear a través del trabajo. La virtud de hacer posible el consumo manteniendo la vida y elevando el espíritu. De hecho, se está generando honestidad, racionalidad y eficiencia. ¿Es que acaso nos sentimos mal si compramos algo diferente a lo usual o si comemos lo que no solemos comer el resto del año? ¿O nos sentimos peor si hacemos justamente lo contrario? Nada de eso. O entras por el aro, o eres escoria social al convertirte en una persona sin ilusión que no sabe encontrar el lado bueno de las cosas. ¿Qué mejor que “cepillarte” tus ahorros en sonrisas“?

Apostemos por ser insaciables para así competir en tener un estatus social mayor. Seamos inconformistas y siempre vayamos a por más. Porque más es mejor. De lo contrario, se nos pondría cara de imbéciles si realmente lo que hacemos no lo hacemos por tal motivo, sino que lo ejecutamos porque se nos ha obligado a entrar por el aro, al no tener la suficiente personalidad para hacer lo que nos dé la gana, sin necesidad de sentir imposición alguna por una sociedad que piensa una cosa, dice otra y hace una tercera.

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