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'Lupi abominabiles'

Concentración en Madrid en apoyo a la víctima de 'La manada' / MB

Camy Domínguez

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Soy una huraña, o eso piensan mis amigos desde que se inventó el WhatsApp, que tanto me resistí a usar. Pero de todos modos el germen de ese rechazo estaba sembrado desde mucho antes de este invento, y debe ser porque en mi infancia en casa no hubo teléfono sino que mis padres pusieron el fijo cuando yo ya estaba en la universidad para no tener que ir a casa de un vecino para llamarme entre semana. Así que ya no es solo el WhatsApp, sino que en general siempre he detestado hablar por teléfono. No suelo llamar para banalidades y, si es un asunto importante, lo pospongo hasta que se me viene el tiempo encima.

Asimismo, debo decir, mal que les pese a mis amigos y a todos aquellos que se acerquen a leer este texto, que aborrezco los grupos de WhatsApp. Ya me cuesta bastante tener un momento para hacer vida social, si encima a ello añadimos que los grupos de WhatsApp son una prolongación de esa vida social que quitan entusiasmo a los encuentros y que no te permiten alejarte del mundanal ruido ni siquiera cuando vas al baño, pues ¡acabáramos!

Hay quien usa el WhatsApp para enviar mensajes a sus subordinados del trabajo y de lunes a viernes tienes que estar pendiente a todas horas, no sea que tu jefe mande una orden por esta vía y tú, en tu afán de hacer bien tu trabajo, hayas silenciado el móvil y pases de recibirla. Pero ya es el colmo que el sábado por la noche, cuando estás más a gusto en medio de tu fiestecita, el jefe se acuerde de un asunto que hay que tratar el lunes y te mande un mensaje de audio dándote las instrucciones.

¿Y qué me dicen de ese grupo que crean tus amigas “para reírnos un rato y disfrutar de la vida”? Que si el negro del WhatsApp, que si la cadena que tienes que pasarle a veinticinco contactos para no ser maldecida por cien años, que si el niñito que se perdió hace años y que aún la amiga de turno no se ha enterado de que ya terminó la mili, que si la viñeta sin gracia que has visto compartida por enésima vez en Facebook…

Y luego están aquellos que te agregan a un grupo donde nadie habla, solo se dicen “buenos días”, “buenas noches”, “bendiciones”, “buenos días”, “felices sueños”, “más bendiciones”… y así con tarjetitas, corazones, paisajes idílicos, santitos de toda índole, que solo te dan trabajo cuando el aparato avisa de que no hay espacio, que está el almacén lleno.

Pero lo último que nos quedaba de lo que asombrarnos es el WhatsApp de La manada -un grupo creado por hombres hechos y derechos, o aparentemente, de profesiones respetables, aunque sin una neurona útil en el cerebro-, creado para tramar planes de cómo violar mujeres, para valorar qué drogas usar para reducir a sus víctimas y que estas no opongan resistencia, para planear pruebas de fuego para los iniciados en dicha sociedad de delincuentes violadores, quienes luego en ese mismo chat pudieran compartir sus botines de cacería grabados en vídeo, como si de una medalla al mérito militar o civil se tratara. ¡Qué asco! No sé qué pensarán ustedes pero el patetismo y la miseria del ser humano están servidos en semejante grupo.

Lo peor de todo es que yo tengo que recibir una orden de mi jefe en sábado por la noche así esté yaciendo apasionadamente con mi pareja a riesgo de ser sancionada si no la acato, pues es tan válida en sábado como en lunes, y sin embargo un juez puede negarse a admitir como prueba del juicio contra estos sinvergüenzas que presumen de inocentes lobitos una conversación urdiendo claramente el plan que luego se materializaría en violación. Me pregunto si es que este juez atiende a órdenes políticas que lo obligan a no dañar la imagen de los lobeznos de alguien o de algún cuerpo de la administración del Estado, llámese UME o Guardia Civil, o es que en realidad el juez es parte de alguna manada similar a esta.

Me preocupa bastante la animalización en la que estamos cayendo últimamente, o tal vez nunca hemos dejado de ser animalitos de Dios, pues ya lo decía Plauto allá por el siglo II a. C. en su comedia Asinaria, o comedia de los asnos, “Homo homini lupus” (“el hombre es un lobo para los demás hombres”), frase que más tarde fue estudiada en profundidad por Hobbes en su Leviatán de 1651, por lo que mucho me temo que, mientras las mujeres hemos ido consiguiendo cosas y cada vez siendo más visibles y más útiles al bienestar de la sociedad, en más de veintidós siglos el ser humano, o más concretamente el ser humano masculino (aunque hay obviamente algunas excepciones), no ha evolucionado ni un fisquito.

En apariencia más bien va en franco retroceso cuando ellos mismos dicen ser lobos y se comportan como tales, como meros seres inferiores; ahora nos atacan en manada y se tapan sus crímenes unos a otros. ¡Qué lamentable!

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