Un viaje al Eje Cafetero de Colombia: Salento y el Valle de Cocora
Cocora era el nombre de la hija de uno de los caciques más importantes de los valles de los Andes centrales colombianos que en tiempos de la conquista española pidió a sus dioses protección ante la oleada de ‘extranjeros’ que amenazaban estas tierras. Dicen que como respuesta a sus peticiones, Cocora y su gente se convirtieron en miles de palmas de cera (una especie de palmera altísima y elegante típica de estas tierras) que convirtieron el valle en un paraíso que los conquistadores dejaron intacto. Cocora significa algo así como ‘Estrella del Agua’ y no hay mejor nombre para este jardín umbrío que forma uno de los paisajes más asombrosos de la América hispánica. Cuando uno piensa en la Cordillera de Los Andes la imaginación suele irse a los paisajes duros de la Patagonia (Argentina y Chile) o al universo del altiplano que domina Bolivia, Perú y Ecuador. Pero hay otra Cordillera. Esa que da un giro hacia el levante y mira al Océano Atlántico en uno de sus trozos más increíbles: el Mar Caribe.
Estos Andes todavía alcanzan alturas increíbles en lugares como el Parque Nacional Natural de los Nevados (Colombia) con tres gigantes que superan o rondan los 5.000 metros de altura sobre el nivel del mar: Nevado del Ruiz, el Nevado del Tolima y el Nevado de Santa Isabel. Esta cadena de volcanes sumidos en los hielos perpetuos riegan valles como el de Cocora formando una cordillera húmeda y umbría (nada que ver con los fríos secos de otras partes de esta cadena de montañas gigantesca que nace en El Caribe (Venezuela-Colombia) y muerte en Tierra de Fuego) que sirve de escenario perfecto para una de las grandes exquisiteces mundiales: el Café colombiano. Cocora es el lugar más conocido del Eje cafetero, una región de casi 15.000 kilómetros cuadrados que engloba las provincias de Caldas, Risaralda y Quindío, y partes de Antioquia, Valle del Cauca y Tolima.
La localidad de Salento y el Valle de Cocora (ver iconos azules en el mapa) son la puerta de entrada y las zonas más conocidas de esta región que da para un viaje de varios días y como los de antes: aquellos viajes en los que los trayectos son tan importantes, o más, que las estancias y en los que cada detalle, cada conversación, cada lugar cuentan. Como sucede en las hermosas calles de Salento, uno de los pueblos más bonitos de toda Colombia. Pese a lo que podría parecer a primera vista, este pueblo de casas de tapial, madera y teja es posterior a la salida de los españoles. Se fundó en 1842 y se convirtió en uno de los lugares clave de la extensión del cultivo del café en el país. Café. Bendición y maldición a la vez. El café llegó al país en el siglo XVIII de manos de jesuitas españoles. Pero fue a partir de la segunda mitad del XIX cuando se convirtió en una verdadera industria responsable de fortunas, esplendores, golpes de estado, injerencias extranjeras, guerras y crisis.
Salento es fruto de la independencia de Colombia, pero la calle más importante del pueblo se llama Real. En esta vía principal puedes ver una muestra interesante de arquitectura tradicional colombiana que es como la del sur de España (parece un pueblo de Andalucía o Canarias) pero pasado por el tamiz del arco iris: amarillos, rojos, azules, violetars, verdes… Una explosión de color combinado con el blanco del tapial de cal. Lo que no nos gustó de Salento es la ausencia de instalaciones culturales que expliquen la zona. El pueblo se ha convertido en una sucesión de alojamientos, cafeterías, tiendas de recuerdos y restaurantes que restan la autenticidad del lugar que se vive. Pero lo que no se puede dudar es de la belleza de Salento o la cercana Filandia, otro de los pueblos cafeteros que quedan dentro de los circuitos habituales del turismo. La red de callejuelas sólo se interrumpe en la Plaza de Simón Bolívar, que ejerce de cómo las antiguas Plazas de Armas virreinales con la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen mirando a poniente y la Municipalidad cara al levante. No solo se mantienen las formas estéticas: también las ideológicas. Un par de miradores completan la oferta de lugares que ver en Salento. Tiendas, eso sí, para parar un tren.
Es una lástima que la capital del Valle de Cocora no ofrezca más que esa retahíla de establecimientos turísticos. Para adentrarse en la cultura cafetera de la región hay que visitar las diferentes fincas que hay en los alrededores del pueblo o internarse en el valle siguiendo el cauce del río Quindo. Las fincas que nos recomendaron fueron Finca Don Elías (Vereda Palestina, km 4); Finca Don Eduardo (Calle 7) y Finca Las Acacias (Palestina). Nosotros visitamos la Finca Don Eduardo por su cercanía al pueblo ya la verdad es que fue una experiencia muy agradable. Nos enseñaron bastante sobre la producción, el cultivo y el tratamiento artesanal de los granos que hace que el café colombiano sea de los mejores del mundo. Pero se echa en falta un lugar que explique todo lo que hay detrás del gran producto de exportación colombiano: lo bueno y lo malo, que también lo hay.
Una excursión por el Valle de Cocora.- El valle que forma el Río Quindio es uno de los paisajes ‘nacionales’ paradigmáticos de Colombia. La estrella de este lugar es la Palma de Cera, esas palmeras altísimas y elegantes de la leyenda de la ‘princesa Cocora’. Los palmerales, los prados de alta montaña y las grandes fincas de cafetales son los paisajes más conocidos de este lugar que conecta la zona de Finlandia y Salento con los grandes nevados de las alturas andinas. La finca paradigmática del valle (y a dos pasos de Salento) es Santa Rita (Boquía-Hacienda Santa Rita). Esta enorme hacienda aúna la explotación cafetera y uno de los mayores ‘tambos’ lecheros de la región cuyo eje es la Quebrada de Santa Rita. La visita a esta hacienda privada merece mucho la pena más allá del café o de su historia como explotación agrícola. Esta quebrada es un paraíso donde conviven la palma de cera y los espesos bosques húmedos andinos (aquí se los conoce con el novelesco nombre de bosques de niebla). Hay un sendero que atraviesa un precioso cañón cubierto de vegetación en el que se alternan las cascadas y las grandes pozas.
El grueso de los grandes ‘bosques’ de palma de cera están en el cauce alto del Quindio, un lugar donde ya empiezan a notarse las alturas que conducen al Parque Nacional de los Nevados. Aquí hay dos visitas obligadas: internarse en los palmerales del Valle del Toro (el lugar donde puedes ver la mayor concentración de árboles de la zona) y, justo en el lado contrario del río, internarse en el bosque húmedo para visitar la Reserva de Acaime, un lugar mágico al que también se lo conoce como Casa de los Colibríes.
Ir hasta Armenia para ver el Museo del Oro Quimbaya (Carrera 14, 80).- La ciudad de Armenia no tiene mucho que ofrecer al viajero, la verdad. Pero para los interesados en las culturas prehispánicas la cita con el Museo del Oro Quimbaya es una buena opción para escapar de la omnipresencia cafetera.
Fotos bajo Licencia CC: RB Photo; Eli Duke; Peter Chovanec; Axel Rouvin; young shanahan; Eduardo Aguilar
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