Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El PSOE se conjura para no sucumbir al desconcierto por el futuro de Pedro Sánchez
CRÓNICA | Sin noticias de Sánchez (ni de Begoña Gómez). Por Esther Palomera
OPINIÓN | 'La multiplicación de la mentira'. Por Enric González

Zánganos

Un vecino de noventa años me dijo hace poco: “Ay, si volviese a vivir haría las cosas de manera distinta”. “Qué harías distinto”, pregunté yo. Su respuesta fue automática: “¡Sería un zángano!”. Y luego comenzó a reír como si hubiese hecho un corte de mangas a las horas dedicadas a tareas carentes de sentido para él.

Los zánganos están mal vistos porque parece, y es verdad, que se aprovechan de los que sí laboran. Pero los zánganos son criticados, sobre todo, porque, en lo más hondo, es justo lo que desean hacer los que les critican. El zángano dedica su tiempo a lo que le place y ese es, quizás, el exponente máximo de la libertad: hacer lo que uno quiere cuando quiere en una vida que es limitada y efímera. El zángano tiene el valor y la sabiduría de enfrentarse al tiempo abierto como un campo de Castilla. No todo el mundo puede mirar a la cara al tiempo ancho, al tiempo sin el cobijo de una obligación alrededor de la cual se articule la existencia. Los zánganos, casi siempre, son capaces de construir sus propias madrigueras, de sacar de la manga en medio de cualquier páramo siempre una buena sombra. A los zánganos se les revela lo mejor de la vida.

Ay, pero son muchas las obligaciones, muchas las sogas imperceptibles que nos atan a las cosas que en realidad no queremos, muchos los temores que nos llevan a ser laboriosas y sufridas hormigas. Por eso cuesta tanto ser zángano hoy pese a lo mucho que muchos lo desean. Los viejos, que están de vuelta de todo, ven con lucidez desde su atalaya ese error cotidiano de dedicar la mayor parte de la vida a tareas no trascendentes. Por eso mi vecino me dice que si volviera atrás sería un zángano. Y por eso yo, que no he llegado a esa atalaya todavía, aspiro a ser un zángano pero de momento no lo soy.

Un vecino de noventa años me dijo hace poco: “Ay, si volviese a vivir haría las cosas de manera distinta”. “Qué harías distinto”, pregunté yo. Su respuesta fue automática: “¡Sería un zángano!”. Y luego comenzó a reír como si hubiese hecho un corte de mangas a las horas dedicadas a tareas carentes de sentido para él.

Los zánganos están mal vistos porque parece, y es verdad, que se aprovechan de los que sí laboran. Pero los zánganos son criticados, sobre todo, porque, en lo más hondo, es justo lo que desean hacer los que les critican. El zángano dedica su tiempo a lo que le place y ese es, quizás, el exponente máximo de la libertad: hacer lo que uno quiere cuando quiere en una vida que es limitada y efímera. El zángano tiene el valor y la sabiduría de enfrentarse al tiempo abierto como un campo de Castilla. No todo el mundo puede mirar a la cara al tiempo ancho, al tiempo sin el cobijo de una obligación alrededor de la cual se articule la existencia. Los zánganos, casi siempre, son capaces de construir sus propias madrigueras, de sacar de la manga en medio de cualquier páramo siempre una buena sombra. A los zánganos se les revela lo mejor de la vida.