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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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Brasil y la paradoja de la tolerancia

El presidente y candidato a la reelección, Jair Bolsonaro, este 2 de octubre de 2022. EFE/Joédson Alves
3 de octubre de 2022 22:58 h

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En su obra de 1945, La sociedad abierta y sus enemigos, escrita durante la Segunda Guerra Mundial, el filósofo Karl Popper explicaba la hoy muy conocida paradoja de la tolerancia según la cual si no ponemos límites a los intolerantes, acabarán con la tolerancia, es decir, con las democracias y sus libertades. Es una obviedad que estamos reviviendo en este inicio de siglo después de sufrirla a mediados del siglo anterior con el auge del nazismo y el fascismo. De Europa hasta América, de Trump a Bolsonaro, de Orbán a Meloni, las democracias están siendo socavadas desde dentro por quienes utilizan los mecanismos democráticos para imponer una ideología iliberal, autoritaria y excluyente. Son los intolerantes que se aprovechan de la anchura de las sociedades abiertas para clausurarlas. 

Brasil es el mejor ejemplo de la paradoja de Popper porque los fascistas han utilizado todos los recursos que ofrece la democracia liberal para hacerse con el poder: la política, la justicia, los medios y la empresa. Gracias al lawfare, la guerra legal, la ultraderecha tumbó a la presidenta Dilma Rousseff con un impeachment, una moción de censura, que fue un golpe encubierto, mientras un juez encarcelaba a Lula Da Silva en un proceso que después fue revocado. Lula pasó más de 500 días en prisión y no pudo presentarse a las elecciones de 2018 que ganó Bolsonaro, quien nombró ministro de Justicia al juez que le había allanado el camino, Sergio Moro. Ahora Moro ha sido elegido senador en las nuevas elecciones brasileñas. Normalidad democrática. Sigan circulando. 

La elección de Moro es solo una muestra más de cómo la tolerancia ilimitada permite a los fascistas incrustarse en las democracias para seguir devastándolas. Para eso cuentan con la inestimable ayuda de la élite económica, política y mediática, el dinero por decirlo en una palabra, que se infiltra en los poderes públicos y manipula a la opinión pública a través de las redes y la prensa. La primera campaña de Bolsonaro fue un paso más allá de la estrategia de intoxicación masiva de Trump por su uso no solo de los medios mayoritarios y las redes sociales sino también de las redes privadas del Whatsapp. El bombardeo de bulos telefónicos fue tanto o más eficaz que la propaganda por televisión, radio y prensa. 

Lamentablemente, funciona. Funciona en Italia, en Suecia y en Brasil. Bolsonaro no ha ganado, pero ha resistido. Cincuenta millones de brasileños le han votado. A pesar de haber negado el coronavirus, de que su país tiene el 10% de las muertes globales por Covid, a pesar de sus aberraciones homófobas, aporófobas y racistas, de fomentar la deforestación del Amazonas, de la persecución de ecologistas y las sospechas de su implicación en el asesinato de la feminista negra Marielle Franco, a pesar de la militarización del gobierno y de su apología de la dictadura. Cuando la élite manipula a la masa para que permita la intolerancia, la intolerancia se enquista y es muy difícil arrancarla. 

Lo hemos visto con Bolsonaro y antes con Trump. Son fenómenos que desbordan la figura del líder y pueden volverse incontrolables como ocurrió en Estados Unidos con la toma del Capitolio. Puede suceder también en Brasil si Bolsonaro sigue alimentando las sospechas de fraude electoral como hizo su sosias yanqui. Ambos demuestran que los enemigos de la sociedad abierta están dentro: en áticos, despachos, redacciones y cloacas. Aquí en España teníamos este fin de semana un ejemplo palmario de los cómplices infames del auge de la intolerancia, Fernando Savater quien, en su tribuna de El País, legitimaba a Meloni porque había ganado en las urnas. También lo hizo el nazismo cuando se dio cuenta de que no podía hacerlo por la fuerza. 

Popper advertía de que los intolerantes dejarán un día las razones para pasar a las armas y los puños. Empezarán por decir a sus seguidores que sospechen de los razonamientos. Exactamente como ya está sucediendo. En ese caso, dice, “deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución”. Apenas nada se está haciendo en este sentido. Al contrario, son los fascistas los que se valen de las leyes para perseguir y aniquilar libertades. Como reza el manido poema de Niemöller, cuando vengan a por nosotros, será demasiado tarde.

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