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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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La guerra de Putin que conviene a la OTAN

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Putin no ha invadido Ucrania para desnazificarla. Primero tendría que empezar por despiojarse a sí mismo del ultranacionalismo, el autoritarismo, el antisemitismo y la homofobia que tiene incrustados hasta en el pelo de la pechera. Putin tampoco ha invadido Ucrania para proteger a los rusos del Donbás de las agresiones de militares y fascistas ucranianos. Llevan sufriéndolas ocho años sin que haya movido su autocrático dedo para evitarlo y ahora lo mueve para ordenar la invasión de todo el país no sólo de las dos repúblicas separatistas. Putin ha invadido Ucrania porque puede y porque quiere que Ucrania vuelva a ser parte de una Rusia grande y libre. Lo de libre es coña. 

El caso es que Putin tenía su parte de razón en este conflicto pero la ha perdido al invadir un país soberano, asesinando a civiles y provocando el éxodo de 360.000. Es legítimo querer alejar de sus fronteras la presencia de la OTAN, aunque tanto como lo es para Ucrania pedir la entrada en la Alianza Atlántica o en la UE. Son legítimas las denuncias de Moscú por el incumplimiento de los acuerdos de Minsk que decretaban en alto el fuego entre prorrusos y antirrusos, aunque lo cierto es que se han incumplido por ambas partes. En cualquier caso, lo que no es legítimo es querer anexionarse Ucrania o convertirla en un Estado satélite a tu servicio, masacrando a la población civil por el camino. Putin tenía motivos para la queja pero con la invasión ha perdido la razón. 

De hecho, parece que es literal, que se le ha ido la olla del todo. No sólo por sus delirios nacionalistas, que le hacen reclamar Ucrania por no sé qué derecho histórico de hace un milenio, sino porque empezar una guerra en suelo europeo después de la que se lió aquí hace menos de un siglo y hacerlo en nombre del antifascismo cuando tú eres el amigo de los fascistas del mundo, no es una muestra de tener la cabeza muy centrada que digamos. Más bien, ladeas a la extrema derecha, Vladimiro. Y en efecto, la jugada no ha sido muy inteligente porque está consiguiendo exactamente lo contrario de lo que perseguía, unir a Occidente en contra y revitalizar a una OTAN que había salido con el rabo entre las piernas de Afganistán y otras catastróficas desdichas. 

Porque ésa es otra. Esta guerra de Putin es una guerra que conviene a sus rivales, que ahora tienen cola de países que piden la entrada en la Alianza, de Ucrania a Finlandia y Suecia, a los que el matón ruso ha amenazado como si estuviera en el patio de un colegio. Quería alejar a los aliados y lo que ha hecho es echárselos encima y darles una coartada y una legitimidad para hacerlo. Quería desestabilizar a Europa porque detesta nuestras democracias tanto como ama a nuestros fachas y hay que agradecerle que la haya cohesionado como nunca desde que nació el sueño europeo. Con la de buenos ajedrecistas que tiene Rusia y su presidente se ha hecho un jaque que parece diseñado por su archienemigo Kasparov. El temor que tenemos es que intente salir a misilazos del embrollo en el que se ha metido. 

Pero el imperialismo megalomaníaco de Putin no debe hacernos perder de vista el imperialismo del otro lado que también ha contribuido a la escalada del conflicto. Tenemos un imperio ruso decadente intentando plantarle cara al imperialismo en decadencia de Estados Unidos mientras el emergente imperio chino espera agazapado para recoger los frutos del desgaste mutuo. No podemos decir con pruebas que Washington quisiera esta guerra, aunque la anunciaba como Pedro al lobo, pero sí podemos decir que sabrá sacarle tajada, como seguro harán los chinos, ambos a costa de los civiles que son las pipas de sandía que escupen al suelo. 

Lo que también podemos decir es que se puede condenar el imperialismo yanqui sin caer en la aberración de defender al imperialista Putin, como hace una parte minoritaria pero ruidosa de la izquierda, nostálgica de un gulag que afortunadamente no sufrió y tan ridícula como la derecha que intenta hacer creer que el déspota ruso es comunista como Unidas Podemos. El fantasma que recorre Europa no es el del comunismo sino el del fascismo, el imperialismo y el de una nueva Guerra Fría que arrastra ruido de cadenas nucleares. La manera de evitar que la cadena se desate no es responder al fuego con fuego sino ahogándolo económicamente como está haciendo Europa. Ayudar en la defensa pero no atacar. Aislar al agresor pero no la información.  

La censura de medios rusos por parte de la Unión Europea es justo lo que las democracias no deben hacer, a no ser que quieran ser como Putin que ha restringido Twitter y Facebook, amenaza con el cierre de medios independientes y prohíbe las palabras “invasión”, “guerra” y “ataque”. Este artículo no pasaría el filtro. Controlar la información para acabar con la propaganda es otra forma de propaganda. Presumir de lo que careces. Paradojas de muchos que se dicen liberales por aquí pero corren a poner la mordaza en cuanto te descuidas y luego que si los rojos comemos niños y titulares. La libertad de expresión es un principio democrático inalienable, es de 1º de constitucionalismo. Tiene sus riesgos pero hay que asumirlos. Aquí nos zampamos sin rechistar a Inda, Marhuenda y toda suerte de panfletos. Los ciudadanos somos mayorcitos para saber informarnos, y si no lo somos, es nuestra responsabilidad, no del Estado. No somos ovejas, o no debemos serlo, así que no hace falta pastorearnos.

Y hablando de hipocresías. Es una lástima que el boicot que se aplica a Rusia no se aplique a Israel por su invasión de Palestina o Arabia Saudí por las matanzas en Yemen. Es una lástima también que la política de puertas abiertas a los refugiados ucranianos no se aplique al resto porque no vienen de nuestro entorno ni tienen la piel pálida como el claro de la mañana. No nos las demos tanto de demócratas cuando nuestro sentido de la democracia es tan selectivo.

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