La navaja de Albacete o el filo de la historia

Preguntamos a la inteligencia artificial y no sabe qué contestarnos. Las respuestas fáciles no existen ante una tradición tan antigua y única. No recuerdan los algoritmos tecnológicos del siglo XXI que ciento cincuenta años atrás, sin ir más lejos, nuestro más insigne producto asustaba. Atentos a esta frase: “La navaja de Albacete, con su tétrica música de los muelles”. O esta otra: “Hallóse una navaja de Albacete, de siete muelles, que quitaba el hipo”. Cualquiera de estas oraciones bien podría ser el comienzo de un thriller de los que ahora vemos en las plataformas audiovisuales. Pero no. Son fragmentos verdaderos encontrados entre los ácaros de las hemerotecas. El polvo de los archivos esconde un estigma que la industria cuchillera ha sabido sacudirse.

Por décadas, la prensa nacional contó decenas de crímenes en los que de manera regular aparecía la navaja de Albacete como arma del delito. Investigamos en los viejos periódicos, y podemos asegurar que se multiplican las referencias. Tanto es así que adoptó la forma de cliché o estereotipo. Y hasta en los poemas se usó por sus resonancias trágicas. Octubre de 1915, periódico España Nueva, Luis de Tapia escribe: “¡Por lo visto, está hoy de moda / la navaja de Albacete!”. Antes que Federico García Lorca o Miguel Hernández, otros poetas afilaron sus versos con nuestras navajas.

A la vieja usanza, seguimos este ensayo a vuelo pluma o crónica de viaje por los papeles amarillentos. Páginas que encierran testimonios de antaño. “Y un poco más abajo, recostado en un guardacantón, un mozo como de hasta veinticinco años, color trigueño, pañuelo en la cabeza, sombrero calañés, masellés con broches, chaleco de afiligranada holondura, pantalón ancho, zapato de lazo, cigarro en la oreja y faja de seda que servía de ceñidor y depósito a una formidable navaja de Albacete”. Así narraba El Fisgón, en agosto de 1840, en el diario El Nacional, la escena de una boda en el madrileño barrio de Lavapiés. Antes de que el tren llegara a la ciudad, en 1855, la navaja de Albacete ya tenía renombre.

Hallazgo arqueológico

En las bibliotecas podemos encontrar los libros del gran historiador de la cuchillería José Sánchez Ferrer. Sus investigaciones nos ayudan a disipar esta neblina y nos ofrecen hitos que señalizan este largo sendero. Por ejemplo, que la pieza documentada más antigua con marca de Albacete es de 1573, aunque no son unas navajas, sino unas pinzas. No importa, nuestra travesía camina por otros derroteros. Nuestros propios ojos contemplaron cómo, en el amanecer del 1 de octubre de 2024, el equipo de jóvenes arqueólogos que excava en la alquería andalusí de La Graja de Higueruela encontraba un cuchillo del siglo XI. Un filo desgastado por mil años de historia en la provincia de Albacete. Allí, muy cerca de la mezquita, el primer edificio rural de este tipo descubierto en Castilla-La Mancha, descansaba un utensilio que sirvió para multitud de tareas.

Queremos saber más. En el Museo Arqueológico de Albacete obtenemos algunas respuestas. Los cuchillos de sílex prehistórico nos enseñan que los rudimentos técnicos del filo son milenarios en esta tierra. Dos opiniones autorizadas inciden en esta antigüedad. “Quizá el origen de esta importante industria artesana se remonte a la segunda Edad del Hierro, ya que en ajuares de sepulturas de incineración ibéricas suelen aparecer restos de navajas”, argumentaba Samuel de los Santos Gallego.

De otra parte, Aurelio Pretel Marín halló un documento en el Archivo de Alcaraz, fechado en 1377, en el que se transmitía la huida de musulmanes dedicados a la cuchillería y herrería. Y, de vuelta al museo, nos topamos con otra certeza material: el conjunto de la Sima de los Infiernos. Entre los objetos ocultos en Liétor hacia el siglo X, encontramos una serie de cuchillos que insisten en lo ancestral de la herramienta. En su arraigo fundamental en Albacete.

Saltamos ahora a la ciudad con tren, audiencia territorial y que ya es capital de la provincia. Volvemos a escuchar: “Lo que hay que hacer en Albacete es comprar navajas. ¿Qué es la navaja? Un mango, de dos pies de largo, hinchado en el medio, y terminado en forma de cola de escorpión”. Así lo relató Valérie Boissier, la Condesa de Gasparín, en 1865, tras su visita a la ciudad. Serán muchos los viajeros que, como ella, pasarán por aquí y configurarán con sus ilustraciones y escritos el segundo de los estereotipos de la navaja albaceteña: la sagacidad de los vendedores.

El puñal de Boabdil

Otra voz nos asalta en 1886 desde las páginas de La Ilustración, famosa publicación de ese momento: “¡Pues ya lo ves! ¡Una navaja de Albacete! Es imposible resistir la tentación. Asaltan el tren una bandada de vendedores en la estación de Albacete y te muestran gran número de navajas y puñales que por descontado, son inmejorables … y ¡caí en la tentación!”. Manuel Amor Meilán, autor del texto, se gastó 18 reales en la suya.

En otras ocasiones, algún incauto pagó más de lo debido. No aquí, sino en tierras andaluzas y en 1855, según un periódico, un “inglés compró a un gitano por la friolera de trece onzas de oro una navaja de Albacete en la persuasión de que era el puñal damasquino que ciñó Boabdil la víspera de la entrega de Granada a los reyes católicos”. Presentimos mayor honradez a los vendedores albaceteños. De hecho, siempre ha circulado la leyenda que cuenta que dos cuchilleros tuvieron bronca y ambos soltaron sus utensilios para darse a puñetazos. La navaja es sagrada y tan antigua como su propia fabricación.

Antes del tren, los tratos se hacían en posadas y fondas. Por Albacete cruzaban las gentes que viajaban hacia el sur, levante o Madrid. Pero con el ferrocarril se dieron situaciones donde se mezclaban el susto con la comedia. Para El Correo de la Moda, en abril de 1875, publicó Nicolás Díez y Pérez lo que sigue: “¡Puñales y navajas de Albacete! Mi amigo Scott, sorprendido ante la presencia de aquel hombre, se incorporó instantáneamente sobre el asiento. Y quiso sacar su revólver. Yo, sin poderlo remediar, solté la carcajada, en tanto que nuevamente gritaba el desconocido, desde la ventana del wagon: ¡Puñales, señoritos; puñales y navajas de Albacete! Repuesto un tanto Scott, quitó su mano del revólver, y mirándome avergonzado me decía: Este hombre me ha dado miedo. Le había creído por un momento asesino o bandolero … ¡ Es tan natural en la Mancha !”.

Ni el humorístico, estrambótico y viperino Ramón Gómez de la Serna, prolijo escritor y creador de greguerías, dejó de hablar sobre los navajeros de Albacete. El 8 de marzo de 1924, publicó en la revista argentina Caras y Caretas un artículo sobre ellos, ilustrado con la famosísima fotografía de Luis Escobar. Entre otros párrafos punzantes, rescatamos este: “En un viaje se necesita un libro y una navaja. El libro para percibir sus personajes, para adivinar un asunto más que para leerlo, y la navaja para abrir el libro o para cortar la fruta que apaga la sed que surge en los viajes”.

Nuestro viaje va acabando. En este ir y venir, regresamos a junio de 1868. Desde Albacete, para La Musa, una de las publicaciones locales pioneras, J. de Dios Ibáñez, reflexionaba en los siguientes términos: “Son necesarias mejoras en los aparatos y herramientas que sirven para ejecutar la obra; estudiar los defectos que hoy se ven en las piezas fabricadas y procurar modificarlos o mejor, hacerlos desaparecer de un todo”. Este autor, preocupado por la decadencia del sector, recordaba que llegaron a funcionar 40 fábricas.

Con una visión muy avanzada a su tiempo, proponía: “La base y prosperidad de una industria hoy en día, según nuestro juicio, es moverse mucho, meter mucho ruido y dar a conocer en todas partes lo que se desea vender, ofreciéndolo por supuesto con buenas condiciones de bondad del género unido a una baratura que llame la atención”.

Ahora mismo podríamos firmar estas palabras. Sin embargo, la industria de la navaja albaceteña todavía tuvo que acarrear años de crisis. Prohibiciones de venta, falta de protección estatal, carencia de mecanización o empuje de otros centros productores dificultaron el progreso de una artesanía que hundía sus raíces en los grandes maestros de los siglos anteriores: Arcos, Castellanos, Díaz, Garijo, Gómez, Gutiérrez, León, Romero, Sierra, Torres, Vicen-Pérez o Zafrilla. Unos apellidos que forjaron, a base de yunque y esfuerzo, el sustento de muchas familias de Albacete.

Hacia los años veinte y treinta del siglo XX, el sector sufría graves problemas. En 1932 titulaba apocalípticamente el diario ABC: “Una industria condenada a muerte. Las navajas de Albacete”.

Navaja literaria

En aquel tiempo, la Asociación de la Prensa de Albacete premió un trabajo literario en el que su autor procuraba superar la tristeza: “Navajas de Albacete. Sus fabricantes, sus forjadores las han imprimido de una gracia, de un aire, de una arrogancia, temple y valor que son únicas, inimitables. Los escritores de casa como Francisco del Campo Aguilar o Eduardo Quijada Alcázar dispusieron sus mazos de tinta para templar una nueva imagen de la navaja de Albacete. Este último poetizaba en 1936: ”La fragua ardiendo / y sobre el yunque el hierro / blando y sangriento …/ Alce el puño apretado / el martillo soberbio. / Intuir … Eso importa: / Que sea el golpe certero“.

Decía el cronista Mateos Sotos que un francés enseñó a hacer navajas a los albaceteños a finales del siglo XVIII. ¿Quién sabe si es una leyenda más en esta historia plagada de incertidumbres? Una historia repleta de oprobio, pero también de toneladas de supervivencia y orgullo resistente.

Hoy, la industria albaceteña se ha despojado de estereotipos y complejos. Ya no son “covachas destartaladas y mugrientas”, según noticias de Sinesio Delgado a finales del siglo XIX. En este primer cuarto del siglo XXI, casi cincuenta años después de la constitución de APRECU, la Asociación de Cuchillería y Afines, la realidad se ha transformado gracias a la dignidad y la capacidad para reinventarse.

Las más de 70 entidades asociadas tienen por delante importantes retos para esta nueva época. Ahora el sector cuchillero tiene su propio museo, el producto es Bien de Interés Cultural, se dispone de la marca de garantía y los profesionales están lanzados (desde hace ya diez años) para conseguir la Indicación Geográfica Protegida (IGP).

Como aval, aquí está la historia. Y si no es suficiente, siempre nos quedará el filo de la verdad en los versos de Juan José García Carbonell: “Servía la navaja para todo: / para sacarle punta al tranco / para afilar el lápiz, / para el corcho rebelde, / para el tocino magro, / para mondar naranjas, / para mojar la sopa en caldo, / para pelar patatas, / arreglar el gazapo, / cortar el nudo, / despegar la caja, / y poner un cartón en los zapatos. / Echar la sal al huevo, / y cortar a la vid el primer ramo, / para pelar la vara del camino / y poner nuestros nombres en un árbol”.