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Desde hace 25 años esta columna sale a luz los jueves, y siempre coincide el día con la celebración del Corpus en la ciudad de Toledo, desde donde se escribe, por lo que ha sido obligado analizar, comentar y celebrar con ustedes esta fiesta que, como la ciudad que la alberga esta declarada de facto -que no de hecho- Bien Cultural Patrimonio de la Humanidad en la categoría de Inmaterial. Y es tanta su “potencia” que hoy hablaremos de sus flaquezas, pero también de las fortalezas que la hace cada año más viva y vibrante si cabe que el anterior.
Fiesta litúrgica y social, que nos ofrece joyas como los tapices centenarios, la maravillosa custodia y unos ajuares litúrgicos de indudable valor, a lo que se añade una estética que ha atravesado siglos y generaciones, siendo una muestra de Fe y de asombro para visitantes y nativos, y cuya celebración transciende al recorrido procesional y al jueves de Corpus para extenderse por toda la ciudad y a toda una semana que ya se llama “Grande del Corpus”.
Una procesión que se celebra en una ciudad cada vez más vacía de vecinos y de práctica religiosa, con una carrera donde se asoman más pisos dedicados al turismo que a las familias avecindadas. Eso hace que, año tras año, el número de “adornos” de naturaleza doméstica, artesana o “espontáneos” sean menos, pero que se suplen no sólo con la infatigable labor de los empleados municipales y la junta Pro-Corpus, sino también de aportaciones nuevas, ya sean florales, de ganchillo o de cualquier otra naturaleza.
Dentro de la procesión, la democratización de la asistencia a la misma y la apertura a laicos y entidades sociales hace que aumente desorbitadamente el número de personas que concurren al desfile, diluyendo el papel de las históricas cofradías y hermandades y haciendo cada vez más difícil el manejo del devenir de la misma, pero que permite adaptarla a los tiempos y a las nuevas demandas sociales.
No podemos obviar tampoco el debate en torno a la turistificación de la celebración, tendencia avalada, por otra parte, por la Dirección General de Turismo y los gremios de la hostelería, pero que lleva consigo la privatización de los espacios en favor de la mercantilización del suelo público, la masificación de espectadores o, últimamente, la pugna por montar tribunas de “representación”, ya que a la Delegación del Gobierno, que la observa desde los balcones, al igual que hacen otras instituciones, empresas o entidades que tienen fachada a la carrera, se suman ahora la Universidad o el Ayuntamiento, que montan sus propias “tribunas”.
Es de señalar, por último, la celebración en paralelo a la carrera procesional de otras iniciativas que cada vez toman más impulso y se viven con la intensidad que toda fiesta merece, como la visita a los patios, los conciertos que se dan en varias zonas de la ciudad, actividades culturales -especialmente musicales- y las cada vez más concurridas convocatorias de actos sociales por parte de entidades privadas y públicas.
¿Podría vivirse de otra forma el Corpus? ¿Podría hacerse otro tipo de actividades? Probablemente. Lo cierto es que el Corpus de Toledo es una fiesta singular y, precisamente, su esencia está en lo que en cada momento los toledanos vayan aportando, enriqueciéndola, aunque haya sectores y personas que piensen, al suponer que es una fiesta religiosa, que no va con ellos o aprovechen el “puente” para huir.
Soy de los que piensa que vivimos en comunidad, y que a lo largo del año se nos ofrecen muchas propuestas de ocio para divertirnos. Esta que hoy celebramos auna tradición, esplendor y manifestaciones de lo que ahora se llama cultura inmaterial de indudable valor, junto a la posibilidad de reforzar los lazos comunitarios de cooperación, afecto y complicidad. Aprovechemos y ¡Vivamos la fiesta!