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El Románico de Cuenca es como ese amigo que te encuentras cuando menos esperas en algún pequeño municipio de la provincia y aunque veas que su necesidad de orden y atención es primordial, en la mayoría de las ocasiones, siempre te sorprende gratamente con algo que te inspira a encontrar maneras de lograr que brille más.
Esta vez me ocurrió en Monreal del Llano, pueblo por donde transcurre el Camino de la Santa Cruz, que es una variante del Camino de Levante-Sureste basada en la peregrinación de Fray Francisco de la Cruz a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela en el siglo XVII. El Camino se conecta con San Clemente, La Alberca de Záncara, Belmonte, Los Hinojosos y Quintanar de la Orden, municipios con un Patrimonio civil, religioso y cultural de un gran calibre y que siempre merece la pena visitar y hacerlo a los ritmos que marca el propio caminar.
Era la celebración de San Benito, Patrón de Europa y del pueblo. La unidad territorial más pequeña y básica del Estado, representada en un municipio de menos de 50 habitantes, conectada a través de la misma figura religiosa con la asociación económica y política más amplia y compleja de la que formamos parte, la Unión Europea. Me recordó que todos somos importantes, que los encuentros con las mujeres que dan vida a los pueblos peregrinos no suceden por casualidad y que de lo más pequeño también puede emerger lo grande. Por todo eso no debemos perder la esperanza en la revitalización rural.
La Regla de San Benito se adentra en este Camino de Peregrinación conquense-toledano a través del equilibrio entre la actividad física y la espiritual promoviendo una vida ordenada y de serenidad que tanto nos hace falta en esto tiempos. La humanidad, la firmeza, la humildad en el planteamiento de nuestros retos y el silencio de la naturaleza que nos aporta paz mental, dan forma también a este recorrido vinculado con la Historia, el Arte, la Gastronomía y compartido con personas que quieren dar visibilidad al potencial de una provincia de la que emergen un sinfín de oportunidades de participación. Necesitamos más dinamizadoras comunitarias, hacedoras de un territorio al que le urge seguir creciendo y profesionalizando la importante vida que requieren nuestros pueblos.
Para que el turismo se convierta en sostenible debemos ser partícipes de ello en Comunidad. Tenemos la misión de recorrer el camino juntos, como lo hicieron las mujeres monrealeñas frente el pórtico plateresco de un Iglesia que se inició en el siglo XIII, aunque sólo la cabecera se desarrolla bajo los cánones del románico con un ábside semicircular y presbiterio recto al que se accede a través de un arco apuntado que se apoya sobre pilares de piedra. ¡Qué fortuna que ocho siglos después siga dando testimonio de un Legado Cultural!
Imaginé en ese momento todas aquellas mujeres que han dado vida a su Patrimonio, dejando su huella invisible sobre esos muros de piedra. Aquellas que allí contrajeron nupcias o bautizaron a sus hijos dando continuidad a su estirpe, aquellas que la cuidaron y preservaron sus tesoros, aquellas que latieron al ritmo de las campanas de una torre a la que pude ascender en días anteriores por una escalera de caracol para visitar este enigmático lugar, donde cada paso se convierte en una danza en espiral que culmina con un atardecer mirando a las “Tetas de Monreal”, aquellas que susurraron plegarias o hicieron sonar la melodía de una flauta travesera e interpretaron cantares de oratorio, las que elevaron su canto de esperanza y recorrieron el poema de su vida verso a verso, las que encontraron en San Benito un faro que guía en las tormentas del alma y las que fueron peregrinas de paso. Ellas son la mejor bandera del pueblo. Os aseguro que Monreal no son cuatro casas y un corral, sino infinitamente más de lo que podéis imaginar. Gracias a Fernando Martínez, alcalde de Monreal del Llano por abrirme las puertas de su pueblo. Gracias.
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