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Sálvese quien pueda

Un hombre coge agua en una fuente

Marta Romero Medina

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Llegó, todos los años lo hace y este no iba a ser una excepción. De hecho anunció su virulenta llegada antes de tiempo, como también viene siendo algo medianamente habitual. Dando codazos a su compañera primavera nos regaló unos cuantos días a primeros de junio de 40 grados.

Sí, se ha adelantado el verano dijimos, vaya la que nos espera. Y no nos equivocábamos, nos esperaba un calor asfixiante y para derretirse por las calles, nos esperaba un ir con la lengua fuera, sudar la gota gorda, amortizar las piscinas, sentirnos afortunados por las escapadas a lugares más frescos y deseosos porque lleguen las que faltan, nos esperaban las conversaciones de calle centradas en el tema vital del verano: pero qué calor hace.

Toda la vida me ha sorprendido la cantidad de tinta y minutos que se gastan en los medios de comunicación para explicar que en invierno hace frío, sí, en invierno hace frío y en verano hace calor. Ninguna novedad, sucede todos los años desde que tengo uso de razón, y esperemos que el cambio climático no nos cambie esta desdichada rutina. Pero no por ello dejan de ser tema relevante, sumamente noticiable y ello por el impacto que tiene en nuestras vidas. Ambos extremos, el frío y el calor resultan paralizantes. La mayor diferencia entre una época y otra del año es que el frío se puede combatir abrigándose mientras que con el calor, ¿qué podemos hacer? Parece que nada, resignarse y quejarse, un toledano de pro se resigna y se queja, no hay más tutía.

Pero esto no resulta del todo cierto, realmente hay más solución a nuestra realidad climática que encerrarnos en casa con el aire acondicionado para consumir masivamente una energía, que por su deficiente gestión, nos es cada vez más cara económica y ecológicamente hablando. Encerrarse, y esperar que pase la tormenta de calor, y en invierno encerrarse y esperar que pase la tormenta de frío. El caso es encerrarse en casa como única opción viable, que ahí se está muy a gustito. Pero cuesta, ese encierro tiene su coste adicional, individual y social, porque somos animales sociales, porque la comunidad se hace viviéndola en común, en los espacios comunes, y porque sin duda quien más sufre ese encierro son como siempre los más vulnerables, bien sea por edad, arraigo o nivel socioeconómico.

Para sobrevivir los extremos climáticos hay que gastar y mucho, sino tienes recursos para gastar, te aguantas. La vida es así, mala suerte. Y digo yo, que igual que tenemos nuestros servicios públicos asumidos con normalidad, con intentos de precarización y en tensión continua, sí, pero asumidos también, y las infraestructuras esenciales para comunicarnos entre zonas geográficas, carreteras, puertos, trenes y autobuses, cómo puede ser que tengamos tan descuidado el uso del espacio público en sí, no espacios de paso sino de vida, las calles, los parques. Son espacios de vida, con tendencia a deshumanizarse. Porque con su limpieza no basta para su habitabilidad, y esta se crea y sobre todo se cuida y fomenta.

En lugares de frío extremo con suficientes recursos económicos y equitativo reparto de los mismos, es ya normal encontrarnos un amplio despliegue de medios para poder vivir la vida común sin morir en el intento. Se crean mini ciudades paralelas bajo tierra, Vancouver o Toronto son paradigmáticas, o se adaptan edificios de amplias dimensiones para albergar diversos colectivos y actividades, véanse grandes ludotecas, puntos jóvenes, o simples zonas resguardadas para todo aquel que quiera disfrutarlas. Lo que tiene el frío extremo es eso, que requiere de infraestructuras, con abrigarse no basta. Y qué hacemos con el calor.

Resulta que más allá del consumo masivo del aire acondicionado en verano, sí podríamos utilizar los espacios al aire libre, si acondicionáramos esos espacios que ya existen. Hay mundo más allá del recinto cerrado de la piscina. Tenemos ejemplos en Sevilla, que nos supera en temperatura pero también en sombras urbanas y en agua. Y ejemplo del buen uso de los manantiales lo hallamos en Roma, repleta de fuentes por todas partes. Y hete aquí la antigua capital del adusto imperio español, el punto de encuentro de las tres culturas que nos han conformado como personas y sociedad a lo largo de nuestra historia, nuestro pequeño punto en el mapa, seco, muy seco, pero con mucha vida, todavía. ¿O no? Porque de junio a septiembre el casco histórico de la capital es un desierto, en prácticamente todos los sentidos. Si el objetivo es sobrevivir con lo que hay y asumir con lo que llega, olé, se está haciendo muy bien.

Año tras años, hay un paréntesis de tres meses en nuestras vidas toledanas donde todos sabemos que el día a día en Toledo será de duro a muy duro. Es como si todos los años se supiera que va a llegar una epidemia comunitaria, y nada se hiciera para evitarlo. Oiga pues intente el menor contacto con la gente y si le coge la enfermedad quédese en casa y aguante como pueda, como hacemos todos. Pero no, ante las epidemias hay medios, para las enfermedades de riesgo se utilizan vacunas, se piden análisis. Y con el calor, qué hacen las instancias públicas. Exactamente de poco a nada. Bueno, nos abren las piscinas municipales. Y aquí ha hecho calor toda la vida, qué le vamos a hacer. Pues algo, oigan. Hagan algo. Pónganse las pilas, que sí hay opciones, y sí, es algo importante.

Por favor, autoridades locales y regionales, ayúdennos a vivir el casco, los residentes resistentes lo estamos deseando. Sombras y agua serían un buen comienzo. Toldos, quizás. ¿A alguien le suenan los toldos?, esos que se colocan para celebrar la fiesta grande de la ciudad. Pero es que los toldos del Corpus se desgastan, se oye como razón para quitarlos a las dos semanas de terminadas las tradicionales fiestas que suelen coincidir con el encendido de nuestro horno estival. Pero qué tipo de argumento es ese, por favor, y los habitantes del casco, y por ende del municipio, se deshidratan.

No me parece una locura ocupar una importante partida presupuestaria a proyectar un Toledo más habitable, disfrutable y vivible durante el verano, un cuarto de nuestra vida. Hasta entonces, el recurso más fácil: huir. Que no puedes, amigo, amiga, solo te queda sudar la gota gorda. Palmadita en la espalda y ánimo. Siempre queda el consuelo de quejarnos por las calles, quien se atreva y pueda salir a ellas. O bien exigirlo ante nuestros queridos representantes públicos. SOS

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