Salen a la luz los escudos de Barcelona pintados más antiguos entre las piezas góticas descubiertas en el Ayuntamiento
Fue Pere el Cerimoniós, rey de Aragón y de Valencia, conde de Barcelona, luego rey de Mallorca, duque de Atenas y de Neopatria, quien cedió su Señal Real, las conocidas como cuatro barras, al gobierno local de la que es hoy capital de Catalunya. Concedió en 1345 ese privilegio a la ciudad y desde entonces su escudo es cuartelado e incluye la Cruz de Sant Jordi, símbolo oficial de los “ciudadanos honrados”, y también esa señal del linaje de la Casa de Barcelona, esos cuatro palos rojos que dice la leyenda que pintó con su sangre sobre un escudo el monarca Guifré el Pilós.
Toda esta historia viene a cuento estos días porque el Ayuntamiento de Barcelona luce por primera vez en uno de sus techos del patio interior del edificio de plaza Sant Jaume un artesonado con pinturas góticas fechadas entre 1369 y 1373. Se trata del primer techo que se restaura en el consistorio de los doce que se sabe que esconden decoraciones vinculadas a la construcción del recinto en el siglo XIV. Los responsables municipales de patrimonio descubrieron por sorpresa las pinturas en 2017, durante una limpieza rutinaria, y ya entonces intuyeron que había algunos escudos. Ahora se ha constatado que son los más antiguos en formato pictórico de los que se tiene constancia. Esculpidos hay alguno más, como el de la catedral de Santa Maria del Mar, que se remonta a 1329.
El artesonado restaurado es de madera y cuenta con 36 escudos, uno en cada artesón, que se alternan en serie entre el de Barcelona –un rombo con los dos motivos heráldicos– y el que tiene solamente la Señal Real. Luego hay otros 12 en las vigas. “Este conjunto tiene una enorme importancia porque nos habla de esa dualidad de representación”, explica Reinald González, historiador y asesor de los trabajos de restauración. Sobre ese techo del patio del Ayuntamiento se encuentra el Saló de Cent, donde también hay pinturas por recuperar, que recibe el nombre de lo que fue desde la época medieval el autogobierno municipal, el Consejo de Ciento, formado por un número variable de prohombres –los llamados consellers, inicialmente 100– y que duró hasta el Decreto de Nueva Planta en 1714.
El elemento recuperado dio cobijo al cabo de pocos años de realizarse a la Capilla del Bon Govern, en torno a 1401 y 1404, que por su nombre tenía como objetivo “hacer aflorar la carga ética del comportamiento de los gobernantes de la ciudad”, según González. En ese espacio se colocó en 1445 la imagen del pintor Lluis Dalmau de La Mare de Déu dels consellers, hoy en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC).
Para colmo, y debido a las numerosas reformas experimentadas por el edificio, se da el caso que uno de los arcos que cierra el techo es obra del arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner. “Italia al margen, estamos ante uno de los techos de un edificio civil más relevantes de toda Europa”, concluía estos días el historiador.
La recuperación de las pinturas góticas ha sido un proceso largo y costoso, en cuanto a técnica pero también en inversión. El consistorio ha destinado a ello 2,4 millones, aunque esto solo ha alcanzado para hacer sondeos en los distintos techos y restaurar tres, dos de ellos todavía en proceso.
Una de las particularidades de los trabajos es que han tenido que lidiar con varias capas pictóricas, a veces tres, puesto que están las actuales (de 1929, coincidiendo con la última gran remodelación del edificio), las góticas, y entre medio unas renacentistas, del siglo XVI. Iconografías figurativas humanas, animales y florales con las que en su día se taparon los escudos. Es el caso del segundo techo más avanzado en cuanto a restauración, justo al lado del primero, donde se ha optado por preservar la obra renacentista. “Es una pintura muy buena, creemos que no la podemos destruir para recuperar la gótica”, señala Anna Ribas, arquitecta del Servicio de Patrimonio del consistorio.
Entre los factores de dificultad añadida a la restauración y conservación de estas composiciones está el hecho de que están junto a un patio interior, un espacio semi abierto. La madera de las vigas ha soportado la humedad y el agua de la lluvia durante siglos, pero también los humos de los coches que usaron el espacio de parking durante la segunda mitad del siglo pasado. “Había una serie de patologías que tuvimos que atacar con contundencia”, valoraba estos días Maria Escoda, responsable de la ejecución de las tareas de restauración.
Debido a la fragilidad en que se conservaba la decoración del techo, uno de los procesos clave fue la fijación de los estratos, las capas de pintura, para evitar desprendimientos. “Si no tienes sujetas las superficies y todos sus estratos no puedes acabar de retirar y buscar el estrato que te interesa”, expresa. A partir de ahí, la magia para rescatar la pintura antigua sin dañarla reside en encontrar la combinación ideal de productos químicos de limpieza. “Tienes que conocer muy bien la estratigrafía de capas y estuvimos un mes y medio haciendo pruebas con los productos”, detallaban la semana pasada las restauradoras.
0