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Los niños refugiados en Grecia tratan de recuperar la normalidad con el acceso a la escuela

Nazarin Mahour, Nuur Raad y Amina Rashid se han hecho amigas en Grècia. Ahora van a la escuela por las tardes / JOAN MAS

Joan Mas Autonell

Actualmente, el atasco de las más de 60.000 personas refugiadas que hay en Grecia ya no es provisional. Casi un año después del cierre de las fronteras europeas, para mucha gente solicitante de asilo, la permanencia a tierras griegas se ha convertido en una estancia de larga duración. Entre las recién llegadas, las estadísticas oficiales indican que hay al menos 20.000 menores en edad de ir a la escuela o al instituto. En esta situación, el Gobierno tiene la obligación de cubrir sus necesidades básicas y tiene que garantizar su derecho a la enseñanza.

Así pues, el acceso a la educación es una de las prioridades en las cuales la administración helénica trabaja. En verano, se puso en marcha un plan para escolarizar a los niños recién llegados durante el curso y también se creó una comisión científica de 50 profesores universitarios que diseñó un programa pedagógico orientado al proceso de integración de los menores refugiados a los centros de enseñanza públicos de Grecia.

Después de un periodo de planificación previa, el proceso de entrada de estos niños, niñas y adolescentes a las escuelas públicas arrancó en octubre pasado. El programa, gestionado por el Ministerio de Educación con la colaboración de varias organizaciones humanitarias, se va adoptando progresivamente para todos los menores de los campos de internamiento de Grecia. “A día de hoy, hay unos 2.000 refugiados que asisten a clase en unas cuarenta escuelas de todo el país”, comenta Eleni Karagianni, profesora que trabaja con el Ministerio como coordinadora del programa de escolarización de los niños del campo de refugiados de Schisto, a las afueras de Atenas.

No obstante, a estas alturas, el curso académico griego ya ha llegado al ecuador y el número de solicitantes de asilo que han accedido a los centros de enseñanza pública es muy reducido: la mayoría de menores recién llegados todavía no va a la escuela. Además, el programa de  tampoco llega a todas partes. “Las gestiones del gobierno para poner en marcha el proyecto pedagógico fue un proceso lento. A muchos campos, el plan apenas se está iniciando”, lamenta Karagianni. Por otro lado, en lugares como las islas de Lesbos o Quíos, donde hay cerca de 15.000 demandantes de asilo que están atrapados en condiciones de vida miserables, la posibilidad de que los niños den clases en la escuela todavía es muy lejana.

La escuela de Tavros

La Segunda Escuela Primaria de Tavros, un barrio de clase trabajadora a un cuarto de hora en autobús del núcleo histórico de Atenas, es uno de los cuatro centros públicos de la capital que en octubre de 2016 inició el programa de escolarización para refugiados. En el colegio, con 250 alumnos griegos, se inscribieron 60 niños del campo de Elaionas, un recinto cercano que acoge a más de un millar de solicitantes de asilo.

Cada día, los niños griegos dan clase desde las ocho de la mañana hasta la una. Poco después, a las dos, los nuevos alumnos refugiados llegan en autobús acompañados por voluntarios de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Los menores, que provienen en su mayoría de Siria y Afganistán, están en la escuela hasta las 6 de la tarde, siguen un plan pedagógico especial y no coinciden en el aula con el resto de alumnos griegos. “Se trata de un programa de educación previo a la inclusión al sistema de enseñanza estándar que cursa el alumnado griego”, explica Dimitris Filelés, director de la Segunda Escuela Primaria de Tavros.

En el centro escolar de Tavros, los niños refugiados -de entre seis y doce de años- están repartidos por grupos de edad en tres aulas donde aprenden griego, inglés y matemáticas, hacen actividades de plástica, música y gimnasia y también adquieren unas nociones básicas de historia y cultura del país heleno. “El objetivo del plan pedagógico es que obtengan unas bases previas de cara al curso que viene, cuando en teoría tienen que acceder al programa educativo oficial de mañanas con el resto de niños griegos”, dice Dimitris Filelés. “Actualmente, los alumnos griegos y los refugiados se encuentran en el patio en algún momento concreto, pero todavía no dan clases juntos”, añade el docente.

La importancia de ir a la escuela

Según los profesores de la escuela de Tavros, el paso de cualquier niño a la escuela primaria es muy importante porque se trata de un proceso de aprendizaje constante en el cual los niños no sólo adquieren conocimientos, sino que desarrollan todo un conjunto de actitudes y valores ante la vida. “El objetivo del programa es transmitir a los niños el significado de ir a la escuela: hay muchos refugiados que han perdido varios años de escolarización desde que huyeron de su país, y también los hay que no han ido nunca al colegio anteriormente”, explica Evangelia Zerba, coordinadora del programa pedagógico en la escuela primaria de Tavros. Por Dimitrís Filelés, sin embargo, la escolarización de los niños recién llegados al centro de enseñanza que dirige pretende ir más allá. “Nuestra intención es que sientan que la guerra se ha acabado y que en la escuela están seguros, lejos de cualquier peligro”, comenta el director.

La asistencia diaria al colegio, por otro lado, también es un elemento que dinamiza la vida cotidiana de los menores refugiados. “Para los niños, los campos de refugiados son como una prisión y la escuela los ayuda a cambiar de entorno, a socializarse y a tener una rutina”, opina Eleni Karagianni, que trabaja en el proceso de escolarización de los menores del campo de internamiento de Schisto. Vanessa Divani, profesora de inglés en la escuela pública de Tavros, tiene una opinión similar. Desde su punto de vista, el programa que el gobierno griego ha organizado no cumple todos los requisitos que tendría que tener a nivel pedagógico, pero es positivo por su día a día. “Los niños no están todo el día al campo y en la escuela tienen ocupaciones diarias y motivaciones, se sientes productivos y viven experiencias nuevas”, considera la maestra de inglés.

Según Divani, el programa de integración se hizo deprisa y corriendo, con poca organización, “cosa que hace que aparezcan muchas trabas en su funcionamiento diario”. No obstante, en opinión de Dimitrís Filelés, director de la Segunda Escuela Pública de Tavrou, también han de tenerse en cuenta otros elementos. “El programa que estamos adoptando es nuevo, no tiene antecedentes y hace que a menudo tengamos que cambiar los planteamientos educativos según las necesidades de los niños”, comenta. Aún así, para los docentes de la escuela de Tavros, la evolución durante los tres últimos meses de clase con los refugiados es un proceso que ha ido hacia mejor. “En un principio, los niños eran muy agresivos entre ellos y les costaba mucho concentrarse, pero ahora están más calmados y la mayoría viene cada día con ganas de aprender cosas”, explica la coordinadora y profesora Evangelia Zerba.

Los niños de Elaionas

El campo de Elaionas es un recinto de internamiento que se encuentra en una zona industrial muy cercana al centro de Atenas. Construido en agosto de 2015, es el primer espacio de acogida para refugiados que se hizo en la Grecia continental. Actualmente, viven al menos 1.500 personas y muchas de ellas son menores de edad. Desde el mes de octubre, centenares de niños y adolescentes dan clases en varios centros de enseñanza pública de las cercanías. Este es el caso de Nazarin Mahour, una chica de 15 años de origen iraní que vive con sus padres en Elaionas. Según explica, desde que empezó a dar clases está mucho más entretenida, tiene una ocupación cada tarde y en el instituto se encuentra con gente de su edad con quien tiene muchas cosas en común.

En clase, Nazarin Mahour comparte aula con Nuur Raad y Amina Rashid, dos adolescentes de Irak y de Siria que también viven en el campo con quienes ha forjado una estrecha amistad. Para comunicarse entre sí, tienen que utilizar el inglés, de manera que desde que se conocen han mejorado mucho su nivel. De la educación que reciben en Grecia, las tres chicas valoran todo aquello nuevo que se les enseña cada día y el hecho de que puedan hacer deporte y jugar con libertad al patio de la escuela, una cosa que no siempre pueden hacer en el campo de refugiados donde viven. Aun así, los padres de Nazarin, Habib y Habba Mahour, son más críticos con el tipo de enseñanza que recibe su hija porque consideran que no es un programa pedagógico serio. “Nazarin sólo da clases cuatro horas al día y no comparte aula ni espacios con el resto del alumnado griego. Esto hará que le sea mucho más difícil aprender la lengua e integrarse en el país”, comenta la pareja iraní.

Habba y Habib Mahour huyeron de Irán con su hija y su intención era llegar a algún país del norte de Europa donde las condiciones de acogida fueran óptimas, pero después del cierre de fronteras se tienen que resignar a permanecer en Grecia y han pedido los permisos de asilo al Estado griego. Poco a poco, han asimilado que su estancia en tierras helénicas puede durar años y que este será posiblemente el lugar donde su hija tendrá que cursar gran parte de su formación educativa.

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