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La exposición Big Bang Data, abierta hasta el 26 de octubre en el CCCB, plantea si los datos generados en internet o con dispositivos electrónicos son el ‘nuevo petróleo’ una vez procesados y analizados. Datos que de la transparencia pueden conducir a masivos medios de vigilancia y control y que han transformado la misma raíz de la cultura y la toma de decisiones. Hablamos con José Luis de Vicente, comisario de la muestra, sobre temas de seguridad y privacidad en internet, del comercio de nuestros datos o del Derecho al Olvido, entre otros asuntos. Es el fin de la inocencia.
¿Nuestros datos personales están a salvo una vez circulan por la red?
En el ámbito de la seguridad informática se dice que ‘todo está roto’. El software se ha convertido en un medio tan complejo, con tantos trozos pegados los unos a los otros y tan lleno de agujeros que los expertos dicen que la protección y seguridad en internet es una ficción consensuada. Creemos que estamos seguros y no es verdad. Las actualizaciones de seguridad que instalamos una y otra vez es una evidencia de la cantidad de agujeros y parches que hay en el sistema. Vivimos en un mundo en el que la NSA usa la webcam de la gente para tener fotos de su intimidad a través del ordenador personal. En los últimos 14 meses ha explotado con casos como Snowden que demuestran la precariedad extrema de una infraestructura tecnológica de la que dependemos pero que no puede mantener cerrados los ámbitos. Ese es el grado de fragilidad de protección en un entorno como internet.
Los datos pueden utilizarse de muchas maneras, una de ellas sería comerciar con ellos…
Hablando en un sentido más amplio, vivimos en un estado de cosas en el que la sociedad está enferma del mal de la métrica. Cuando pudimos cuantificar la mayoría de los procesos del mundo nos ayudó a tomar decisiones. El problema es que a medida que hemos podido desarrollar modelos de cuantificación muy grandes estos no sólo acaban sirviéndonos para entender mejor los procesos de los que somos parte sino que acaban determinando la forma en que construimos la interpretación de esos procesos.
O en otras palabras… Un ejemplo.
Cuando la prensa online comienza a cuantificar el uso que hacen sus lectores de sus contenidos escribe no sólo para ellos sino para las mecánicas que dan acceso a estos contenidos. Sabiendo cuando un lector hace clik en un titular se escriben titulares que generaran clicks. Cuantificar un proceso acababa dándole forma. Y más cuando los procesos se determinan con algoritmos como los de Google, que determinan cuando algo saldrá en la primera página de búsqueda. Entonces escribes no sólo para las personas sino para los algoritmos que determinan como encontrarlas, literalmente redactamos para máquinas. El Huffington Post escribe dos titulares para una misma noticia y el que se lleva más clicks será el titular definitivo de esa noticia: es un estudio de mercado instantáneo. Son mecánicas de hacer procesos de la forma más eficaz y exitosa y acaban condicionándonos a la hora de tomar una decisión tan subjetiva como la de poner un titular. Ahora son las métricas y analíticas las que toman la decisión.
Esta clase de conflictos se reproducen en múltiples ámbitos y en muchísimas otras disciplinas.
Los social media son una gran maquinaria que genera el incentivo de compartir todo lo que puedas, lo más abiertamente y el mayor tiempo posible, que sea más fácil que proteger y reservar. Si quieres borrar y eliminar lo compartido para siempre es mucho más difícil que haberlo creado. Están construidos para que generes datos personales que son luego son monetizables, es el modelo de internet. Pensábamos que internet era gratis y en realidad no lo era: se está pagando con tus datos y hay toda una gran estructura de empresas que impulsan a generar información como Facebook o Google que son agencias de publicidad disfrazadas de empresas tecnológicas. También hay nuevos terrenos donde los datos personales se están convirtiendo en minas de valor: de la seguridad ciudadana –las maquinarias del estado de vigilancia– al mapping genético –relacionando la genética con historiales médicos–.
¿Este estado de cosas puede conducir a algún tipo de nuevas biopolíticas?
Lo está haciendo, se ha alterado totalmente nuestra noción de intimidad y privacidad. También nos ha situado en un conflicto entre valores democráticos centrales como el de la transparencia y la apertura –la cultura digital ha construido valores positivos como el compartir y dar acceso– frente a los contrarios de proteger y preservar y definir una burbuja de lo privado. Un contexto en el que la privacidad y la intimidad se consideran como algo abandonado por un nuevo estatus de nuestra capacidad de ser en el espacio público: un híbrido formado por espacios mediáticos, digitales y públicos. Las personas son portavoces de ellas mismas, marcas personales y gestoras de su privacidad. Pero con Snowden vivimos el desengaño: ha terminado la era de la inocencia respecto a nuestra identidad digital y cómo está relacionada con la preservación de nuestros datos con su puesta a disposición de agentes que literalmente comercian con ella y la monetizan.
Hay empresas que están ofreciendo servicios para borrar la huella digital de una persona en la red…
El conflicto del Derecho al Olvido es interesante porque toda la arquitectura de internet está construida sobre la premisa de que hay que asegurar el acceso a la información de la forma más eficiente. La máxima de Google de organizar toda la información del mundo y hacerla accesible no incluía el “excepto cuando no deseamos que sea accesible”. Es una preocupación posterior. El Derecho al Olvido, no tiene ganadores fáciles porque no hay una parte que automáticamente tenga razón, es la tensión entre el derecho a mantener un recorrido vital no condicionado por la accesibilidad instantánea y no controlada por nosotros frente a garantizar el derecho a la información y protegerla de la censura. Es un gran riesgo poner a Google en la posición de tener que decidir qué se puede preservar y qué no, sería un ejercicio de censura. Si los que tienen poder controlan el perfil público y su rastro digital, perdemos capacidad de intervenir en el debate público. Cuando la Unión Europea obliga a aceptar el Derecho al Olvido, Google pone en evidencia que muchas de las cosas que desaparecerán son artículos de prensa… y es lo más parecido a un sistema de control de los medios. Aunque la UE prevé excepciones, una noticia siempre está protegida por la libertad de prensa y expresión y debería seguir siendo accesible.
Los algoritmos los hacen personas y las personas pueden tener intereses, se pueden orientar las búsquedas…
Uno de los grandes problemas es que los algoritmos que emplea un motor de búsqueda son cajas negras. El sistema funciona con principios que no son revisables, no puedes presentar una apelación al page rank de Google que clasifica los resultados en una página de búsqueda porque el proceso no es transparente –sólo Google entiende qué factores se evalúan– y no está sujeto a revisión. De la misma manera que no lo está el timeline de Facebook. Surge la sospecha de qué grado de escepticismo debemos mantener hacia los principios de ordenación de los procesos.
Darknet, la red oculta, ¿sería un espacio de libertad digital tanto para lo bueno como para lo malo?
Los discursos de libertad absoluta en internet están desfasados. Darknet, es muy romantizable, por querer recuperar los valores casi anarco libertarios, pero la noción de internet como espacios autónomos auto-organizados ha caído. La máquina de vigilancia del Estado interviene más allá de la capa de los protocolos técnicos, está en la capa de la infraestructura, del cable, de los servidores en los que se almacenan los datos y son extraíbles. Para entender el espacio digital se ha de ver como un campo de batalla ideológico y jurídico como todos los demás.
¿Legislativamente vamos un paso atrás respecto a internet?
La década pasada fue la de la tecnología y esta es la de la política. Vivimos una onda expansiva de leyes que regulan el acceso a datos y de los derechos de retención por parte de las administraciones. Rusia obliga a que los datos de sus ciudadanos estén alojados en servidores rusos para “protegerlos” del control de otros estados. O, como dicen los disidentes, para tener un acceso más directo sobre la actividad de sus ciudadanos. Inglaterra intenta aprobar una polémica ley acerca de los derechos de retención y acceso a datos por parte del gobierno… Justamente en esta capa jurídica está habiendo toda clase de conflictos y comenzamos a crear el marco regulatorio de convivencia en el que nos tendremos que mover. A pesar de todo, en internet el código es la ley y ahora estamos en la fase de generar una ley que interactúe con el código informático para delimitar cuales son los marcos.
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