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ENTREVISTA Autor de 'La política de las emociones'

Toni Aira: “Díaz Ayuso parece vivir en una constante huida hacia adelante”

Toni Aira es doctor en Comunicación Social y Política.

Neus Tomàs

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En 'La política de las emociones' (Arpa editores), Toni Aira repasa con ejemplos concretos cómo los sentimientos cada vez más gobiernan el mundo. Este experto en Comunicación Política avisa de que para muchos dirigentes el único propósito es ganar elecciones aunque ello implique mentir, como es el caso de Donald Trump, o instalarse en la confrontación permanente, como hace Isabel Díaz Ayuso.

Aira es de los que defiende que la llamada nueva política no merecía tal calificativo y que en todo caso ha envejecido rápido. Y preguntado por si en España tenemos algún Justin Trudeau, un dirigente preocupado por agradar, responde que el más parecido sería Pedro Sánchez.

El propósito de este libro es explicar cómo los sentimientos dominan el mundo y también la política. ¿Tanto gas emocional no es perjudicial para gobernar y más en momentos tan complejos?

Lo que demuestra es que esta manera de hacer política quizás sirve para ganar campañas pero no necesariamente para gobernar. El libro intenta alertar de que la utilización excesiva de sentimientos, de ese gas emocional poco práctico y poco ligado a las soluciones reales, tiene un punto de colapso en momentos tan graves como los que vivimos ahora. No es un proceder que se dé solo aquí sino que tiene réplica de punta a punta del globo. 

Empecemos por Trump. Uno de sus exjefes de comunicación Sean Spicer, para justificar que mintiesen al afirmar que la toma de posesión del republicano había sido más seguida que la de Obama, soltó aquello de que a veces se puede estar en desacuerdo con los hechos. Antes a esto se le llamaba mentir.

Y confío en que ahora también. Lo que pasa es que los mentirosos no lo describirán de esta manera. Trump y su administración se aprovechan de este contexto en el que vivimos, en el que hay tanto acceso a la información como a la desinformación. Somos una generación que hemos tenido más acceso que ninguna otra a la educación y a la información, pero a la vez tenemos más acceso que nunca a la desinformación. Es un cóctel con el que juega muy peligrosamente el populismo. 

Vamos con Boris Johnson. Uno de sus grandes estrategas, Dominic Cummings, está obsesionado con las filtraciones a la prensa. ¿Su objetivo es ejercer el máximo control sobre la información, adelantarse a la prensa?

Él es de la teoría, a menudo avalada por los hechos, de que quien pega primero pega dos veces. Es como ese eslogan publicitario de hace ya una década en el que se decía que en las distancias cortas la primera impresión es la que queda. La mayoría de la ciudadanía tiene una aproximación a la política muy transversal y cuando le dedica un instante de su atención acostumbra a ser en clave de conflicto y durante poco tiempo, como casi todo es ahora en nuestras vidas. Cummings intenta ser el primero en fijar el marco, que los otros no se le adelanten, para no ir a rastras.

¿En España hay alguien que intente utilizar este sistema?

Lo intentan todos.

¿Y que lo consigan?

Siempre quien gobierna tiene más capacidad de marcar agenda. Es más fácil que pueda construir hechos que sean noticiables. El problema está en que hay pocas cintas que cortar y que la oposición ha encontrado un estilo en el que si no puede construir se opta por destruir a base de noticias en negativo. 

La antítesis del desaliñado Johnson sería Justin Trudeau. Usted define al primer ministro de Canadá como el que mejor personifica la importancia del like, el del político que quiere gustar. ¿En España tenemos algún Trudeau?  

Creo que Pedro Sánchez es el político que más se le aproxima. Es un personaje que tiene presente la importancia de gustar, no solo en fondo sino también en forma. Atendiendo además a que su lectura es que la distancia entre un factor y otro se ha acortado muchísimo. 

En el libro recuerda que Pablo Iglesias llegó a decir que hacer política de verdad se hace en los platós de televisión y en los periódicos. Pero ahora viendo algunas de las portadas que le dedican y escuchando algunas tertulias igual preferiría que solo existiesen los parlamentos.

Sobre todo porque entonces no tendría tanta atención de la opinión pública. En el libro intento describir un sentimiento ligado al 'momentum' de cada político. En el caso de Podemos hace referencia a su emergencia, en un momento de crisis económica, con el impulso de los indignados, ellos supieron recoger un sentimiento de ganas de cambio, de pasar página de lo que definieron como 'la casta'. Todo aquello daba titulares, era un buen reclamo mediático. Luego eso se ha ido diluyendo, ellos han pasado a formar parte de las instituciones y eso acarrea que ya no puedes actuar como un alternativo.

Dedica un capítulo a Ada Colau y subraya lo que califica de “intuición mediática” de la alcaldesa de Barcelona, es decir, saber qué gustará a los medios. ¿Eso es vieja o nueva política?  

Eso es política a secas. Si una cosa ha caído en estos últimos años es la etiqueta de nueva o vieja política. Si existió lo que nos vendieron como nueva política parece haber envejecido muy rápido y mal. Ellos supusieron la entrada de personas que no habían formado parte del entramado institucional y político del régimen del 78 o de sus herederos, pero más allá de una renovación de caras su incidencia real sobre el proceder de la política ha sido escaso. Al final acabas viendo más tics de la política de siempre en los representantes institucionales de Podemos o los comuns que al revés. Colau sigue teniendo esa intuición mediática y lo demostró cuando en el espot de campaña contrapuso a la Colau activista con la que es alcaldesa. Me pareció una genialidad.  

Esta semana ha habido un cierto revuelo porque la ministra de Igualdad, Irene Montero, es portada de la revista Vanity Fair. ¿Qué le parece?

Es un debate que en el caso de las mujeres que han protagonizado este tipo de reportajes siempre ha sido artificial. En la revista Zero hubo portadas con posados de políticos como Alberto Ruiz-Gallardón o José Luis Rodríguez Zapatero y no se montó tanto revuelo. Cuando se trata de las mujeres se evidencian algunos handicaps que tenemos aún como sociedad y en el caso de Irene Montero se agudizan porque aparece una mal definida animadversión hacia lo que señalaba hace un tiempo ella respecto a la política clásica. Por un cierto efecto rebote, cuando ella procede con maneras de hacer de los políticos de siempre de quien recibe más críticas es de los que lo han hecho toda la vida. Me parece especialmente hipócrita.

Otro político que analiza es el de Puigdemont y lo describe como un líder bandera, esos candidatos que en sí mismos son el mensaje de una oferta electoral. ¿Él es más que un partido?

Su gran capital es haber ganado unas elecciones contra pronóstico. En diciembre del 2017, a 3.000 quilómetros de distancia, y contra una ERC que estaba en su mejor momento, él gana las elecciones. Ahí, junto a la aplicación del 155, su salida de España, todo eso contribuye a crear un liderazgo que sobrepasa las fronteras clásicas del espacio convergente. Son los llamados partidos chupa-chup, con una cabeza muy grande y una estructura muy delgada. Antes, con Pujol, Felipe González o Maragall, existían grandes liderazgos con estructuras de partido. Hoy en día, más allá del líder, ¿qué hay en estas direcciones? 

Un nombre que no puede faltar es el de Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de Madrid antes se dedicó a la comunicación política. ¿Diría que todo lo que hace y dice responde solo a un interés mediático? 

Ayuso es un buen ejemplo de dos cosas. La primera es que un buen cocinero no necesariamente puede ser bueno presentando el plato en sala, es decir, ella podía ser buena asesorando en comunicación pero como presidenta ha demostrado sus limitaciones. Y la segunda, como se ha demostrado en la crisis del coronavirus, es la diferencia entre los que son candidatos o representantes institucionales y los que son líderes. Ella es presidenta, pero la crisis del coronavirus ha demostrado que no lidera.

Da la sensación de que tapa una provocación con otra y que más que rehuir la confrontación, lo que hace es buscarla.

Parece vivir en una constante huida hacia adelante. Es una actitud bastante paradigmática del tiempo en que nos ha tocado vivir, en un presente continuo, actuando con un 'carpe diem' constante, como si no hubiese un mañana. Se busca una intensidad para impactar, conectar por la vía emocional provocando grandes adhesiones o grandes rechazos que polaricen. Es el 'ellos o nosotros' permanente para decantar una parte importante del electorado. Una cosa es estar todo el rato en una carrera electoral y otra es intentar construir algo desde partidos o instituciones. Díaz Ayuso es un ejemplo de lo primero.

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