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“Hay muchos refugiados que padecen Síndrome de Ulises”

Joseba Achotegui es psiquiatra y está especializado en migración y transculturalidad.

Blanca Blay

Joseba Achotegui, psiquiatra, lleva años estudiando y tratando la relación entre migración y salud mental. A principios de los noventa participó en la fundación del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona, que dirige él mismo. También es el director del Curso de Postgrado “Salud mental e intervenciones psicológicas con inmigrantes, refugiados y minorías” de la Universidad de Barcelona y ha sido premiado por su labor con inmigrantes.

Una de sus contribuciones a éste ámbito ha sido el de poner nombre al sufrimiento psicológico del migrante. “Al ser una sintomatología diferente surgió la idea que había que darle un nombre que no fuera el de enfermos”, explica el psiquiatra. Inspirándose el clásico de Homero La Odisea, Achotegui bautizó el Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple como Síndrome de Ulises.

El SAPPIR del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona se fundó en 1994. ¿Por qué en ese momento?

Nos dimos cuenta de que empezaba a llegar una nueva migración. España entró en la Comunidad Económica Europea y Francia reaccionó con un control más estricto de las fronteras por la crisis del petróleo. Estos y otros factores dieron lugar a que marroquíes que pasaban por aquí de repente se quedaran y también empezaron a llegar personas de distintos países de América Latina al estallar la crisis de la deuda. El paisaje humano era distinto, había más gente de otros sitios y muchos no tenían atención sanitaria. Empezamos a organizar alguna conferencias y salió la idea de organizar algo a nivel de salud mental. De ahí surgió la idea de crear el SAPPIR el año 1994.

A lo largo de estos 25 años hemos ido viendo el cambio que se ha producido en la migración. De ahí que el 2002 plantee el concepto del Síndrome de Ulises, porque me dí cuenta que estaba cambiando completamente la migración: al principio venían en mejores condiciones, después empezaron a llegar en patera y asustados.

¿Cuáles eran las necesidades detectadas entonces?

Las personas que veíamos en los noventa tenían problemas más bien culturales: llegaban aquí y tenían algunas dificultades de adaptación. A partir del 2000 los problemas son sociales porque aparece la figura del indocumentado, las familias se rompen, la gente tiene miedo, se siente indefensa... Todo ha cambiado tremendamente.

Como decía en el año 2002 plantea el concepto del síndrome de Ulises o el síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple. ¿Por qué Síndrome de Ulises?

Con el cambio migratorio cambiaba también la problemática. A partir del 2000 empezamos a ver problemas de estrés, miedo... y un día me vino la imagen que lo que me explicaban los pacientes era lo que se cuenta en la Odisea. Eran gente sola, indefensa.

¿Cuáles son los síntomas de un migrante con Síndrome de Ulises?

En el Síndrome de Ulises los síntomas son sobre todo insomnio, cefalea, fatiga... es un cuadro de estrés, no una enfermedad. Al ser una sintomatología diferente surgió la idea que había que darle un nombre que no fuera el de enfermos.

En su investigación dice que hay siete duelos migratorios. ¿Cuáles son?

Sí, planteamos que hay siete duelos en la migración: la familia, la cultura, la lengua, la tierra, el estatus social, el grupo de pertenencia y los riesgos de migrar. Esto lo vive todo inmigrante pero los que tienen Síndrome de Ulises viven esto al cuadrado. Cualquier inmigrante lo nota y hay que hacer un esfuerzo para adaptarse, por eso se llama duelo, pero en los casos de inmigrantes en situación extrema todo esto se vive de un modo mucho más radical.

En la actual crisis de refugiados, muchos o todos son casos de situación extrema.

Todo el mundo que se desplaza a otro lugar es inmigrante y los refugiados son un tipo de inmigrante en condiciones muy difíciles. También hay muchos que no se les reconoce como refugiados e igualmente viven condiciones muy difíciles pero sí que hay muchos refugiados que tienen Síndrome de Ulises, cuadros de miedo e indefensión. Algunos enferman mentalmente y algunos viven estos cuadros de estrés.

¿Cómo afecta este proceso a los jóvenes y a los niños?

El Síndrome de Ulises también está descrito en niños. Estos lo viven en peores condiciones porque están en un proceso de crecimiento y maduración y vivir una migración extrema les afecta profundamente y les desestructura. Se rompen las familias y para los niños es todavía peor que para los adultos, que son personas con más recursos y con un 'yo' ya formado.

Al menos 10.000 niños refugiados no acompañados han desaparecido después de llegar a Europa según la Europol, ¿qué pasa con ellos?

Las situaciones malas siempre pueden empeorar: puedes estar asustado, solo, enfermo, amenazado... por desgracia todo es susceptible de empeorar y los niños que ya están solos y sin protección evidentemente viven en unas condiciones tremendas porque necesitan un medio estable para madurar y no lo tienen.

¿Estamos preparados para hacer frente al momento que vivimos? En la última jornada organizada por el Institut Docent i de Recerca del Sant Pere Claver se pidió más profesionalización en los servicios de atención médica y psicológica y servicios sociales.

Del mismo modo que para atender una mujer embarazada o un diabético los profesionales de la salud se forman, para atender una persona con otra cultura y con unas circunstancias muy diferentes a las del autóctono, hace falta una formación. Que no haya esa formación no deja de ser una forma de desvalorización para estas personas. No puede ser que a un refugiado o a una persona que viene de unas condiciones culturales muy diferentes se le atienda como buenamente se pueda, eso no deja de ser una forma de discriminación. Se merecen una atención de máxima calidad y tienen derecho a exigirla.

Si finalmente llegan a España los refugiados que estaban previstos, espero que se les pueda atender bien. Lo que me preocupa es que aquí somos de hacer las cosas con mucho corazón pero poca previsión. Está muy bien recibir con los brazos abiertos pero no podemos tener un programa para seis meses porque lo que puede pasar entonces es que falten recursos.

¿Hay algún país o programa modélico en ese sentido?

Sí, los países nórdicos o Alemania son un buen ejemplo en el sentido que se programa mucho más. Un refugiado no viene para dos semanas y los conflictos y las crisis, por desgracia, duran varios años.

¿Cómo puede influir una buena atención en la superación de esos duelos?

Pues mira me viene ahora el caso de una familia, como tantas que hay, que han estado rotas. En España una reagrupación familiar tarda unos ocho años. Ocho años es toda la infancia de un niño, es romperle totalmente la columna vertebral de su infancia. El caso que recuerdo es el de una familia de Honduras que el niño tenía cinco años cuando su madre se marchó para venir a España. Empezó a trabajar, tardó mucho en conseguir los papeles, etc. Finalmente el niño, ahora ya con 13 o 14 años, puede venir a España pero cuando llega se siente completamente abandonado por estos años sin su madre. Afortunadamente estos son casos que tienen buen pronóstico: el niño y la madre sufren porque quieren comunicarse y no pueden y se juntan la rabia y la culpa. Nosotros, al hacer un poco de mediadores, de pegamento, funciona. Hay casos que hemos visto aquí que han sido muy exitosos, son procesos que son agradecidos.

¿La culpabilidad en aquellos que deben dejar atrás familiares es algo que se arrastra a nivel psicológico?

Esto se ve, por ejemplo recuerdo una refugiada siria que vi hace unas semanas aquí que se sentía mal porque su familia estaba allí. Son procesos complicados, todo el mundo sufre mucho, es generar una red de problemas muy grande.

En los campos de refugiados, en Grecia por ejemplo, estos deben enfrentarse a menudo a sentirse sujetos pasivos puesto que no les permiten involucrarse en la autogestión del campo, la compra de comida u otras tareas, que se adjudican a voluntarios. ¿Esto puede generar también un nivel de frustración?

Una persona necesita mantener una imagen de dignidad, de autoestima. Lo que no es bueno es infantilizar a la gente y tenerla allá en una especie de limbo o stand by. Es bueno que las personas refugiadas o cualquier persona que vive una situación de este tipo mantengan una autonomía. También hay que entender que no es un trabajo fácil, no es un puro paternalismo, pero se tiene que trabajar de una manera que tenga en cuenta que el otro no es un objeto de caridad, es una persona.

En el caso por ejemplo de refugiados sirios, muchos deben enfrentarse, además de al propio proceso, a aceptar una ocupación (en el mejor de los casos) de baja calificación en relación a la formación que uno tiene.

Sí, hay muchos estudios que dicen que todos los inmigrantes refugiados que llegan, que tienen un abanico de unas 200 profesiones, aquí acaban haciendo cuatro: cuidar ancianos, limpieza...al principio lo aceptan pero cuando pasa el tiempo es un impulso muy humano frustrarse. La gente que ya tenía un estatus relativamente bajo en su país de origen y aquí también no lo nota tanto. Diferente es para quienes vienen de profesiones en su país con un estatus más alto, por ejemplo de ingeniero o profesor.

Por último, ¿qué repercusiones crees que puede tener para la salud mental de las personas migrantes el auge de discursos antimigración como los de Trump?

El inmigrante aquí es un poco superviviente, alguien que va luchando y que no mira tanto este tipo de discursos... sin embargo en Estados Unidos es un poco diferente. En España el inmigrante no tiene una visión tan politizada, tiene una visión más individual. Hay muchas maneras de migrar, se puede migrar en buenas condiciones o en malas condiciones. Pero malas condiciones no es solo el que está en un campo de refugiados sino también el que no puede entrar en Ceuta o Melilla o vive aquí indocumentado y no hay manera de salir adelante.

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