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El orden divino

Captura de pantalla del tráiler

Lorenzo Sentenac

Médico —

El “orden divino” es un concepto que une a la idea de jerarquía la pureza de las formas geométricas, de ahí que Dios sea varón y habite en un triángulo. Según este esquema platónico, la mujer siempre será una curva imperfecta, imposible de encerrar en un círculo perfecto, muy distante del polígono hierático y frío con que representamos la divinidad. Esto explica que la serpiente del jardín primigenio, también sinuosa e inasible, tentara a Eva, más curiosa y atrevida ante el misterio del Árbol, que a un Adán empanado por el fútbol.

El “orden divino”, según esta forma de ver las cosas, es además de divino imperturbable, y por ello todo cambio supone un riesgo de desorden que niega la mayor: es decir, que ese sea el plan definitivo y que Dios sea su artífice infalible. “Eppur si muove”, y sin embargo se mueve. Las esferas celestes, las curvas terrestres, y los conceptos humanos, nada permanece igual y todo cambia. Un orden sucede a otro sin que se pueda negar la realidad del cambio, como ya adivinó Heráclito y confirmó Darwin.

Es la corriente del tiempo, la corriente de la vida, que lejos de ser de una rigidez matemática es de una dulce plasticidad. Y luego está el hecho extraordinario, paradójico si se quiere, de que el varón, como también Dios a su imagen y semejanza, tenga pezones -aunque estériles, eso si- que ya lo descabala todo y rompe toda frontera nítida entre el cielo y la tierra, lo masculino y lo femenino, el Yin y el Yang. Así no hay jerarquía geométrica posible. Una metáfora que el símbolo del Tao expresa mejor con sus curvas abrazadas y zonas compartidas.

A nuestra presunción posmoderna puede sugerirle una sonrisa condescendiente pensar que hubo un tiempo en que los más sabios de los sabios en el orden divino, afirmaban que la mujer no tenía alma y sin embargo los hombres (a pesar de sus pezones atrofiados) sí. Cosas del pasado, podríamos pensar, pero lo cierto es que en 1971 las mujeres de Suiza no podían aún votar, o bien porque no tuvieran alma, sede divina de las ideas, como opinaban los teólogos rancios, o bien porque teniéndola no interesaba que la expresaran, como opinaban (y aún opinan) muchos modernos retrógrados.

El “Orden divino” es también el título de una película sobre mujeres hecha por mujeres, y trata sobre esto, sobre la prohibición existente todavía en 1971 en Suiza (Europa) que impedía que las mujeres de ese país pudieran votar o decidir su propio destino en cuestiones tan importantes como el trabajo, etc., etc., estando por tanto supeditadas a la decisión, quizás interesada, quizás arbitraria, en todo caso ajena, del varón, hecho que puede sorprendernos ahora, que vemos con cierta normalidad que la mujer vote, aunque seguimos viendo, también con cierta normalidad, que ante un mismo trabajo la mujer no reciba un mismo salario.

Argumentaban algunos varones (y mujeres) suizos por aquellas fechas, que si los extranjeros no podían votar en Suiza, las mujeres, como extranjeras y desterradas del orden divino, tampoco debían hacerlo. Lo dicta la Biblia. La heroína de la película, herida en su dignidad más íntima y reacia a compartir la injusticia pactada y consensuada, al principio sola, muy sola, luego poco a poco acompañada por más mujeres (no sin la oposición de otras mujeres, sacerdotisas del orden divino), logra contra corriente y en un medio rural, una victoria de la razón y el derecho contra la geometría inhumana del poder. Eso también es civilización.

Pude ver esta película el día 7, en el cineclub de Toledo (sala Thalía) en la víspera por tanto del 8-M. Todos éramos conscientes de la huelga programada para el día siguiente y en la presentación previa a la proyección se hizo referencia a la cita. Entre el público, hombres y mujeres, o mujeres y hombres. Emociones compartidas, risas cómplices, y al final aplausos. Un día después se manifestaban las mujeres para poner en cuestión, una vez más, el “orden divino” de los hombres. Lo conseguirán.

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