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OPINIÓN | Ana 'Roja' Quintana, por Antonio Maestre

CV Opinión cintillo

Cinco lecciones de Alvise

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No hace ni tres años escribí en este mismo diario a propósito del primer acto de lo que después acabaría siendo Sumar. Entonces se presentaba como Otras políticas y la poco creíble coartada de un encuentro en València sobre la feminización de la política; un guateque al que ya no invitaron ni a Irene Montero ni a Ione Belarra, que entonces eran aún ministras, pero sí a la portavoz de la oposición en la Asamblea de Ceuta. De las protagonistas reales del acto y aquel espacio político en ciernes, solo Mónica García, hoy Ministra de Sanidad, parece a día de hoy tener algún futuro político por delante. A Mónica Oltra ya sabemos lo que le pasó. Ada Colau languidece en la oposición en Barcelona, sin un rol claro; y ayer mismo Yolanda Díaz, que hace un año definió Sumar como un proyecto a una década vista, abandonó su cargo orgánico. Sic transit gloria mundi.

En aquel artículo hablaba del choque entre este visto lo visto fugaz avatar de la gauche divine con el incipiente descontento social por la inflación, en concreto de los transportistas que habían ido a protestar a la puerta del acto; la eclosión de un malestar que, vista la experiencia comparada europea, tenía muchos números de acabar rentabilizando la ultraderecha. Lo que ha pasado desde entonces en buena parte de la Unión Europea se ha movido en esta dirección: una derecha radical con un discurso tan agresivo como fresco ha sabido mimetizarse en las luchas sociales y combinar el malestar con la austeridad, los tratados de libre comercio o la inflación galopante con su propia agenda sobre el feminismo, la inmigración y la seguridad ciudadana. La aparición de Aliança Catalana y Se Acabó La Fiesta en los últimos comicios catalanes y europeos ha aportado al fin un estilo ultraderechista homologable internacionalmente: con lenguaje directo, temáticas y perfiles de liderazgo a la vez sociológicamente distintos a las élites tradicionales españolas, capaces de horadar el abstencionismo y otros espacios políticos. Es decir, todo lo que Vox no ha conseguido ser hasta ahora.

Los resabidos opinólogos de cierta edad que han coincidido en despreciar los 800.000 votos de Alvise como un caso de frikismo comparable a Ruiz Mateos ignoran el hecho que este se presentó justamente en el cénit de su popularidad y conocimiento ciudadano; en el caso del líder de SALF es justo al revés, y es a raíz de su éxito electoral que su exposición en medios tradicionales que hasta ahora le habían ignorado se ha multiplicado exponencialmente. Alvise no ha escondido que su objetivo son las elecciones generales; y lo cierto es que con los números de las europeas en provincias pobladas que reparten bastantes escaños -Madrid, València, Alacant, Málaga, Sevilla, etc- podría asegurar la presencia en el Congreso de un grupo parlamentario pequeño pero ruidoso. Y esto solo sería el principio.

La izquierda realmente existente en su diván de debates existenciales puede ignorarlos como representantes del machirulismo y el pasado -como hicieron los supporters del proto-Sumar en 2021- o compartir en Internet estadísticas sobre empleo y crecimiento del PIB atribuyendo el malestar social a la desinformación -el enfoque preferido de PRISA y el PSOE. Existe una tercera posibilidad, que es la que intentaré esbozar: en el contexto de los debates de la enésima refundación de la izquierda ¿podemos aprender algo del auge de la nueva extrema derecha, más allá del rechazo que nos produce? Y en homenaje a todas y todos los que creen que todo esto lo arregla la educación, lo he dividido en cinco cómodas lecciones.  

Primera: Show me the money. Es un debate clásico de la izquierda el de la relación entre partidos y medios de comunicación, pero, aún con con la gran cantidad de políticos de todo espectro que provienen de o han acabado ejerciendo el periodismo, el debate ha quedado un poco anquilosado en categorías del pasado. En la izquierda se ha tendido a asumir que los diferentes opinadores de derechas están al servicio del PP y de Vox. El caso más influyente de entre ellos, Federico Jiménez Losantos, que tiene su propia agenda y es capaz de marcar límites al PP, seria un buen contraejemplo avanzado a su tiempo: abandonó la cadena COPE y fundó su propia radio, lo que le ha dado mucha más independencia editorial que la que tenía en su momento. Y muy al contrario de lo que pensaban sus ilusos enterradores en la Conferencia Episcopal, su influencia en el ámbito de la derecha no ha ido a menos, sino a más.

Alvise, como Javier Negre, Un Tío Blanco Hetero, Cristina Seguí o Juan Ramón Rallo son ejemplos de lo mismo, adaptados a los códigos de internet y que funcionan y se financian a través de su propia comunidad de seguidores. Aunque la propaganda de las paguitas y los chanchullos de las administraciones públicas del PP y Vox tiene recorrido hasta cierto punto, no explica toda la fotografía. Alvise, por ejemplo, tiene abierto un Patreon -con más de 600 donantes recurrentes- y tiene fijado en su canal de Telegram su cuenta bancaria y de Bizum para recibir donaciones. En el contexto de la crisis del negocio tradicional de la prensa, marcada por la publicidad institucional y los eventos de empresa, esto da a estos perfiles una gran independencia y capacidad de maniobra que no tienen los grandes medios. La gran mayoría de sus equivalentes progresistas viven de sus colaboraciones en radios y televisiones convencionales, lo que les lleva a discursos mucho más complacientes y limita seriamente su independencia; y no tienen una actividad comparable en redes sociales. Hay pocas o casi ninguna excepción: Canal Red, es en esencia un órgano de partido e Iglesias ejerce -y cobra como- tertuliano en varios medios convencionales; el único caso homologable a los opinadores de la derecha a día de hoy sería Facu Díaz y su canal de Twitch.

Segunda: Comunidad. Aunque Alvise tiene cuentas en casi todas las plataformas y redes sociales digitales, el plato fuerte es su canal de Telegram, que tiene más de 520.000 suscriptores, cerca de los 640.000 que tiene Donald Trump. Vox, su más directo competidor en el Telegram político español, apenas pasa de 44.000; Podemos, el siguiente, unos 20.000. Gracias al juez Pedraz ya sabemos que en Telegram no hay apenas cortapisas al contenido que se puede publicar, y que es muy difícil de controlar por parte de los gobiernos, por la densa red de servidores proxy que garantizan el acceso. La comunidad se movió ahí por los riesgos que entrañaba la cuenta de Twitter/X de su creador -que le han cerrado varias veces- y demostró ser un acierto, convirtiéndose en el principal espacio de difusión de su creador.

A diferencia de los partidos o los medios tradicionales -incluso de los que tienen una comunidad activa de suscriptores de pago- y que el volumen de publicaciones y actividad sugiere un trabajo de equipo y no individual, la estética del canal de Alvise está muy trabajado para dar sensación de improvisado, contracultural y dar mucho protagonismo a la comunidad, a los miembros de la cual denomina “ardillas”.

En el canal de Telegram todas las publicaciones tienen disponibles las reacciones y se pueden comentar libremente. Y, bien sea él mismo a partir de mensajes programados -Telegram da mucha facilidad para ello- o un esfuerzo de la gente que tiene contratada, hay actividad durante prácticamente todo el día y la noche. No paran de aparecer informaciones que parecen de urgencia -siempre hay un tono de ansiedad, se llega tarde a salvar España-, plantea retos a sus seguidores, les pide información sobre temas o personas concretas, que hagan fotos, que esperen a algún cargo en el aeropuerto o a la puerta de su casa. A ratos recuerda más a Jijantes, el canal de Twitch de Gerard Romero con sus suscriptores persiguiendo a futbolistas y directivos por la calle, que a un medio o una plataforma política. Es más: aparte del canal en sí hay toda una comunidad amateur, el más destacado de los cuales es un chat de Telegram con más de 60.000 personas hablando constantemente sobre Alvise, los contenidos y su canal y ahora, los de su agrupación de electores.

Comparen con las condiciones de acceso de la comunidad de un medio o ya no digamos un partido de izquierdas: todo absolutamente jerarquizado, la comunicación y las redes sociales en manos de periodistas profesionales o liberados; y la interacción, por supuesto, se reduce a comentarios moderados, una versión digital de las viejas cartas al director.

Tercera: actos actrativos. Alvise da mucha importancia a los actos, que aunque cuidadosamente planeados tienen la misma estética keep it cutre que su comunicación digital. Asumiendo que en la sociedad fragmentada actual la mayoría de la comunicación es online y los actos presenciales son para convencidos, Se Acabó La Fiesta entiende sus actos como “quedadas” de la comunidad construida en las redes, una experiencia de desvirtualización para hacer amigos en una época marcada por la soledad no buscada. Además de reforzar su relato de personas sencillas luchando con pocos medios contra las élites globalistas, las quedadas sirven para cuestiones prácticas como repartir las papeletas de voto; el tipo de actividad que los partidos tradicionales reservan al mailing pagado.

Comparemos con el clásico mitin, el congreso o el podcast en directo del medio afín de carácter progresista: el asistente está en una silla en un papel pasivo, sin ningún rol reservado ni acceso al micrófono mientras los profesionales a sueldo se encargan de la producción del acto. En el poco probable caso de que se llegue sin conocer a nadie... ¿qué facilidades se les dan para construir afinidades personales y políticas allí?

Cuarta: unidad vs crecimiento. Los datos del CIS apuntan a que, aunque la mayoría de los votantes de SALF vienen de Vox y el PP, hasta un 40% de los votantes de la nueva formación viene directamente de la abstención. Mientras la izquierda se pasa la vida en el fetiche de la unidad y la reconciliación familiar -reconciliarse con Podemos antes que con la gente que se ha ido a la abstención- la derecha es capaz de ampliar espacios mirando adonde no mira nadie: como decíamos antes, entre la gente aislada que tiene una demanda de comunidad y dar sentido a su existencia. Esta independencia económica y estratégica permite explorar nuevos caladeros sociales, experimentar con tipos de discurso e introducir nuevas cuestiones en el debate público -lo que se dice “mover la ventana de Overton”, es decir, aquello de lo que se habla en la esfera pública. Alvise explora temáticas fuera de la agenda de la derecha tradicional española: la seguridad ciudadana carcelaria a lo Bukele, las conspiraciones al estilo QAnon o la islamofobia, tres temas ausentes o con poco protagonismo en el discurso de PP y Vox. El activismo callejero y mediático de ultraderecha ya ha conseguido cambiar la orientación del PP de Feijóo hacia un tono más beligerante y agresivo, así como disipar el riesgo de pacto con los nacionalistas moderados, que diluiría el protagonismo de su espacio; ahora, también ha acabado con su sueño de reunificar el espacio a su derecha a corto y medio plazo.

Es paradójico que en el campo de la izquierda sea justo al revés: todos y cada uno de los partidos supuestamente más radicales o a la izquierda del PSOE exhiben una gran retórica de responsabilidad para parar a la extrema derecha y mantenimiento del Gobierno, mientras es el PSOE el que confronta con tono agresivo y plantea las elecciones en términos plebiscitarios de brocha gorda.

Quinto: populismo o gobernismo. Alvise mantiene un tono muy agresivo, que recuerda al de Milei en cuanto a la casta política, la corrupción y la limitación de sueldos y gasto público en la materia; recuerda mucho, aunque en versión histriónica a aquella “¿Cuando fue la última vez de votaste con ilusión?” del Podemos de 2014 en que un joven Pablo Iglesias se presentaba como aire fresco frente a gente del PP y PSOE que llevaba toda la vida entre política profesional y puertas giratorias. Hoy para la izquierda ya no la ilusión sino toda emoción tiene mala prensa y es el territorio de la extrema derecha; su territorio es la ilustración, las políticas públicas y la gestión administrativa; aunque siguen en pie el 135 de la Constitución, la Ley de Estabilidad Presupuestaria y no ha cambiado la financiación autonómica ni municipal.

Alvise ha visto el hueco: Vox ha perdido fuelle entrando a gobernar en autonomías y ayuntamientos con competencias muy menores; el desequilibrio entre discurso y resultados empieza a generar cierto desencanto en su electorado, veremos qué pasa ahora con una tercera fuerza en liza. Quizá ha aprendido o aprenderá de Giorgia Meloni que no entrar en gobiernos como socio menor a toda costa y parecer que tienes algo similar a principios -o hacerlo cínicamente para diferenciar tu producto de tus competidores directos- puede tener premio. Lo que es cierto es que la cuestión antipolítica, más que presente en la sociedad a la que uno escuche una conversación en el bar, en un grupo de amigos o una comida familiar, no ha desaparecido y nadie más la aprovecha, inmersos como están en una deriva ultrainstitucional.

Mientras tanto, en la izquierda este debate no aparece ni se le espera. Los pactos de gobierno con el PSOE ejerciendo como socio menor han llevado a la compañía antes denominada “espacio confederal” a sus peores resultados desde 2008, en caída libre elección tras elección, pero nadie se plantea, aún en el caso de querer seguir apuntalando a Pedro Sánchez con el PSOE y ya con algunos años de experiencia a las espaldas, si se consiguen más cosas desde dentro o desde fuera del Gobierno. La mayor subida del salario mínimo se consiguió con Podemos como socio externo. Ni tan siquiera el Podemos de hoy, expulsado de este Gobierno a patadas, no tiene otra aspiración -y no lo esconden- que volver a tener ministros con carteras menores.

Quizá fuese un debate pertinente, aunque haya que enfrentar el tabú de sacrificar los sueldos de un par de docenas de estrellas del progresismo: el equilibrio entre lo que se consigue dentro con ministerios sin presupuesto, y el erial que se deja fuera, con todo el campo libre para aventureros como Alvise. 

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