Este aparente imposible, esta manifiesta contradicción, este combate contra la ideología ha venido formando parte de un discurso político ideológico que atribuye a la ideología la causa de todos los males, que la contrapone a lo verdaderamente bueno y útil que es la gestión y que por supuesto para ser eficaz debe llevarse a cabo sin mácula ideológica alguna.
Es un discurso político contra la política a la que se acusa de estar ideologizada, un discurso contra la democracia que nos distrae con sus contradictorias propuestas, sus tensiones sociales, sus distintos intereses que nos llevan al caos, la ineficiencia, la pérdida de oportunidades, y el gasto público que sostiene este gran circo y a sus payasos, los políticos.
Porque las mejores y más bellas palabras, aun cuando estén detrás de las mejores intenciones, todo lo acaban empeorando; pues nos llevan al ciento volando o al olvido de que con el pan no se juega y que las utopías son zanahorias que conducen al burro por otros medios. Si además resulta que no solo no hay benéficas e ilusorias intenciones, sino añagazas para el engaño, el golpe político contra la política es de KO.
En palabras atribuidas al dictador Franco, ¡ese gran gestor!, “haga como yo, no se meta en política” porque claro está que el nacionalcatolicismo no era ni es ideología, es lo que Dios manda.
La modernizada y puesta al día ideología contra la ideología nos dice que el feminismo, el humanismo migratorio, la lucha contra el cambio climático, los derechos LGTBI+, el pacifismo, la diversidad o la justicia social y la igualdad de oportunidades que proporciona el Estado de bienestar son, en el mejor de los casos, buenismo insustancial y, en el peor, un conjunto de lastres que nos llevan a la ineficacia y al despilfarro porque suponen una carga para los mejores, para aquellos que sin ese peso muerto podrían llegar ¡tan lejos!, los emprendedores.
En parte este discurso, mucho más matizado desde luego y sin cuestionar la democracia, entonces presentado como ideológico sin enmascaramiento y profundamente centrado en lo económico, se llevó a cabo con éxito por Reagan y Thatcher cuando el bloque comunista conducido por la URSS colapsó. Se centraba en los lastres: derechos laborales, sindicatos, impuestos… Pero defendía la democracia contra cualquier dictadura, y en especial la comunista, porque esta demostraba la ineficacia de un igualitarismo que había fracasado frente a un capitalismo triunfante, pero en serio riesgo si los socialistas y sus sindicatos seguían con la deriva contumaz del Estado de bienestar en occidente.
Yo no sé tampoco, Mario, cuándo se jodió el Perú. Pero si creo saber que los cuarenta años de capitalismo sin freno que se inauguraron en la década de los ochenta y que sin alternativa fueron imitados uno tras otro por los Gobiernos socialdemócratas en Europa con distintas nomenclaturas y argumentos –la tercera vía de Tony Blair o antes el gato chino de Felipe González- están detrás de la Gran Recesión del siglo XXI y de las graves consecuencias económicas, políticas y sociales que nos nublan la vista, nos enfrían el corazón y nos calientan la cabeza con nacionalismos redentores.
Esta semana ha sido aprobado el presupuesto de la Generalitat Valenciana con los votos del PP que la gobierna y los de VOX que le dan apoyo parlamentario, pero desde luego y por supuesto, sin ideología. Sin ideología reducen subvenciones para la implantación de los planes de igualdad en las empresas, sin ideología dejan en la mitad los recursos de la Academia valenciana de la lengua, sin ideología actúan contra las organizaciones sindicales, y contra las organizaciones patronales como correctivo (pero también sin ideología), sin ideología reparten subvenciones a los medios de comunicación y deciden donde dejan la mejor parte, sin ideología nos han llevado a votar en los colegios sobre la lengua vehicular, sin ideología nos dicen que somos los padres y no la sociedad representada democráticamente en sus valores los que debemos decidir la educación de nuestros hijos e hijas en las aulas, sin ideología sustituyen una ley de memoria democrática por una de concordia, sin ideología van contra los derechos LGTBI+, sin ideología defienden la prolongación de la vida útil de las nucleares, sin ideología renuncian a impuestos a pesar de nuestra deuda y nuestro déficit que dejan en los bolsillos que están más llenos, sin ideología conducen nuestro modelo productivo a las más bajas tasas de productividad y renta per cápita o sin ideología, por no cansaros, abordan la emergencia climática como las avestruces.
La ideología está definida como “el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.” Y gestionar “es llevar adelante una iniciativa o un proyecto”. Si esto es así y en espera de mejor definición, podemos concluir que de la ideología no se escapa nadie, salvo este modelo de político gestor que se nos ofrece y que inevitablemente debe responder a un proyecto ideológico que lo contrata, que no es el suyo, pero es por el que trabaja. En fin, no esperen que lo admitan, defenderán que gestionar es hacer más con menos, que es hacer que las cosas funcionen, que la libertad es un valor absoluto y le esconderán el privilegiado espacio desde el que lo proclaman, que la igualdad es la del mérito aunque disfruten de la competición con ventajas o que la fraternidad no se impone con leyes, sino que nace de la caridad como un manantial.
Quiero acabar, ingenuo woke, con una pregunta centrada en la gestión a esos ideólogos contra la ideología: ¿cúal es la iniciativa o el proyecto que justifica la gestión de la DANA del 29 de octubre? Algún político gestor llegó a decir que el cambio climático era bueno para el turismo... Lo que nadie puede defender, no ya desde la dignidad de los más elementales principios y valores, sino desde la deontología sin ideología del gestor es el terrible y dramático resultado de aquella gestión, pero ahí los tienen.