Reivindicación del regalo... regalo
Leía el otro día que, según un estudio publicado por la consultora Deloitte en 2019, los españoles, incluidos los adolescentes, se decantan en su mayoría porque les regalen dinero contante y sonante antes que cualquier otro presente. Ya hace siglos los poetas Anselm Turmeda y Quevedo escribieron dos grandes poemas sobre el “poderoso caballero” que es Don Dinero, y como vencía y pervertía a cualquiera en sus actitudes y acciones. Otros autores en novelas también retrataron o caricaturizaron a personajes mordidos por la avaricia, el afán de lucro sin sentido e incluso el guardar las monedas sine die (caso de adicción o ‘dineromanía’, tan grave o más que la ludopatía). Esta costumbre de regalar dinero ha ido aumentando durante los últimos 15 años. Que cada cual regale lo que quiera, por supuesto. Pero no nos engañemos: se están incumpliendo las características simbólicas –y románticas, por llamarlas de alguna manera- que el regalo tuvo en todas las tribus y países durante milenios.
Es cierto que quien prefiere el dinero como regalo lo gastará en algo que le guste o lo ingresará como ahorro. Pero también es cierto que quien lo recibe nunca podrá saber el verdadero aprecio de quien se lo regala, e incluso para este último es una manera expeditiva y fácil de “quitarse el muerto de encima” y quedar bien. Pero nunca sabrá si ha regalado suficiente dinero e incluso puede meter en un aprieto a quien lo recibe pues parecería que el otro, aunque fuese más pobre, tuviera que corresponder con la misma cantidad para quedar bien.
Es por ello que el auténtico regalo tiene fundamentalmente un valor simbólico que traslada a un segundo plano el valor funcional y económico del regalo. Desde un punto de vista psicológico obliga al que regala a haber captado los gustos de la otra persona, y en algunos casos, si no se acierta, puede delatar o ser interpretado como desconsideración, o intento de compra de la amistad de otra persona, más que verdadera admiración, altruismo, solidaridad o agradecimiento: estas últimas serían las categorías que confirmarían que recuerdas a la otra persona. Existe pues un carácter ritual y simbólico en ofrecer el regalo por el regalo y corresponder a él sin que se establezca una equivalencia de precio: el valor está en el detalle. Y esto sirve para personas individuales y para representantes de países cuando se visitan: a ningún presidente se le ocurre en una visita a otro país llevar dinero en efectivo al otro presidente, sino un objeto que representa a su país (sean libros o anchoas).
La psicología social establece cómo, a partir de esta reciprocidad positiva, se estructuran las comunidades alrededor de ese comercio sin beneficio. El espíritu de la cosa regalada –que no hace más que encarnarse en ella- le atribuye un poder mágico de transmisión que quien recibe no puede rehusar, integrándose y articulándose en la sociedad fundándose el vínculo social. Tanto es así que algunos sociólogos consideraron los intercambios entre grupos humanos o entre dos personas una “fiesta”, un “consumir en común”, por la sola satisfacción de intercambiar, lo que conlleva un momento privilegiado en la vida de la sociedad: es el fenómeno social total que deja a un lado el enriquecimiento. Por ello, todas las tribus y sociedades han creado e institucionalizado días marcados en donde es costumbre hacer presentes como muestra de amistad, de amor o de gratitud. Para que ello exista plenamente el otro no debe saber qué se le va a regalar, y, a mi juicio, la frialdad del dinero rompe la intriga, la sorpresa y el encanto: la magia del don recibido. Hay en esta economía del don o del regalo un intercambio y un sobreentendido implícito en el que el intercambio de los objetos no se comercializan o venden, sino que se entregan sin un acuerdo explícito de recompensas inmediatas o futuras. Es en estos obsequios donde se cumple la magia del regalo verdadero, pues el regalo pedido o hecho por obligación es un falso regalo.
Defiendo pues esta forma de entender los regalos o presentes pues, además de todo lo dicho, forman parte de instituciones –políticas, familiares o religiosas- y no propiamente puede caracterizarse como un sistema económico. Hoy en día no es de extrañar que se vaya extendiendo regalar dinero, pues ello entra de lleno en el sistema económico, en la visión filosófico-antropológica del neoliberalismo: “¿Pon tu dinero a trabajar!”, nos venden los bancos: es lo que Karl Marx analizó como la cosificación de las relaciones y la alienación que va impregnando toda la sociedad. Si regalamos dinero queda al descubierto y solidificado sin rubor la mistificación y el fetichismo del capital, y esto de por sí le quita encanto a la operación.
Carles Marco es pedagogo y psicólogo.
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