Estos son los riesgos (y bondades) de leer en el cuarto de baño

John Travolta en el papel de Vincent Vega en la película Pulp Fiction. Captura: ConsumoClaro

Cristian Vázquez

Es sabido que mucha gente aprovecha sus visitas al cuarto de baño para leer, tanto libros, revistas u otras publicaciones impresas en papel como textos en su teléfono móvil. Hay estadísticas que indican que –en Estados Unidos– el 63% de las personas leen con regularidad libros, revistas y periódicos mientras están en el baño, a la vez que tres de cada cuatro personas también suelen usar el teléfono en ese lugar. En el resto de los países desarrollados, es probable que los indicadores sean similares.

¿Por qué leemos en el baño? Las respuestas son diversas. Evitar el aburrimiento es la finalidad más común. Algunos escritores, como Henry Miller, contaron que hubo épocas de su vida en que se encerraban en el baño para poder leer con tranquilidad, sin interrupciones. Roberto Bolaño se encerraba en el baño incluso para escribir.

Georges Perec, en un ensayo de 1985, opinaba que “el retrete sigue siendo un lugar privilegiado para la lectura”. “Entre el vientre que se alivia y el texto –anotó el escritor francés– se instaura una relación profunda, algo así como una intensa disponibilidad, una receptividad amplificada, una felicidad de lectura: un encuentro de lo visceral y lo sensible”.

Leer para relajar el esfínter

El carácter relajante de la lectura llevó a algunas personas a pensar que podía favorecer también la distensión del esfinter anal y de los músculos vinculados con el movimiento intestinal. Es decir, que la lectura podía combatir el estreñimiento. Un equipo de científicos de Israel realizó un estudio con el objetivo de comprobarlo. Lo hicieron a través de encuestas a 499 personas de entre 18 y 65 años, con las cuales pretendieron cubrir todo el espectro social: hombres y mujeres, de pequeños pueblos rurales y de ciudad, trabajadores manuales e intelectuales, estudiantes y personas en el paro.

De acuerdo con esta investigación, publicada en 2009 (cuando los smartphones comenzaban a masificarse), la población que leía en el baño constituía el 52,7% del total. El perfil de los lectores en el baño estaba compuesto sobre todo por personas jóvenes, varones, de educación elevada y con trabajos intelectuales. Estas personas, además, decían pasar en el baño una cantidad de tiempo “significativamente mayor” que los no lectores. Los resultados indicaron que los lectores sí se estreñían menos, pero en este aspecto las diferencias fueron escasas. En otras palabras, la relajación promovida por la lectura no redundaba en una mayor facilidad para la defecación.

Hemorroides y contaminación, ¿riesgos posibles?

Como contrapartida, también hay quienes piensan que leer en el baño podría tener efectos adversos. Una de las hipótesis asegura que leer en el baño podría propiciar el surgimiento de hemorroides. El motivo sería que, al permanecer más tiempo sentado sobre el inodoro a causa de la lectura, el cuerpo genera una tensión más elevada de lo normal sobre la región anal, al mismo tiempo que restringe el flujo de sangre en torno a esa misma área.

En el estudio de los científicos israelíes, no obstante, si bien las personas que leían en el retrete presentaban unos índices de hemorroides algo superiores a los de quienes no leían, estas diferencias eran –al igual de lo que sucedía con el estreñimiento– muy poco significativas. Es decir, los resultados no avalaban la posibilidad de que las hemorroides puedan ser el resultado de leer en el baño.

Otro de los hipotéticos riesgos es el que podría derivarse de la contaminación causada por las bacterias presentes en el cuarto de baño. En este sentido, leer en papel parece mucho más “saludable” que leer en pantallas. Un experimentode científicos de la Universidad de Saarland, en Alemania, comprobó que bacterias como el Staphylococcus aureus –considerado como uno de los patógenos más extendidos y peligrosos de nuestro tiempo– se adhieren hasta con diez veces más fuerza a una superficie hidrofóbica (difícil de penetrar por el agua, como las de teléfonos móviles, tabletas y otros dispositivos similares) que a una hidrofílica (donde el agua entra con facilidad, como el papel).

Por lo tanto, los microbios se sienten mucho más cómodos sobre las superficies de plástico y demás polímeros con los que se fabrican los aparatos digitales. De hecho, en un teléfono móvil pueden vivir hasta 600 tipos de bacterias diferentes, hasta 30 veces más que en un inodoro limpio, donde por lo general no hay más que una veintena de especies.

Así lo revelaron en 2015 científicos de la Universidad de Barcelona, quienes explicaron que esto se debe a que la mayoría de la gente limpia pero no desinfecta esta clase de aparatos (entre los cuales se incluyen otros como mandos a distancia, videoconsolas y teclados de ordenador), mientras que la higiene de los retretes suele cuidarse con mayor esmero.

Pero tampoco por esto hay que alarmarse: los expertos aseguran que lavarse las manos de la manera correcta después de ir al baño es suficiente para eliminar los riesgos de una contaminación peligrosa. Y esto es válido también para quienes gustan de leer mientras su cuerpo expulsa sus residuos naturales.

Aprovechar el tiempo en el baño leyendo

Según Henry Miller, el hábito de leer o no en el cuarto de baño es algo que va más allá del afán de matar el aburrimiento o de evitar ciertos riesgos sanitarios. “La diferencia –apuntó el escritor en 1952– entre la gente que se encierra en el retrete para leer, rezar o meditar y la que sólo acude al mismo para cumplir con sus funciones, es que los primeros siempre se encuentran con algún asunto pendiente y los segundos siempre están listos para lo siguiente”.

En cualquier caso, la lectura en el cuarto de baño también puede ser vista como una forma de aprovechar el día. Stephen King dio un consejo a quienes quieren leer más pero se quejan de que no tienen tiempo: “El truco es aprender a leer a tragos cortos, no solo a largos. Es evidente que las salas de espera son puntos de lectura ideales, pero no despreciemos el foyer de un teatro antes de la función, las filas aburridas para pagar en caja, ni el clásico de los clásicos: el váter”.

Si se estima que una persona pasa, de media, unos veinte minutos diarios sentada en el inodoro, equivale a que está allí diez horas por mes. Dicho de otra forma: cinco días completos de los 365 que tiene el año los dedica a ese ritual. Un lapso nada despreciable, que podría hacer dudar a cualquiera la próxima vez que esté por decir que no lee porque no tiene tiempo.

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