Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.
Política en años de pandemia
Tenemos que acostumbrarnos a pensar en años y no en meses. El lunes lo argumentaba de manera sumamente convincente Margarita del Val. El fin de la desescalada es lo que es y no lo que nos gustaría que fuera. No pone fin a nada, sino que es un paso más en la lucha contra la pandemia. De nada vale hacerse ilusiones.
Quiere decirse, pues, que las elecciones vascas y gallegas van a ser las primeras del primer año de la pandemia, pero, previsiblemente, van a ser muchas más las que se van a celebrar antes de que haya desaparecido o tengamos una vacuna contra el virus que la ha generado.
Está claro que, si no tuviéramos los conocimientos que tenemos, estarían muriendo millones de personas y continuarían muriendo hasta que el virus hubiera agotado su recorrido, como ocurrió en 1918. Pero la vida seguiría su curso sin que se cerraran las escuelas y universidades, sin que se cerraran fronteras exteriores y se impusieran fronteras internas, sin que se cerraran las fábricas ni se suspendieran las competiciones deportivas, sin que se dejaran de celebrar El Rocío o los Sanfermines .
Es el conocimiento científico acumulado el que no permite que eso sea posible. Una vez que se sabe cuál es el virus que está en el origen de la emergencia sanitaria, no se puede dejar de hacerle frente con todos los instrumentos de los que, gracias al avance del conocimiento, disponemos. Es lo que ha ocurrido de forma generalizada en todo el planeta. En cuestión de semanas todas las sociedades han tenido que reaccionar de manera drástica, porque la alternativa a no hacerlo resultaba insoportable.
Como resultado de esa reacción se ha producido un cambio en el día a día a través del cual se expresaba la convivencia entre los seres humanos. El cambio no ha sido político, sino “pre-político”, en las premisas sobre las que se eleva la política. Han cambiado las “rutinas” ciudadanas. De un día para otro, como quien dice, buena parte de los ciudadanos han salido a la calle con mascarillas y guantes y, previsiblemente, todos los que no los han llevado, los tendrán que llevar de ahora en adelante. Todos guardamos o, en todo caso, procuramos guardar una distancia de dos metros cuando vamos al supermercado o cuando utilizamos un medio de transporte público. Hemos aceptado la interrupción del año académico con cierre de escuelas y universidades, intentando compensar dicho cierre con la enseñanza virtual. Se nos ha impuesto el cierre de fronteras exteriores y la introducción de fronteras internas, además de confinamientos y cuarentenas que no es descartable que puedan volver en algún o algunos momentos en el futuro.
Ha aumentado la telemedicina y el teletrabajo y, si no con la misma intensidad, habrá que contar con la permanencia de ambos de manera significativa en el futuro. Se han cerrado bares y restaurantes y su apertura se producirá en condiciones muy distintas a las del pasado. La reapertura de las fábricas se tendrá que hacer garantizando una distancia de seguridad entre los trabajadores. Se han interrumpido las competiciones deportivas y su reanudación se producirá sin espectadores por tiempo indefinido. Se han suspendido las procesiones de Semana Santa, las ferias y las romerías Se acabaron los apretones de manos y los abrazos. Las residencias como forma de atender a los ancianos se están poniendo en cuestión...
Nada de esto ha sido objeto del debate político nunca. Los individuos hemos ido construyendo el tejido social de nuestra convivencia, en el marco de normas generales, pero con el motor de la autonomía de la voluntad moviéndose en todas las direcciones con límites mínimos. Se fijaba un número máximo de alumnos por aulas o no se permitía que se pudiera viajar sin asiento en aviones o trenes, aunque sí en los autobuses urbanos y en los vagones del metro, o se establecía el aforo máximo de locales, pero nada más. O se ponían límites a la velocidad de circulación. Cada empresario sabía cuáles eran las condiciones para el ejercicio de la libertad de empresa en el negocio que emprendía en el marco de una economía de mercado. Y los ciudadanos ejercían sus derechos también en condiciones generales de las que no tenían prácticamente que preocuparse, porque formaban parte de su rutina diaria.
La política nunca ha tenido que preocuparse de lo que se está teniendo que ocupar en estos meses. Y de lo que, previsiblemente, se va a tener que ocupar en los próximos años. La experiencia de leer el periódico, de oír la radio o de ver la televisión se ha convertido en algo distinto a lo que estábamos acostumbrados. Y además de manera universal. En todos los medios de comunicación, sean del país que sea, el coronavirus lo ocupa todo.
Tengo, por eso, curiosidad por ver cómo se desarrolla la campaña electoral en el País Vasco y Galicia o cómo se formulan las plataformas de los partidos demócrata y republicano en Estados Unidos de cara a las elecciones de noviembre. Y más curiosidad, todavía, por ver cómo reaccionan los ciudadanos en el ejercicio del derecho del sufragio, en el que tienen que sintetizar depositando una papeleta todos los sentimientos, emociones, preocupaciones, frustraciones, rabia...que han acumulado en estos últimos meses.
La situación es tan inédita y tan complicada, que no es descartable que despierten atracción propuestas simplificadoras y autoritarias, disfrazadas de libertarias. Algunas empiezan a dibujarse en el horizonte en los barrios acomodados de las grandes ciudades. Hacen mucho ruido y tienen mucho eco mediático y en redes sociales, pero están muy lejos, en mi opinión, de ser socialmente mayoritarias.
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