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Democracia y emancipación

Latinoamérica vivió hasta hace no muchos años un período de bonanza democrática y se produjeron conquistas por la acción de movimientos y partidos políticos que pretendían la emancipación de sus pueblos y derrotar a la política neoliberal. Argentina, Venezuela, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Uruguay hicieron creer que era posible la conformación de la soñada Patria Grande de los libertadores del siglo XIX.

Fracasadas las revoluciones de los años setenta del siglo XX, en las cuales el accionar político incluía la lucha armada de los movimientos guerrilleros y que fueron contestadas con el horror de dictaduras —que como en Argentina, Chile y Uruguay se cobraron miles de vidas y ocasionaron dolorosos exilios arrasando una generación—, dichos movimientos optaron por hacer política en el seno del marco democrático liberal y combatir con las armas propias de dicha vía: elecciones, parlamento, negociaciones, movilizaciones, transformación del enemigo en antagonista, aceptación de la derrota electoral y alternancia. En definitiva, vivir bajo el Estado de Derecho. Apostaron por poner fin a la violencia y por ir obteniendo gradualmente conquistas, sin despreciar los acontecimientos inesperados que pudieran hacer avanzar más rápidamente su proyecto político.

Es de Perogrullo que la aceptación de la democracia liberal tiene como consecuencia la posibilidad cierta de perder el gobierno y que el que venga pueda modificar en la práctica, si las fuerzas le son favorables, todo lo hecho por el gobierno anterior. Es decir, que lo que es estable es el andamiaje democrático pero no los logros alcanzados. Esto produce una gran frustración en los movimientos populares, pues siendo tan complejo como es modificar aquello que compromete los intereses de las clases dominantes —las que acumulan un enorme poder económico, mediático y cultural— sin embargo, se evidencia lo increíblemente sencillo que resulta el retroceder en los cambios producidos.

En democracia no hay gobiernos eternos que garanticen las conquistas, ni esta eternidad sería deseable, pues sabemos a dónde conduce la permanencia en el poder: a la burocratización y al apego al sillón con posibilidades ciertas de derivar en un totalitarismo. Se hace evidente entonces una seria dificultad para dichos movimientos políticos. Abandonaron la vía revolucionaria por la derrota sufrida y por la certeza actual de que todo proyecto que se oriente por una teleología encierra en realidad una idea religiosa de la vida que deja de lado las contingencias de lo humano: antes de partir ya se sabe a dónde se quiere llegar. No hay invención. Pero este cambio de ruta ha mostrado las enormes limitaciones que tiene el modelo democrático liberal para poder consolidar conquistas populares que son de sentido común. Este es el momento en donde surge la pregunta sobre qué es lo que hay que hacer para no permitir el retorno a la injusticia y en el que las tentaciones de forzar los límites del Estado de Derecho asoman en el horizonte.

Analizaremos cómo se ha manejado esta cuestión en dos países de América del Sur.

Argentina

Durante el período kirchnerista se realizaron importantes cambios en la generación de trabajo, en la lógica del reparto de la riqueza por medio de los salarios, los impuestos y los subsidios, en la relación con los grandes centros financieros mundiales como el FMI, en la salvaguarda de las jubilaciones que estaban en manos de fondos de inversión privados, en la visibilización de los más desfavorecidos, en derechos laborales, en una revalorización de lo público mediante nacionalizaciones, en la recuperación de inversiones en sectores estratégicos como el I+D, en desarrollar la industria nacional, en políticas de Derechos Humanos, de la memoria y castigo a los genocidas, en educación y cultura y en una recuperación del Estado que tuviera en cuenta al conjunto del pueblo. Todo ello fue un intento de modificar la posición insolidaria e individualista del capitalismo pero sin proponerse sustituirlo.

Sin embargo, errores políticos junto con el acoso de los medios y de los sectores privilegiados y la crisis económica mundial, dieron lugar a un cambio de gobierno donde tomó las riendas un presidente defensor del neoliberalismo. En poco más de un año la mayoría de las medidas fueron desbaratadas imponiéndose una estrategia económica de signo opuesto a la del gobierno previo, conduciendo al país a un nuevo endeudamiento, al desempleo y a una masiva transferencia de ingresos a las clases más adineradas. Era sabido, aunque el candidato Macri velara lo que el presidente Macri iba a hacer, que si este triunfaba iba a arrasar con la mayor parte de las políticas anteriormente citadas y fundamentalmente con todo aquello que oliera a un reparto más justo de la riqueza, tachando de populista a cualquiera que defendiera dicho reparto. A pesar de ello, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, como era su obligación, traspasó el gobierno e inició una nueva batalla para volver a conseguirlo. Todo transcurrió dentro de límites democráticos, aunque se percibe sin dificultad que, por parte de la derecha, estos límites se fuerzan hasta cotas intolerables cuando de destruir al adversario se trata: la lógica de la difamación, la mentira y el acoso judicial inventando causas que luego revelan su fundamento espurio, no paran de crear un clima irrespirable y amenazante. Menos la agresión física, todo vale con tal de conseguir echar al adversario. Hoy, los derrotados hace dos años tienen buenas perspectivas para recuperar el terreno perdido y están generando un nuevo movimiento para ganar en las elecciones legislativas del próximo octubre.

Venezuela

En este país la situación es diferente desde el principio, pues aquí se propuso una vía democrática hacia un socialismo del siglo XXI mediante lo que se llamó la revolución bolivariana. Es un régimen que se ha legitimado a través de numerosísimas elecciones y que ha soportado, al igual que en Argentina, el acoso de una oposición que ha deslegitimado cada una de ellas, excepto las que ha ganado. Oposición que incluso ha perpetrado un golpe de Estado en el año 2002 donde participó el conocido dirigente Capriles, actual gobernador de Miranda. Después de la muerte de Chávez en 2013 se intensificó el acoso al nuevo gobierno de Maduro y comenzó la última fase de su intento de derribo mediante su desconocimiento y el pedido de un referéndum revocatorio al conseguir la oposición una sonada victoria en las elecciones para la Asamblea Legislativa. Lo que se dio en llamar “La Salida”. El gobierno rechaza por un supuesto fraude la elección de algunos diputados amazónicos y desconoce la autoridad de la nueva Cámara.A partir de aquí se llega a una zona de no retorno donde la insurrección violenta de la oligarquía, junto con amplios sectores de las clases medias, cobra una intensidad inusitada y el gobierno responde a ello con la elección de una Asamblea Constituyente que busca terminar con el parlamento, forzando en exceso la batalla democrática.

A pesar de las constantes llamadas al diálogo y a buscar una salida consensuada, la situación podría derivar hacia una guerra civil o hacia la consolidación de un régimen cada vez menos democrático que pone en duda el Estado de Derecho. Se sabe que la oposición representa los intereses de las élites neoliberales venezolanas y es funcional a la entrega del petróleo a las compañías extranjeras, que va a hacer retroceder los logros en sanidad, educación y trabajo y a su vez va a provocar la desaparición subjetiva de millones de venezolanos pobres. Ya lo hacían antes del chavismo y no tendrán ningún pudor en repetirlo. Entonces, ¿qué habría que haber hecho para evitar esta situación? La respuesta no es fácil. Probablemente se tendría que haber reconocido la derrota y haber llamado a elecciones presidenciales cuando se perdieron abrumadoramente las elecciones a la Asamblea Legislativa. No se puede gobernar sin una cámara legislativa a favor. Pero no se hizo porque se vislumbró que se podía perder y se decidió reprimir las protestas callejeras y encarcelar a sus líderes. Dicha política está llevando a la Revolución Bolivariana a lo que parece un callejón sin salida dadas las cotas de violencia cotidiana que se viven con responsabilidad de ambas partes. A mi entender, este es el punto donde las aguas deben estar claras para cualquier sujeto político que quiera la emancipación. O se juega a la democracia o no se juega. No se pueden valer de la misma en un momento y dejarla de lado en otro. Si es cierto que ganaron los adversarios, aunque duela y se sepa que se le entrega el poder a lo peor, en democracia hay que aceptar la derrota y prepararse para volver. Si la democracia es solo un recurso que se retuerce para perpetuarse pero sin aceptar la esencia de su espíritu, el juego no vale. Esta es la diferencia con lo sucedido en Argentina.

Profundizar la democracia

Sabemos que la derecha mundial, subyugada por un neoliberalismo que le reporta mayores ganancias y un dominio sobre las almas de tal calibre que lleva a los pueblos a votar en contra de sus propios intereses, usa a la democracia para sus fines elitistas, la vacía de cualquier contenido emancipatorio e impide todo mecanismo institucional que se dirija a consolidar los logros alcanzados por los movimientos populares. Pero, ¡es lógico que sea así! Esperar otra cosa sería pecar de ingenuos. Por ello, la respuesta de la izquierda tendría que orientarse en el sentido de profundizar cada vez más la democracia en todos los terrenos de la vida política, lo cual implicaría seguramente modos de la misma aún no considerados ni recorridos. A su vez, es preciso generar aquellos mecanismos capaces de blindar determinadas y fundamentales conquistas más allá de quien gobierne y conseguir así que estas duren al menos el tiempo de una vida. Esto daría mayor serenidad frente a cualquier alternancia y muy probablemente una mejor existencia para los más desfavorecidos.

Latinoamérica vivió hasta hace no muchos años un período de bonanza democrática y se produjeron conquistas por la acción de movimientos y partidos políticos que pretendían la emancipación de sus pueblos y derrotar a la política neoliberal. Argentina, Venezuela, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Uruguay hicieron creer que era posible la conformación de la soñada Patria Grande de los libertadores del siglo XIX.

Fracasadas las revoluciones de los años setenta del siglo XX, en las cuales el accionar político incluía la lucha armada de los movimientos guerrilleros y que fueron contestadas con el horror de dictaduras —que como en Argentina, Chile y Uruguay se cobraron miles de vidas y ocasionaron dolorosos exilios arrasando una generación—, dichos movimientos optaron por hacer política en el seno del marco democrático liberal y combatir con las armas propias de dicha vía: elecciones, parlamento, negociaciones, movilizaciones, transformación del enemigo en antagonista, aceptación de la derrota electoral y alternancia. En definitiva, vivir bajo el Estado de Derecho. Apostaron por poner fin a la violencia y por ir obteniendo gradualmente conquistas, sin despreciar los acontecimientos inesperados que pudieran hacer avanzar más rápidamente su proyecto político.