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¿Por qué el discurso capitalista concierne al psicoanálisis?

Sabemos que la democracia es un ideal que, como tal, es inalcanzable. Por otra parte, es un sistema contrario a la idiosincrasia de los seres humanos que están empeñados en hacer la guerra, en dañar al otro, en explotarlo y robarle -lejos de cualquier idea de solidaridad. A raíz de esto, la democracia está siempre amenazada y en riesgo de desaparición y requiere de acciones para mejorarla y sostenerla cada día. Mediante la división de poderes que la caracteriza, el hombre ha encontrado una manera, precaria ciertamente, de dirimir las diferencias entre antagonistas sin la necesidad de matarse. Pero, al mismo tiempo, por el hecho de hacer visibles a los invisibles, resulta ser peligrosa para todos aquellos cuyo anhelo es controlar y dominar a los ciudadanos excluyéndolos de cualquier participación y buscan conseguir que se sometan mansamente a cualquier tropelía. Confirma esto la respuesta que dio la Comisión Trilateral en 1975 (fundada en 1973 por Rockefeller) ante la corriente democratizadora en EE. UU durante los años sesenta del siglo pasado. Escribió un famoso informe llamado “La crisis de la democracia” donde decía con total claridad que “lo que se necesita es un mayor grado de moderación democrática” ya que había demasiada democracia.

Hay hoy en la UE, con justificada razón, una gran preocupación por el auge de los partidos ultraderechistas y, como consecuencia, se acuerdan cercos sanitarios contra ellos sin abordar las verdaderas causas que lo han originado. La UE no quiere valorarlas porque esto pondría en cuestión todo el sistema económico que es el que provoca las injusticias y desigualdades flagrantes que padecemos. Todo el mundo sabe lo que sucede -no hay ninguna inocencia-, pero nadie de los que manejan la UE quiere tocar la base en la que se sustenta el modo de lazo en el que vivimos. Dicho más claramente, la democracia llega hasta la elección de los gobiernos nacionales y de los diputados europeos y se suspende cuando hay que elegir a las máximas autoridades de la UE, las cuales garantizarán la no confrontación con el neoliberalismo. Ahí se acaba la democracia ya que se da por hecho que cuando hablamos de ella indefectiblemente hablamos de capitalismo, como si estas dos palabras estuvieran unidas de modo indeleble y no fuera posible pensar otro tipo de sistema económico asociado a la democracia. Cualquiera que sugiera esto o, más modestamente, pretenda una mejor distribución de la riqueza es tildado de populista, tal como en épocas anteriores lo era de comunista. Bajo este significante insulto se iguala a todo tipo de regímenes o proyectos. Es lo mismo Vox que Podemos, Mélenchon que Le Pen, Salvini, Orbán o Amanecer Dorado y Evo Morales o Lula que Bolsonaro o Trump. En este sentido, la posición de Ciudadanos es cristalina: ningún acuerdo de gobierno del Estado con el PSOE si están Vox o Podemos. Dos partidos que se ubican en las antípodas, ya que uno pretende un retorno a la tradición franquista sin tocar la economía neoliberal y el otro pretende una profundización de la democracia y ciertas medidas que mejoren de algún modo la distribución del ingreso. Empero para Ciudadanos, preclaro defensor del neoliberalismo, los dos son enemigos populistas, aunque finalmente uno más que otro ya que termina pactando con la ultraderecha.

Realmente no es posible llamar democracia a un sistema donde se le ponen barreras a su ejercicio. En la actualidad podemos hablar de los perjuicios del sistema de acumulación capitalista imperante siempre que lo que ese hablar proponga no tenga ningún efecto real sobre la vida de los ciudadanos. Sabemos que existe un consenso mundial alrededor de las bondades del neoliberalismo, el cual es promovido por el FMI, el BM, la OCDE, la UE y por todos los bancos centrales y privados del mundo, las grandes empresas multinacionales, los fondos de inversión y la mayoría de los gobiernos de los países. La globalización marca el triunfo del capitalismo.

¿Por qué conciernen al psicoanálisis estas cuestiones? En una conferencia en Milán en 1972 Jacques Lacan, psicoanalista francés, va a mostrar su preocupación por el auge del capitalismo. Eran los albores del neoliberalismo y Lacan inventa en dicha conferencia un nuevo discurso, el discurso capitalista. Este tiene una característica muy especial: no hace lazo social, es un dispositivo de incitación al goce por la vía del consumo y desconoce cualquier tipo de límite a su accionar. Es decir que es un aliado del superyó, instancia psíquica descrita por Freud que empuja al sujeto a ir más allá de su bienestar. O, más bien, el discurso capitalista es el superyó mismo cayendo masivamente sobre las poblaciones, las cuales adhieren a este mandato de forma voluntaria desconociendo la sumisión que encarna. Por otra parte, el amor no entra en su lógica, por lo cual la dimensión del otro queda fuera de juego y, por ende, la propia experiencia analítica se ve amenazada ya que necesita del amor de transferencia para tener lugar.

En verdad, el otro, su presencia, entra en este discurso bajo una sola modalidad: la de aquel con el que hay que competir por un lugar en el mundo. Esta palabra competencia es el significante privilegiado que orienta al discurso capitalista. Es el significante que mata cualquier vestigio de solidaridad y que estimula los discursos del odio que hoy campan a sus anchas por Europa.

Lacan dice en dicha conferencia que el capitalismo es insoportable siendo a su vez muy astuto y que marcha muy bien, tan bien que está destinado a reventar. Hoy en día el neoliberalismo, la versión devastadora del capitalismo fordista, es la principal causa del malestar en la cultura ya que ha conseguido transformar todo en mercancía.

Se asiste perplejo a los avances sobre aquellos terrenos que podemos considerar pertenecientes a la totalidad de los ciudadanos. En el siglo XVIII, lo hizo el Estado inglés sobre las tierras comunales que quitó a los campesinos para dárselas a los terratenientes y así hacerlas más productivas. Los conocidos enclosures tuvieron como consecuencia la proletarización del campesinado. Actualmente y en la misma línea, aquellos bienes comunes como la sanidad, la educación, las empresas y los servicios públicos, es decir, todo lo que fue construido con el dinero de los ciudadanos, se privatiza sin miramientos. Esto ha sido denominado por David Harvey como una “acumulación por desposesión”. Son los nuevos modos de acumulación, ya que, gracias a la privatización, ingentes cantidades de dinero del Estado, del bien común, pasan a las manos de los ricos para hacerlos cada vez más ricos y concentrados.

Por otra parte, no todo queda reducido a un problema económico, sino que se ha revelado -en parte gracias al psicoanálisis- que el discurso neoliberal produce una profunda mutación de la cultura y de la subjetividad. Todos estamos tocados por la ideología de la competencia, del individualismo y de la creencia en que todo goce es posible. Lo más llamativo es que los sujetos adhieran a esto a pesar de que los resultados obtenidos se vuelvan en su contra. Hombres y mujeres que trabajan para su propio mal sin saberlo; hombres y mujeres que dejan su vida, literalmente, por un sistema que termina por tragárselos; hombres y mujeres que se toman a ellos mismos como un negocio del cual son sus exclusivos gestores. Entonces, cuando las cosas no van bien, caen en la culpa por no haber cumplido con lo que se habían propuesto y tienen que soportar una deuda que horada toda posibilidad de futuro. Es un sistema ciertamente despiadado del cual no se avizora la manera de frenarlo y reconducirlo dado que, de algún modo, coincide con aspectos centrales de la subjetividad humana como son el afán de dominio y de un goce ilimitado llamados por Freud pulsión de muerte. Este afán no viene de los planetas, sino que está sostenido por los ciudadanos; son ellos los que explotan a otros y se apropian de lo que Marx llamó la plusvalía y, a su vez, de lo que es común.

Lacan veía en la experiencia de un análisis la posibilidad de una salida del discurso capitalista dado que allí es posible trabajar dos cuestiones esenciales: la sumisión a un amo y la vertiente pulsional, sin olvidar que si esta salida fuera solo para algunos no significaría ningún progreso en lo social.

Estamos frente a las dos dimensiones del capitalismo: un sistema económico y un discurso que embebiendo a la sociedad en su conjunto hacen que esta lo sostenga como el único sistema posible. ¿Existirá un modo de romper este consenso planetario y encontrar otro sistema económico y otro modo de lazo social más justo y solidario donde la democracia no fuera más una ilusión?

Pienso que la oportunidad pasa por inventar otra forma de hacer política, una forma donde se aligeren las identificaciones inherentes a la misma, se imponga el espíritu crítico necesario y se logre remodelar el empuje a la acumulación, ese que solo beneficia a unos pocos. Mientras tanto, cualquier modificación de la injusticia, por pequeña que pueda parecer, será bienvenida.

Sabemos que la democracia es un ideal que, como tal, es inalcanzable. Por otra parte, es un sistema contrario a la idiosincrasia de los seres humanos que están empeñados en hacer la guerra, en dañar al otro, en explotarlo y robarle -lejos de cualquier idea de solidaridad. A raíz de esto, la democracia está siempre amenazada y en riesgo de desaparición y requiere de acciones para mejorarla y sostenerla cada día. Mediante la división de poderes que la caracteriza, el hombre ha encontrado una manera, precaria ciertamente, de dirimir las diferencias entre antagonistas sin la necesidad de matarse. Pero, al mismo tiempo, por el hecho de hacer visibles a los invisibles, resulta ser peligrosa para todos aquellos cuyo anhelo es controlar y dominar a los ciudadanos excluyéndolos de cualquier participación y buscan conseguir que se sometan mansamente a cualquier tropelía. Confirma esto la respuesta que dio la Comisión Trilateral en 1975 (fundada en 1973 por Rockefeller) ante la corriente democratizadora en EE. UU durante los años sesenta del siglo pasado. Escribió un famoso informe llamado “La crisis de la democracia” donde decía con total claridad que “lo que se necesita es un mayor grado de moderación democrática” ya que había demasiada democracia.

Hay hoy en la UE, con justificada razón, una gran preocupación por el auge de los partidos ultraderechistas y, como consecuencia, se acuerdan cercos sanitarios contra ellos sin abordar las verdaderas causas que lo han originado. La UE no quiere valorarlas porque esto pondría en cuestión todo el sistema económico que es el que provoca las injusticias y desigualdades flagrantes que padecemos. Todo el mundo sabe lo que sucede -no hay ninguna inocencia-, pero nadie de los que manejan la UE quiere tocar la base en la que se sustenta el modo de lazo en el que vivimos. Dicho más claramente, la democracia llega hasta la elección de los gobiernos nacionales y de los diputados europeos y se suspende cuando hay que elegir a las máximas autoridades de la UE, las cuales garantizarán la no confrontación con el neoliberalismo. Ahí se acaba la democracia ya que se da por hecho que cuando hablamos de ella indefectiblemente hablamos de capitalismo, como si estas dos palabras estuvieran unidas de modo indeleble y no fuera posible pensar otro tipo de sistema económico asociado a la democracia. Cualquiera que sugiera esto o, más modestamente, pretenda una mejor distribución de la riqueza es tildado de populista, tal como en épocas anteriores lo era de comunista. Bajo este significante insulto se iguala a todo tipo de regímenes o proyectos. Es lo mismo Vox que Podemos, Mélenchon que Le Pen, Salvini, Orbán o Amanecer Dorado y Evo Morales o Lula que Bolsonaro o Trump. En este sentido, la posición de Ciudadanos es cristalina: ningún acuerdo de gobierno del Estado con el PSOE si están Vox o Podemos. Dos partidos que se ubican en las antípodas, ya que uno pretende un retorno a la tradición franquista sin tocar la economía neoliberal y el otro pretende una profundización de la democracia y ciertas medidas que mejoren de algún modo la distribución del ingreso. Empero para Ciudadanos, preclaro defensor del neoliberalismo, los dos son enemigos populistas, aunque finalmente uno más que otro ya que termina pactando con la ultraderecha.