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Los frikis pierden la partida en 'Pixels'

Un fotograma de la película Pixels (2015)

Joaquín Torán

La película Pixels procede del cortometraje homónimo de 2010 que ganó numerosos y prestigiosos premios, entre ellos el Cristal en Annecy, principal certamen de animación del mundo. Su director, el animador francés Patrick Jean, tuvo la feliz idea de recrear la invasión de Nueva York por parte de personajes de las máquinas recreativas de principios de los 80, las que configuraron su infancia. El corto era un alarde.

A Patrick Jean no tardaron en llegarle ofertas para convertir su corto en película. Tras el interés de diversas productoras, fue la de Adam Sandler, Happy Madison, la que finalmente se atrevió a pasar de las palabras a los hechos. Jean iba a dirigirla inicialmente, pero conforme el proyecto fue creciendo en ambición y medios, Happy Madison decidió contratar a Chris Columbus, realizador de los dos primeros Solo en casa (1990) y Harry Potter (2001). Un director solvente y con reconocido talento visual.

Para levantar un argumento que prolongara necesariamente los dos minutos y medio del corto original, Sandler llamó a su colaborador Tim Herlihy, guionista de Un papá genial (1999). Herlihy afirmó haber escrito el guión con la vista puesta en Los cazafantasmas (1984) y Parque Jurásico (1993), pero es en aquel primer film con el histrión estadounidense donde de verdad busca la inspiración.

La trama es como sigue: Sam Brenner (Sandler) logró varios hitos como campeón mundial de los videojuegos en 1982 al haber aprendido los patrones de ciertos juegos (un toque de guión basado en hechos reales). Mientras malvive como instalador de aparatos eléctricos, es reclamado por su amigo, el presidente de Estados Unidos William Cooper (Kevin James) para salvar al mundo de una particular invasión alienígena.

Al parecer, su enfrentamiento de 1982 contra Eddie Plant (Peter Dinklage, Tyrion Lannister para los seriéfilos), fue grabado y lanzado al espacio vía satélite para que perdurara como símbolo de cultura popular. Una civilización alienígena interpreta las partidas al Donkey Kong, a Arkanoid (o Alleway, en su versión para Game Boy), a Space Invaders, como una declaración de guerra, por lo que años después ataca la Tierra reproduciendo los modelos de sus odiados enemigos, los videojuegos de salón recreativo.

Por supuesto, Sandler y su cuadrilla de amigos son la única esperanza de la humanidad. Buenos para nada, pero sobre todo frikis, se convertirán en un pozo de sabiduría y en guerreros más talludos que los S.E.A.L. Bien por ellos: al final lograrán todo lo que se propongan, por imposible que parezca. El estúpido guión se encargará de darle a cada cual lo suyo.

Una calamidad tras otra

Las preferencias del guionista y del productor y actor principal son muy anteriores a Super Mario 64, el videojuego que coronaría a la tercera dimensión, la profundidad. No es de extrañar, por tanto, que no sepan qué significa el término. Como película de 'scroll lateral', Pixels sería estupenda: sus protagonistas saltarían de una pantalla a otra, sumando puntos y batiendo récords. Como película coherente, es un 'bug' constante.

Los personajes son de una banalidad calamitosa. Todos parecen apellidarse 'tópico' y llevar tatuado en el antebrazo 'dime qué esperas que haga porque lo haré por imposible que resulte'. Es desolador que los mejores personajes sean quienes se interpretan a sí mismos en cameos (Toru Iwatani, creador de Pac-Man, o Serena Williams).

Herlihy y el compinche Sandler parecen anclados en un concepto de comedia familiar de hace década y media. Una comedia familiar debe enganchar, lograr que, si hay héroes impelidos a salvar el mundo, desde el patio de butacas afloren las razones para identificarse con ellos, para creer en ellos, para ser ellos. Columbus lo sabe muy bien, como guionista de Los gremlins (1984) y Los goonies (1985), y es extraño, salvo que fuese mero convidado de piedra, que haya tolerado hacer justo lo contrario.

Por no tener, Pixels ni siquiera puede presumir de comedia, porque no tiene nada de gracia. El problema es que intenta tenerla, por lo menos en tres o cuatro ocasiones: son ejercicios de humor tímidos a los que sin embargo se les da relevancia con luz y taquígrafos.

Lo único con un rescoldo de gracia es Kevin James, en el traje de un presidente metepatas, inepto y patán. Precisamente de los que gustan a Adam Sandler, republicano confeso: George W. Bush es un modelo tan claro que clama al cielo. La moraleja política final es para salir huyendo: poco importa lo mal que lo hagas, lo inútil que seas, o que hayas demostrado que no sabes leer con propiedad, hijo de una élite de colegio de postín, salva al mundo, haz dos chistes afortunados y saldrás reelegido. Fin de la cita.

Además, la película perpetua la irresoluble, e inútil, polémica sobre qué videojuegos eran mejores: si los desafiantes de antaño o los vistosos de ahora. Cada talibán sacará sus conclusiones. Pixels, por si acaso, condicionará una respuesta tan válida como ineficaz.

Oportunidad perdida: pierden los frikis

Lo peor, con todo, es que el film es una gran oportunidad perdida. Muchos frikis acudirán a las salas buscando motivos de orgullo, enarbolando la causa de la legítima nostalgia. Creerán estar ante una ocasión para hinchar el pecho, para mirar por encima del hombro, para sentirse, por unas horas, agasajados por códigos y guiños privados. Acudirán para reivindicar lo que son y lo que fueron y por qué.

Los ánimos decaerán cuando se descubra que Pixels no ofrece ni un solo argumento para rebatir las opiniones llenas de prejuicios contra los videojuegos. El mensaje implícito de la película (jugar, en el fondo, no te ha servido de nada en la vida, a menos que no se presente la ocasión de salvar al mundo), obra y gracia de un guión patoso que pretende ir en la dirección contraria, ahonda la brecha.

No hagáis caso a Pixels: jugar sí que valió la pena. Forjó actitudes y personalidades, regaló momentos maravillosos. Palabra de friki.

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