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Ruido y silencio

Lo que hicimos fue secreto

Entrada de la el mítica sala Rock-Ola.

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Durante los ochenta, la escena punk londinense se vivió en Madrid a tiempo real. Sólo había que acercarse un domingo hasta el Rastro con una litrona y ponerse a beber en las escaleras de la Ribera de Curtidores. Entre trago y trago, el espectáculo sonoro se iba sucediendo con aquella música acelerada, lo último del Londres más punkarra. Grupos como GBH, Anti-Pasti o Anti- Nowhere League berreaban sus canciones por los altavoces del tenderete de un punki que se hacía llamar Manolo Suizidio y que iba con una gorra alemana y greñas teñidas.  

Alrededor de su puesto del Rastro se juntaban los punkarras más auténticos de Madrid, ejemplares como Manolo UVI o integrantes de bandas con nombres tan sonoros como Olor a Sobako o Tarzán y su puta madre okupando piso en Alcobendas. Por decir no quede que Manolo Suizidio era también componente del grupo Panadería Bollería Nuestra Señora del Karmen y que en su famoso puesto tenía, además de sus cintas, casetes piratas de los grupos punkis ingleses más punteros. Era una época en la que los Pistols, los Ramones y los Clash se habían quedado atrás, y la segunda ola punkarra se vivía a cabezazos de pogo y pantalones escoceses, dexedrina, speed y birras a tutiplén.  

Los vuelos chárter a Londres salían los jueves desde Barajas y el domingo ya estabas de vuelta. En tres días, Manolo Suizidio y su peña se hacían con los vinilos más cañeros y luego los grababan en casetes. Ponían una caratula de fotocopia y, de ahí, al Rastro los domingos. El Madrid de los ochenta no puede entenderse al completo sin aquel tenderete lleno de ruido y crestas de colores que todo el mundo conocía como el puesto del Drácula. Un punto de encuentro de lo más pintoresco. Si era domingo y no estabas ahí, como que no existías.  

Todo se inició cuando los punkis madrileños empezaron a dejar embarazadas a sus novias. Entonces, lo del aborto en España era asunto delicado, por no poner que imposible. La posibilidad más cercana quedaba en Londres. Lo cuenta el mismo Manolo Suizidio en el documental que dieron el otro día por televisión y que lleva por título “Lo que hicimos fue secreto”, un trabajo de investigación dirigido por David Álvarez García y narrado por sus protagonistas, los punkis y las punkis de entonces que van contando cómo llegó el movimiento a una España que renacía de las cenizas franquistas.  

El documental empieza con el punk pastelero y comercial de Alaska y los Kaka de Luxe. Hay que escuchar al productor de estos últimos, Vicente Mariskal Romero, un tipo que lo tiene muy claro a la hora de criticar a los hijos de la clase dominante del franquismo. A partir de aquí, el documental va cogiendo tono y conciencia, y no sólo se queda en las escaleras del Rastro y en el tenderete de Manolo Suizidio, sino que alcanza el País Vasco y la ciudad más punk de la época: Bilbo.  

El asunto se pone interesante cuando hace un recorrido por los centros okupas, y es ahí donde salen tipos como Kurdo y Canino, activistas que estuvieron en primera línea desde la ocupación del local de la calle Amparo hasta el Centro Social Minuesa, la última utopía. Es un documental necesario para quien desconozca la parte luchadora y alternativa del Madrid de los años 80, también para los que vivimos la explosión contestataria de unos años que terminaron cruzados por la heroína. Si tienen posibilidad, véanlo, no lo pasen de largo. 

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