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Janet Jackson bordea el abismo de Michael en un documental con lagunas

Janet Jackson en su nuevo documental, 'Janet'

Mónica Zas Marcos

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La de Janet Jackson es una historia de control. De ansiarlo, de perderlo y de ejercerlo. De la misma forma que en 1986 lanzó el álbum Control para anunciar al mundo que se emancipaba, la cantante ha producido un documental biográfico como muestra de que es ella quien está a los mandos. El problema, como ocurrió con aquel disco, es que siempre hay alguien más tomando las decisiones importantes. En el caso de Janet (Movistar+) se desvela desde los créditos: su hermano Randy, productor ejecutivo junto a ella.

La familia Jackson guarda demasiados secretos bajo la alfombra como para permitirse que su miembro vivo más célebre haga una confesión. “Esta es mi historia, mi verdad”, dice Janet en el cartel. Es cierto que la benjamina da su versión sobre algunos episodios turbios de su vida y de quienes la rodean. Pero cada vez que parece que va a adentrarse en el infierno, la pantalla se funde a negro dejando la miel en los labios del espectador.

Janet es un producto televisivo guionizado y controlado por dos miembros de la familia Jackson, Janet y Randy –aunque también entrevistan a otros hermanos y a la matriarca–. Lo mejor es que muestra el fenómeno que Janet supuso en los años 90 para una América racista y machista. Una trabajadora incansable que pudo haber quedado eclipsada tras ocho hermanos y que logró hacerse un hueco sin colaborar con ninguno de ellos hasta mucho tiempo después. El apellido estaba ahí, pero también el tesón. Janet recopila los continuos y enormes éxitos que se remontan al pezongate, aunque los medios quisieran reducirla a este único episodio en 2004.

El problema es que pasar de puntillas por los escándalos no los hace desaparecer. Al revés, genera más interrogantes. No hacía falta que ella diese la cara por los supuestos maltratos de su padre o la pedofilia de su hermano, pero sí que desvelase cómo le afecto todo aquello. Porque lo hizo y mucho.

Janet podría haberlo dirigido el equipo de la cantante o cualquier fan con buen material. Aunque reúne a lo más granado del cine y la música internacional–desde Samuel L. Jackson y Woophi Woldberg hasta Regina King y Jimmy Jam–, pocos tienen intervenciones memorables. El actor de Pulp Fiction dice que le hubiera gustado ser modelo de manos para agarrarle los pechos en su portada de la Rolling Stone y Mariah Carey que a ella jamás se lo hubieran permitido. Una superficialidad que por desgracia se repite con la propia Janet, cuya “verdad” es menos cristalina de lo que promete su eslogan.

Visita vacía al pasado y a Neverland

El leit motiv del documental es la salida de Janet Jackson de las sombras. Primero, de las que proyectaban su padre y sus hermanos varones. Y después, en las que se escondían sus dos primeras parejas, sobre todo la segunda –René Elizondo– para intentar controlar su vida desde un segundo plano. También la de sus productores –todos hombres, por supuesto–.

Sin embargo, les dedica tal cantidad de metraje que las ansias de independencia quedan diluidas entre sus figuras. En buena parte de documental ella observa varias ciudades desde el asiento trasero de una limusina. Y así se mantiene durante todo el documental: como una espectadora de su propia vida.

El primer episodio se centra en la vida de sus hermanos mayores, los Jackson Five. Relata cómo pasaron de vivir apelotonados en 40 metros cuadrados en Indiana a conquistar California como una de las sagas familiares más famosas. Lo que subyace en aquellos años de escenas idílicas de la familia ensayando y paseándose por los platós es el yugo de un padre muy estricto con técnicas educativas poco ortodoxas. Esto se insinúa, pero nunca se reconoce a viva voz. “Él sabía que tenía que ser estricto por el objetivo que tenía para su familia. Es triste. Renunció a su paternidad”, es lo máximo que llega a decir una antigua secretaria de Joseph Jackson.

Al igual que sus hermanos lo despidieron como manager, ella abandonó a su padre después de grabar juntos sus dos primeros trabajos. El tercero, Control, fue una declaración de intenciones: quería desarrollarse lejos del ente familiar. “Es mejor que los discos que ha hecho Diana Ross en cinco años, y pone a Janet en una posición similar a la joven Donna Summer”, reseñaron en 1986 en la Rolling Stone. ¿Qué pasó después con la relación padre e hija? ¿Hubo tensión o enemistad? No se pronuncia ni media palabra al respecto.

Dos episodios más tarde, es el momento de hablar de las acusaciones de pedofilia de su hermano Michael. La limusina pasa por delante de la mansión de Hollywood conocida como Neverland, una auténtica casa del terror para sus supuestas víctimas. En el documental, la cantante se limita a repetir la versión oficial de la familia Jackson: que Michael “nunca” haría algo así, porque no tenía “eso” dentro. “Trataron que pareciera una especie de bicho raro”, critica Janet en otro momento. Todos los hermanos le mostraron su apoyo encerrándose con él en Neverland, una casa llena de juguetes y muñecos de Disney y a la que solo llevaba a menores de edad. Pero nunca les pareció raro.

El documental también recuerda que Janet perdió un contrato multimillonario con Coca Cola porque coincidió con las acusaciones de abusos sexuales de Michael. Pero nunca se lo reprocha. Al revés, en ese momento le prestó su imagen y su buena prensa para grabar juntos Scream, un dueto que costó millones a su sello y en el que ni siquiera se cruzaron. Ella grababa de día y él de noche: “Quería que se sintiera como en los viejos tiempos, pero no fue así. Los viejos tiempos se habían ido hace mucho”.

El “pezongate” no estaba planeado

Janet Jackson fue lo suficientemente inteligente como para saber surfear los tiempos. Ofreció un discurso a una juventud afroamericana que carecía de él a la par que daba a la industria lo que demandaba en los años 90: trabajo duro, sensualidad, simpatía con los medios y los fans, y presencia en la televisión. En 1993 protagonizó una de las portadas más icónicas de la Rolling Stone con el torso semi desnudo y unas manos tapándole los pechos. “En aquella época la música estaba eclipsada por la portada”, dice su productor, Jimmy Jam. Pero eso no era del todo cierto.

Sus discos Control, Janet Jackson's Rhythm Nation 1814 y Poetic Justice abrieron las listas de los más vendidos y colocaron varios singles en el número uno de Billboard. En 1996, renovó por 80 millones de dólares su contrato con el sello Virgin Records y se convirtió en la artista mejor pagada de la música contemporánea, por encima de Madonna y de Michael Jackson. En los 90 también protagonizó una serie de éxito junto a Tupac y era una invitada requerida en todos los eventos, platós y medios del mundo.

Después de aquello, Janet sufrió depresión, pero apenas aborda el tema más allá de admitir que es comedora compulsiva. Cuando llegó a la Super Bowl en 2004 venía de un momento de altibajos y de popularidad decreciente que ni siquiera se aluden en el documental.

De golpe, sobre la pantalla es febrero de 2004 y Justin Timberlake le saca un pecho en medio de millones de espectadores atónitos y pudorosos. El trozo de tela se desabotona de inmediato y bajo ella aparece un seno con una pezonera plateada, pero tanto Timberlake como Jackson han sostenido siempre que fue un accidente. Ese testimonio no cambia en el documental.

“Janet no es así”, dice su hermano Tito. “Así”, refiriéndose a una mujer que se presta a causar revuelo con su físico para vender más. Si sus hermanos reaccionaron mal, la sociedad lo hizo peor. El episodio inspiró en el Congreso de los Estados Unidos un “proyecto de ley de Janet Jackson” que aumentaba las penas por material de difusión “indecente”. Los medios la acosaron y la industria del entretenimiento la censuró. Solo a ella. A su compañero de escándalo, Justin Timberlake, no le salpicó en absoluto. Janet cuenta que él se ofreció tímidamente a hacer una declaración pública y que ella le recomendó que no lo hiciera para proteger su imagen.

Si algo merece la pena del documental de Janet es la verdadera Janet. No la que habla a cámara con frases de cinco palabras ni la productora que ha mantenido cerrada la caja de Pandora. Las imágenes caseras de una mujer sencilla y dulce, que trabajó lo indecible y mantuvo los pies en la tierra a pesar del caos que generaban los demás a su alrededor. Ella rechaza el papel de víctima, pero para eso también blanquea muchas partes de su historia. “Quería que la gente viera a mi familia y a mí misma, quiénes somos realmente”, dice al final. Una pena que eso no ocurra y que para ello haya que esperar a la versión no oficial de la película.

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