Jazmín Beirak: “La brecha entre cultura y ciudadanía es algo transversal a los distintos colores políticos”
Cuando alguien cita los derechos universales de las personas suele acordarse de la vivienda digna, de la educación, de la sanidad… Pocos incluyen en esa lista la cultura. La cultura no se piensa como derecho, sino casi como objeto de lujo. Ir a ver una película cuesta un dinero que muchas familias no se pueden permitir. Eso si es que tienen un cine cerca, ya que muchas localidades españolas han perdido todo el tejido cultural que proporcionaba cultura a sus ciudadanos.
La cultura, ese término abstracto que debería unirnos, que debería ser herramienta para formar pensamientos críticos, ha terminado entendida como elemento de consumo. Se habla de industrias culturales, pero nunca de derechos culturales. Eso cuando no es un arma arrojadiza por la derecha.
Por eso destacó que Sumar hablara en su programa electoral de una Ley de Derechos culturales, cambiando un paradigma que siempre habla de políticas e industrias culturales. Con la cartera en mano de Urtasun, se empezó a andar en ese sentido con una nueva Dirección General de Derechos Culturales que recayó en Jazmín Beirak, gestora cultural que había abordado estos asuntos ya en su libro Cultura ingobernable y en su trabajo en la Asamblea de Madrid. La semana pasada, anunciaba el proceso de escucha para la presentación, en mayo de 2025, del primer Plan de Derechos Culturales.
¿Cómo se ha recibido ese anuncio de la apertura del proceso de escucha para ese ambicioso plan de Derechos Culturales?
Creo que bastante bien. Por un lado, la gente que de alguna manera ya está trabajando en el ámbito de los derechos culturales lo ha recibido con muchas ganas y con mucha ilusión y se han visto reconocidas por parte del Ministerio. Yo vi mucha alegría, muchas expectativas, muchas ganas de participar y de colaborar. También, a raíz de su difusión, nos han llegado peticiones de gente para participar. Ahí sientes que la gente tiene ganas de participar en ese proceso que se abre.
Muchas veces esos procesos se quedan dentro de la gente del propio sector cultural y el resto no entiende de qué va eso de los derechos culturales, ¿cómo lo bajaría a la tierra para explicárselo?
El plan tiene dos momentos, ahora viene la elaboración, el trabajo de campo, y vamos a poner en marcha mecanismos para que cualquier persona que pueda sentirse interpelada, pueda participar, como una plataforma online. Creo que normalmente las políticas culturales se han dirigido al sector cultural. No hay una ciudadanía en general que se siente interpelada por las políticas culturales. Por lo tanto, tú puedes hacer una apelación a la ciudadanía y no hay una relación construida. Uno de los grandes retos que hay en la política cultural es cambiar la perspectiva y los objetivos de la política, y eso tiene que ver con hacer partícipes a la ciudadanía de unas actuaciones que les interpelan directamente.
¿Cree que la gente piensa que la cultura es elitista? ¿Es algo que este plan debe romper?
Sí. Yo siempre digo que creo que uno de los grandes problemas que tiene la cultura es su falta de relevancia social o su falta de carácter significativo. Hay una cierta brecha entre el mundo de la cultura y quien no está en el mundo de la cultura. Hay esta sensación de que las cosas de la cultura solo tienen que ver con la gente del mundo que trabaja en el mundo de la cultura.
Yo siempre pongo el ejemplo de las mareas de 2012 con los recortes. La marea sanitaria estaba conformada por toda la comunidad sanitaria, por profesionales, por ciudadanos, por familias. La marea educativa también tenía profesores, personal de los colegios, padres, alumnos. Sin embargo, la marea de cultura que existió solo estaba formada por profesionales. Es decir, no existía ciudadanía que sintiera que cuando había recortes en cultura eso le afectaba directamente y tenía que salir a la calle a reivindicarlo. Esto, entre otras cosas, es resultado de las propias políticas culturales. Ahí hay una responsabilidad que tiene que ver con haber tenido un enfoque únicamente sectorial, que es imprescindible, pero no solo el único que tiene que haber.
Hay que centrarse más en políticas de creación de públicos, de participación. Usar la cultura como un recurso para otras políticas como puede ser el turismo o el mercado inmobiliario, ha ido generando una especie de distancia social en relación con la cultura, que eso de alguna manera es lo que está detrás de la idea de los subvencionados. Pensar que este dinero no va para mí, que no tiene que ver conmigo. Esa falta de relevancia social es uno de las grandes retos que tiene la política cultural, porque digamos, detrás de esa falta de relevancia social está la falta de legitimación de las políticas culturales. La idea de que la cultura es algo prescindible. Y también la propia sostenibilidad del sector, porque si no hay gente que se siente interpelada por la cultura, que le guste la cultura, que tenga curiosidad, que la ame, pues tampoco habrá públicos.
Ha sido autocrítica sobre esa falta de conexión, sobre ese concepto de subvencionados, pero también ha habido un ataque de las derechas a esas políticas culturales que no sé si cree que han influido.
La brecha entre cultura y ciudadanía es algo transversal a los distintos colores políticos, porque es algo que que viene desde hace décadas y ocurre en muchos países. Creo que es una sensación del lugar que se le ha dado a la cultura como algo solo sectorial, una visión industrial o solo para élites. Esa brecha es transversal. Ahora, es cierto que se ha creado una asimilación que dice que hay una unión entre izquierda y cultura, cosa que no es cierta. Aunque muchos artistas puedan tener unas posicionamientos políticos de izquierdas, la izquierda, en un sentido amplio, no ha tratado todo lo bien que hubiera debido a la cultura. En ese sentido creo que es un problema de fondo, de cómo se entiende la cultura en la sociedad y qué se entiende que es una política pública en el ámbito de la cultura, y que normalmente no se considera igual de seria que otras políticas públicas como es la sanidad, como es la educación, como es el trabajo.
Uno de los grandes problemas que tiene la cultura es su falta de relevancia social. Hay una cierta brecha entre el mundo de la cultura y quien no está en el mundo de la cultura
Desde fuera parece un círculo vicioso. Hay que romper esa desafección hacia las políticas públicas, pero para hacerlo se crea un plan que debe estar dotado de dinero para implementar esas políticas públicas, ¿cómo se rompe ese círculo?
Es un círculo vicioso, sí. ¿Cómo convences a alguien de que la cultura es importante si no es con políticas concretas que demuestren que es importante? Pero, ¿cómo haces políticas concretas que demuestren qué es importante si no piensas que lo es? Creo que ahora hay una oportunidad desde el Ministerio de Cultura porque hay un compromiso político con abordar esta línea de los derechos culturales, que básicamente tiene que ver con romper esa brecha, con poner en el centro la igualdad, la diversidad… Hay momentos de oportunidad para poder poner en práctica políticas que quizás mejoren esas circunstancias. Ahora es uno de estos momentos.
Decían que este plan quiere que la Cultura sea transversal, que no se quede encerrada en el Ministerio de Cultura, ¿cómo se cambia el paradigma actual y cómo afectaría que la Cultura sea transversal?
La transversalidad es una dimensión de ese cambio de paradigma. Lo central en el cambio de paradigma es entender que la principal destinataria de la política es la ciudadanía y que lo que se quiere es garantizar unos derechos relacionados con la cultura, y eso tiene como consecuencia la transversalidad, porque la cultura no solo es un sector, no solo tiene que ver con determinadas disciplinas artísticas, sino que tenemos una concepción un poco más holística de lo cultural, más integral y que tiene que ver con un desarrollo de las personas, de las comunidades.
¿Cree que la gente sabe que la cultura es un derecho o es algo que hay que construir?
Parece que de no ejercer el derecho a la cultura se nos ha olvidado que es un derecho. Tengo la sensación de que el derecho a la cultura hubiera nacido ya privatizado, de alguna manera. Estamos viendo cómo la educación en distintos lugares ha tenido una senda de privatización, como la sanidad se está intentando privatizar. Yo creo que la cultura es como si siempre hubiera estado del lado del intercambio. Entonces yo creo que cuesta. Cuesta entender, además, qué significa derecho a la cultura, ¿eso significa que puedo tener acceso a todas las plataformas que yo quiera? Hay una dificultad de comprensión, y hay tantos tipos de derechos que cuesta aterrizarlo todo. Nuestro trabajo consiste en hacer pedagogía de cuáles son los derechos y qué significa que hablemos de derechos culturales y no de derecho de acceso, por ejemplo
Es un plan que ataca la desigualdad, y que aborda en sus ejes la desigualdad de diferentes tipos, ¿cómo se lleva a cabo?
La cultura puede contribuir a hacer sociedades más igualitarias, o todo lo contrario, a fortalecer la desigualdad, porque hay sectores que acumulan muchos recursos culturales y por lo tanto hay mucha desigualdad. Es fundamental entender que esa desigualdad se traslada tanto en el acceso, como en la producción, y que hay que facilitar el acceso a determinados bienes, a determinados servicios, a determinados espacios. Es central, y por eso para mí la educación tiene un papel muy importante, con redistribuir un poco el código o el lenguaje que te permite entender y acceder esas obras. El otro día estaba viendo una una conferencia en la que una profesora de un colegio de Entrevías decía que ella podía llevar a sus chavales al museo, pero que necesitaba un tipo de mediación para que sus chavales y chavalas pudieran entender lo que estaban viendo, porque sentía que lo que les faltaba eran años de preparación, que básicamente estamos hablando de un capital cultural. Un capital cultural que se transmite normalmente por familia o por clase. Por eso creo que es fundamental incorporar prácticas artísticas en las escuelas, por ejemplo.
En la parte de creación entra la libertad de expresión.
Hay que garantizar la libertad de expresión, y creo que es muy importante insistir en ello, sobre todo en estos momentos en los que se ha visto atacada por muchos lados. Para ello hay que pensar, de nuevo, en las condiciones materiales del ejercicio de la profesión cultural y de quién puede dedicarse a la cultura. Porque al final las profesiones culturales tienen una barrera de entrada que no todo el mundo puede asumirlas. No todo el mundo puede trabajar sin cobrar, no todo el mundo puede encadenar becas o trabajos a tiempo parcial, y eso al final incide también en qué relatos existen.
Ha mencionado la censura y el otro día se dijo que sería una parte del plan de Derechos Culturales, ¿hasta qué punto será importante y cómo se puede abordar desde ese plan?
Hay un eje que es el de adecuación normativa en el que específicamente se van a abordar las cuestiones de libertad de expresión. Se estudiará la posible garantía normativa, pero sobre todo, que es algo que me parece muy importante subrayar, hay que atender a las condiciones que permiten la censura. Hacer política pública no supone trasladar tus valores morales o tus gustos subjetivos, sino que se trata de garantizar un derecho, y por lo tanto cualquier tipo de censura ideológica o moral yo creo que tiene que ser denunciada. Desde el Ministerio existe ese compromiso, y es lo que estamos haciendo, ahora caso a caso.
Pero luego, por otro lado, están las condiciones materiales que permiten la censura. Yo una y otra vez insisto en que toda aquella ola de cancelaciones que vivimos el verano pasado pudieron suceder porque no había contratos firmados. Desde que a una persona se le dice ‘quiero que actúes en determinado festival o determinado teatro’ y se actúa, pueden pasar ocho o nueve meses en los cuales la compañía reserva, se cierra la fecha, invierte viajes… y firma el contrato una semana antes, con suerte. Entonces, claro, hay un periodo de vulnerabilidad que yo creo que eso es importante proteger y dotar de una garantía jurídica a los profesionales cuando se relacionan con la Administración. Creo que eso es fundamental. Dentro del eje de adecuación del plan de derechos esa es una de las líneas de trabajo que vamos a implementar.
Muchas de las cosas que está diciendo involucran a las competencias de las comunidades autónomas.
Es fundamental la cooperación con las comunidades autónomas. Por eso también les hemos invitado a participar en la elaboración del plan, porque evidentemente si nosotros estamos hablando de garantía de los derechos, los derechos se garantizan cuanto más capilariza. Y eso tiene que ver con una cooperación tanto con las autónomas o con la Federación de Municipios,
¿Les preocupa la respuesta de las comunidades autónomas? Muchas están gobernadas por la derecha.
Es un puzle complejo, pero mi experiencia en lo poco que llevo en el Ministerio es que cuando se pone por delante el cumplimiento de nuestras responsabilidades, cada uno en su ámbito de competencias, creo que en general es fácil llegar a acuerdos o yo lo que he visto hasta ahora es que ha sido fácil llegar a acuerdos. Entonces confío en que podamos hacer lo mismo.
El término de inclusión ha quedado un poco caduco, se trata más bien de no excluir a lo que ya forma parte de la sociedad
¿Qué pasaría si dijeran que no? Quiero decir, no sería raro que Madrid o Valencia, por poner dos casos claros, dijeran que no quieren participar o que no quieren colaborar en la implantación de este plan.
Bueno, yo creo que de momento es mejor no ponerse en ese escenario porque no ha sido así hasta ahora. Es decir, por ejemplo, el Ministerio tiene bastantes ayudas territorializadas y la distribución de cómo son los recursos se hace en colaboración y en acuerdo con las comunidades autónomas. O sea que de facto está pasando así ya, por ejemplo, en las ayudas de dinamización de zonas no urbanas y esto es muy parecido, no tiene por qué ser distinto.
Uno de los ejes es la desigualdad étnico racial. Vivimos un momento de criminalización de los migrantes. También hay desigualdad en la cultura para ellos.
Aquí hay dos niveles. Por un lado la cultura es un derecho y tiene que ser uno de los servicios o derechos que se garantiza a la persona que llega. Y además, creo que aquí también se cruza con las cuestiones de clase. En ese sentido hay que prestar especial atención, pero también tiene que ver con tomar como propias o dar espacio a las propias aportaciones culturales de las comunidades que llevan aquí mucho, mucho tiempo. El término de inclusión ha quedado un poco caduco, se trata más bien de no excluir a lo que ya forma parte de la sociedad, y yo creo que hay que enfocarlo desde el punto de vista no de integrar en el resto de la sociedad, sino concebir la sociedad como plural y diversa.
Vuelvo atrás, ¿esto lo van a entender en todas las comunidades autónomas?
Bueno, nuestro trabajo es hacer que se entienda, no por nosotros, sino porque es bueno para la ciudadanía. Y en todo caso, impulsaremos aquellas políticas que consideremos que hay que hacer para garantizar los derechos.
Muchas de estas cosas involucran a muchos ministerios. Educación, igualdad… ¿se ha hablado ya con ellos?
Con algunos directamente sí y con otros estamos coordinando e iniciando para tener encuentros y ver cómo podemos cruzar un poco la colaboración en el seno del plan, porque efectivamente es esencial.
En el programa educativo se hablaba de Ley de Derechos Culturales, pero ahora se presenta cómo plan de Derechos culturales. ¿Qué ha pasado por el camino?
Necesitamos de alguna manera ampliar la vista y ver si hay que hacer una ley o es más importante hacer otras cosas. Lo que hemos hecho de alguna manera es ensanchar un poco la mirada y que no todo sea una ley. Hay cosas que a lo mejor tienen que ver con otro tipo de modificaciones en cómo hacemos las subvenciones, en qué tipo de ayudas podrían existir, cómo se hace, programas de capacitación y formación… Creo que lo que hemos hecho es bueno. Vamos a analizar todo lo que se puede hacer y si de ahí se deriva que una ley es importante, pues una ley será importante.
Esto requiere una inversión presupuestaria, el otro día no se dijo la cantidad, ¿no hay una estimación, preocupa la negociación de esta partida en los presupuestos?
Aquí lo que podemos decir, porque todavía no tenemos ningún dato concreto en ese sentido, es que sí que hay un compromiso por parte del Ministerio de hacer una inversión importante en el ámbito de los derechos culturales y estamos trabajando en ese sentido a la hora de pensar los presupuestos. O sea que esa esa voluntad existe.
No es desconocido que uno de los principales enemigos de la Cultura siempre ha sido Hacienda. No sé si está preparada para para ese enfrentamiento.
Bueno, yo creo que seremos capaces. El compromiso está por parte del Ministerio. Vamos a pensar que vamos a poder avanzar en ese sentido.
Una de las cosas que se menciona es la creación de públicos, algo que en el teatro, en el cine… mencionan como algo clave, ¿cómo se crean nuevos públicos?
Es fundamental. A mí me gusta decir que la mejor política sectorial es una que no sea sectorial. La mejor manera de llenar teatros, de que el cine sea una industria sólida, es que a la vez hagas una política de generación de deseo, de curiosidad y de amor por la cultura, que es lo que hacen en Francia, donde hay una gran inversión en la industria y una gran inversión en educación y en alfabetización, en incorporación del cine, la música y las artes a los colegios. Son vasos comunicantes. Hay veces que nos dicen que estamos en contra de las industrias, y creo que eso no tiene ningún sentido, porque son vasos comunicantes.
Necesitas una redistribución del acceso a la cultura para que las industrias sean más sólidas y a la vez, las industrias sólidas son un reflejo de lo que está pasando en otros ámbitos. Es fundamental pensar en cómo garantizo que esas personas puedan tener acceso a la cultura y cuanto más acceso tengan, más fuerte va a ser la industria.
¿Se ha pensado como blindarlo de cara al futuro?, ¿el propio éxito del plan será su mejor garantía?
Confío mucho en eso porque creo que los efectos van a ser positivos y que realmente va a servir para mejorar muchas de las cuentas pendientes que hay. Confío en que sea algo que se cree para quedarse, porque creo que muchos de los problemas que se llevan anunciando desde hace tiempo que a través de este enfoque tienen una solución.
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