CRÍTICA

'No mires arriba', la película en la que todos ven un culpable de la pandemia

No mires arriba podría haberse titulado “no mires los datos de Sanidad” o “no mires las fotos de la borrasca Filomena”. Desde que llegó a Netflix el 24 de diciembre, la cinta de Adam McKay se ha convertido en la película de las navidades. La política de privacidad de la plataforma impide saber el número exacto de espectadores en todo el mundo –que probablemente competirá con el de Spiderman en las salas–, pero ya ostenta el récord en cuanto a conversación en las redes sociales.

Durante cuatro días consecutivos No mires arriba, Don't Look Up (su título original), Leonardo DiCaprio o Meryl Streep han sido trending topic. Pero también otros como Ayuso y Trump, que son los que explican que el fenómeno exceda de lo meramente cinematográfico. Como natural de Denver, Colorado, el director de la cinta tomó las referencias principales de Estados Unidos, pero cada país ha encontrado las suyas.

Aunque la trama se centre en un meteorito que está a punto de impactar contra la Tierra, los personajes que ha escrito McKay para señalar a los que lo ponen en duda, lo explotan en la política y en los medios, e incluso en el cine y la música, son transferibles a la pandemia de COVID-19 y a la crisis climática. Sobre todo ahora, que ante la explosión de contagios en España los ciudadanos han aprovechado para hacer visionado y análisis.

Jennifer Lawrence interpreta a Kate Dibiasky, una doctoranda en Astronomía de la Universidad de Michigan que descubre que un cometa de nueve kilómetros de diámetro se dirige a la superficie terrestre, concretamente hacia la costa de Chile. Su magnitud y velocidad van a causar una explosión mucho mayor de la que extinguió a los dinosaurios en la era Cretácica. Ella y su jefe de departamento, Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), deciden dar la voz de alarma a la Casa Blanca acompañados por un directivo de la NASA.

En ese momento, el mundo se dividirá entre los que luchan por concienciar a la población del peligro que corren y quienes, como en el título de la película, les piden que miren hacia abajo. La cabecilla de los últimos es la presidenta de los Estados Unidos, una estupenda Meryl Streep a medio camino entre Donald Trump y Sarah Palin –y según algunos también de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso–. Le acompaña su hijo Jason y jefe de gabinete con un enfermizo complejo de Edipo, interpretado por Jonah Hill.

“¿Sabéis cuántas reuniones del fin del mundo hemos tenido en estos años? Hundimiento económico, misiles sueltos, gases que se cargan la atmósfera, IA rebelde, hambrunas, sequías, plagas, invasión alienígena, superpoblación y agujeros de ozono”, responden a los científicos, que observan atónitos cómo los políticos solo se interesan por el coste económico y electoral. Aunque no han querido dar nombres, Streep y Hill han dejado suficientes pruebas durante la promoción de que intentaron imitar la relación entre Donald Trump y su hija Ivanka, que también fue consejera del expresidente de EEUU.

Los siguientes párrafos incluyen spoilers.

Ante la inacción política, Dibiasky y Mindy acuerdan vender la exclusiva al periódico New York Herald. Este les exige pasar primero por el programa en prime time de una cadena del mismo conglomerado, que presentan Brie (Cate Blanchett) y Jack (Tyler Perry). Una dupla que cumple con lo que el público demanda: pedidas de mano en directo entre los dos artistas juveniles del momento, escándalos sexuales y poco dramatismo, ni siquiera frente una inminente catástrofe natural.

La entrevista a los astrónomos termina de las dos únicas maneras posibles. Uno, endiosado por seguirle el rollo a los presentadores y la otra, ridiculizada después de haber estallado contra el tono frívolo del programa. El doctor Mindy pasa entonces a convertirse en una estrella que posa en portadas de revistas, liga con desconocidas y se acuesta con atractivas periodistas, e incluso hace un cameo en los Teleñecos. Aunque no lo parezca, mientras tanto vigila que los esfuerzos diplomáticos se centren en desviar el cometa de la órbita terrestre. La científica, al contrario, abandona sus estudios, vuelve a casa de sus padres, encuentra trabajo de cajera y se da a la marihuana.

Por último, y más importante, está el personaje de Peter Isherwell (Mark Rylance), un magnate tecnológico con signos de asperger que podría ser una mezcla entre Steve Jobs y Elon Musk. Él es quien verdaderamente maneja el asunto y el único capaz de financiar la operación de rescate o de cancelarla según sus intereses, como acaba haciendo.

Su empresa Bash descubre valiosos materiales en la superficie del cometa y decide no desviarlo, sino dinamitarlo para extraerlos. Como sujeta los hilos de la Casa Blanca, consigue que la nueva estrategia presidencial sea la de pedir a la población que ignore y hasta niegue la existencia del proyectil celeste.

“Es real y se está acercando. Si alguien os dice lo contrario, miente”, piden los científicos por redes sociales mientras tanto. Al más puro estilo electoralista estadounidense, la disputa entre los que miran hacia arriba y hacia abajo se convierte en un circo dividido en dos. Un rally político con conciertos, mítines, estrategias en redes y participación de medios de comunicación y artistas. Fin de los spoilers.

“¿Sabéis por qué quieren que miréis para arriba? Porque os quieren con miedo”, grita la presidenta en uno de sus sermones. Una proclama que suena familiar, y que ha conseguido rememorar las posturas más bochornosas en la gestión de la pandemia. En EEUU y fuera de sus fronteras.

Un fenómeno a la española

No mires arriba anunció su rodaje en febrero de 2020, cuando la pandemia aún no llegaba a atisbarse ni era posible que influyese en ningún guion de cine. Sin embargo, la lucha contra el cambio climático estaba reciente y Donald Trump acababa de retirarse del Acuerdo de París. La crisis sanitaria solo le ha dado un segundo significado y la acerca más a la realidad de otros países como España, que aún se baten contra un virus mediante acciones políticas contradictorias y algunas veces en contra del criterio científico.

La falsa dicotomía entre economía y salud que enarbola la presidenta Díaz Ayuso han hecho que algunos vean similitudes con el personaje de Meryl Streep. “Nos reímos de la situación surrealista que plantea No mires arriba, pero la lógica no es muy diferente a la que aplica Ayuso con la sanidad y la atención primaria”, ponía en Twitter Jorge Moruno, diputado de Mas Madrid.

No mires arriba es en cine como los retratos de Goya a los borbones: mala leche y realismo a raudales. Elon Musk, Trump y su familia (o Ayuso y la suya), Ana Torroja, negacionistas, desprecio a la ciencia, Pablo Motos, Vallés y Ana Rosa, militares cortesanos. Susto y risa tonta”, ha comentado a su vez Juan Carlos Monedero.

Pero hay quien también ha querido ver referencias contra la izquierda en ella –encontrando a Pedro Sánchez en Meryl Streep– e incluso un discurso anticiencia. Esto último es totalmente falso, según las declaraciones del propio director: “Tenemos ciencia para resolver el cambio climático”, ha proclamado en sus redes sociales.

“Votantes de Vox y antivacunas en general entusiasmados con una peli que ridiculiza a los negacionistas y a la extrema derecha. ¡No se debe subestimar la capacidad de ver solo lo que uno quiere ver!”, ha expresado por su parte el exletrado del Tribunal Constitucional, Joaquín Urías.

Borja Semper, exmiembro del PP vasco, cree que “va de todos”: “Se refuerza viendo que muchos creen que no les caricaturiza a ‘ellos’, sino a los ‘otros’”. El exdiputado de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, la ha definido como una “comedia apocalíptica donde todo el mundo es idiota. Y los más idiotas, las élites”.

En lo que parece haber más consenso es en la comparación entre Susanna Griso y Cate Blanchett. Tanto, que Netflix ha usado el parecido para lanzar su broma de los Santos Inocentes del día 28 de diciembre. Otros han sido más ácidos y han criticado a Griso por el tono sensacionalista de su programa y el trato que en ocasiones le ha dado a la pandemia, como hace el show Wednesday Rip con el meteorito en la película.

Y ¿merece la pena?

No mires arriba demuestra que Adam McKay es un gran director coral. Sabe equilibrar en tiempo y relevancia a enormes repartos que podrían quedar eclipsados por el astro rey (reina, en este caso: Meryl Streep). Por contra, la dicotomía que plantea entre los neoliberales y los científicos, y que termina como vaticinaban los segundos, se alarga demasiado. No hay giros de guion que justifiquen las dos horas y media de metraje.

La película tiene gags divertidos, como el del director de cine equidistante, el jefe de seguridad de la Casa Blanca cobrándoles por los snacks gratis o cualquiera de Jonnah Hill. Pero encadena tantos –unos graciosos y otros absurdos– que el ridículo eclipsa hasta los momentos más pretendidamente sesudos.

Si los negacionistas y la alt-right se han apropiado de la cinta es porque los “buenos” tampoco se libran del colmillo de McKay, aunque se lo clave de forma involuntaria. Cuesta empatizar con DiCaprio y Lawrence después de haber sido sometidos a un circo grotesco, aunque quizá eso sí que sea voluntario. Al final, toda sátira se basa en la burla, y de esta no ha salido títere con cabeza.

No mires arriba merece un visionado para formarse una opinión y ponerse frente al espejo, pues no solo salen escaldados políticos, periodistas y magnates, también la ciudadanía. No tiene la rapidez de La gran apuesta (2015) ni la profundidad de Vice (2019), pero es una buena película para cerrar un año como 2021 y pensar en la importancia de la gestión política en la supervivencia, aunque sea mientras nos echamos unas risas.