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Los traductores reclaman su parte del beneficio del libro: “Nuestro trabajo no es un pasatiempo”

Los traductores inician una campaña para recibir beneficios proporcionales de la venta de los libros.

William González Guevara

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“El sector editorial hoy es uno de los más pujantes de la economía española”. Con esta frase arranca el manifiesto publicado este jueves por ACE Traductores, en el que han denunciado no ser partícipes del beneficio económico del que se favorece el sector del libro. Un crecimiento que, según el informe realizado por la Federación del Gremio de Editores, será al cerrar 2023 de un 5%. Esto supondrá que el volumen de facturación se situará por encima de los 1.100 millones de euros: la recaudación más alta de la última década. Logro del que los traductores reclaman su parte.

“Buenas noticias, sin duda. Sin embargo, los traductores no participan de esta pujanza económica”, explican apoyando su reivindicación en cifras: “Con un dato basta para resumir la extrema precariedad a la que nos enfrentamos. Desde 2013 el IPC ha aumentado un 17,7% a escala nacional, pero en todo este tiempo apenas se han tocado nuestras tarifas, que en algunos casos han bajado incluso respecto a las de hace 10 años”.

Los profesionales recuerdan que continúan penalizados por el recorte generalizado de las tarifas que sufrieron en 2013 como consecuencia de la crisis económica de 2008. Esta bajada provocó que, como señalan, “la inmensa mayoría está cobrando prácticamente lo mismo que hace veinte años”. También aprovechan para recordar que “no hace tanto” hubo una filial española de un grupo editorial –al que no mencionan–, que actualizaba las cifras cada año en función del IPC. Práctica que, tras la crisis, “se abolió de un plumazo”.

El titulado Manifiesto por la supervivencia de la traducción editorial en España ha sido impulsado por la asociación profesional ACE Traductores aprovechando la celebración del Día Internacional de la Traducción. Este colectivo es una sección autónoma de la Asociación Colegial de Escritores, constituida en 1983 para defender sus derechos jurídicos y patrimoniales, así como promocionar aquellas iniciativas que puedan contribuir a la mejora de su situación profesional.

ACE acompañó su comunicado con el lema “Quién va a traducir”, con el que numerosos compañeros de profesión hicieron público su apoyo al escrito. “Lectoras y lectores que disfrutáis, conscientemente o no de nuestro trabajo, merecéis estar al tanto de esto”, compartió la traductora Eva Gallaud en Twitter. “Imagina que llevas 20 años con el mismo sueldo, pero la vida sigue y sigue subiendo, y tus empleadores siguen y siguen aumentando beneficios. ¿Cómo estarías? Pues así andamos, más o menos, quienes traducimos libros”, añadió.

Los traductores españoles luchan contra una situación laboral crítica y reclaman la mejora de sus condiciones y una remuneración acorde a su trabajo realizado. “Tenemos unas condiciones nada dignas: la temporalidad, tarifas bajas y condiciones malas, porque claro que es cultura y la cultura tiene que ser accesible, si te pago mucho tengo que vender libros caros y nadie los puede comprar”, explica a este periódico Marta Sánchez-Nieves, presidenta de ACE. “En una conferencia dedicada a la fundadora, hablábamos de cómo los objetivos con los que ella fundó la asociación siguen estando vigentes. No es desalentador porque llevamos 40 años, pero es triste”, remarca.

Defensa de un oficio creativo

Los traductores lamentan el perjuicio que les supone la Ley de Defensa de la Competencia, ya que les impide en la práctica el derecho a la negociación colectiva. “Nos vemos obligados a negociar a título individual con multinacionales de un sector cada vez más concentrado, en el que es muy difícil subsistir al margen de las condiciones impuestas por los grandes grupos editoriales”, escribieron.

La presidenta de ACE aclara al respecto: “Las asociaciones no estamos legitimadas legalmente para representar el colectivo, que es otra de las reivindicaciones del Estatuto del Artista. Ahora mismo no hay una vía viable, pero la Unión Europea tiene una directiva que si se implanta en España, el autónomo independiente tendría derecho a la negociación colectiva”.

Uno de los perjudicados directos de esta situación es el traductor Javier Roma, que describe a este medio su situación: “Al ser autónomos nos ignoran”, afirma, y lamenta, en la línea de la asociación, que no pueda llevarse a cabo una negociación colectiva para mejorar las tarifas.

De ahí que en el manifiesto exijan que se reconozca “la contribución de los traductores al sector, subiendo las tarifas como mínimo de forma proporcional al vigoroso crecimiento experimentado en los últimos años”. Y, como ya ocurrió en tiempos pasados, “comprometiéndose a actualizarlas anualmente en función del IPC”. La asociación concluyó su escrito haciendo hincapié en la figura del traductor y el ejercicio de su profesión: “Traducir libros no es una tarea mecánica, sino un oficio creativo, multidisciplinar y especializado que merece una remuneración acorde a su complejidad y al peso que tiene en una de las principales industrias culturales de este país”.

La IA, en el punto de mira

La reclamación sobre la creatividad intrínseca a su labor llega en un contexto en el que la inteligencia artificial (IA) está en pleno auge. Su desarrollo se ha convertido en un foco de polémica y está suscitando controversia para oficios como la interpretación, el doblaje y la escritura. La traducción no se ha quedado exenta, ya que también afecta a sus profesionales directamente, con herramientas gratuitas muy perfeccionadas al alcance de cualquiera.

“No me preocupa tanto la IA en sí, sino el uso que se haga de ella. Es decir, si van a utilizar la IA para que yo haga luego un trabajo doble de revisión: cotejar, acelerar los tiempos de entrega... en esas condiciones no es una forma viable para la profesión y calidad del texto”, reconoce el traductor Javier Roma.

Sobre la posibilidad de que pueda llegar directamente a suplantar su figura, expone: “Creo que pasará a ser una herramienta más. Lo que no haría la IA es tratar complejidades lingüísticas: metáforas, referencias culturales o adecuarse a las guías de estilo que hay que seguir a veces”.

La presidenta Marta Sánchez, por su parte, sentencia con una postura crítica: “Me preocupa el mal uso de la IA. Están creando herramientas para ganar dinero robando los textos que hemos hecho personas humanas. De artificial nada, estás alimentando a una máquina con el trabajo de la persona sin remunerar y encima me dices que yo ya no sirvo. La IA solo puede ayudar a los traductores a unirnos en su contra, el enemigo común siempre es importante”, afirma. Medios y corporaciones ya están frenando el acceso a sus páginas, introduciendo códigos para que los bots que alimentan servicios de inteligencia artificial no puedan alimentarse de sus contenidos.

Los sectores más creativos del mercado editorial están en guardia. La Associació d’Escriptors en Llengua Catalana acaba de elaborar una guía para autores literarios en relación al “avance acrítico y todavía no regulado” de la IA, en la cual resaltan que “el mal uso de la inteligencia artificial es una amenaza tanto para los escritores como para los traductores”. Ese mal uso, advierten, “puede suponer un empeoramiento de la calidad final de las obras que lleguen a manos de los lectores”.

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