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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Los abusos y la explotación laboral que esconde tu disco duro

Durante años, Lek tuvo problemas para respirar. Los químicos que utilizaba para limpiar esas pequeñas piezas que luego formarían uno de los millones de discos duros que se fabrican cada año en Tailandia quemaban sus pulmones y su esófago. La máscara blanca que le proporcionaba la fábrica no era suficiente para neutralizar los vapores tóxicos que emitían los productos de limpieza y la garganta le ardía.

Hace siete años, la destinaron a la sección de empaquetado y ahora solo tiene un dolor de espalda crónico por las 12 horas que pasa cada día cerrando y cargando paquetes. “Ahora es algo mejor, pero a cambio me han incrementado las horas y me hacen trabajar más duro”, asegura Lek.

Unas 500.000 personas como Lek trabajan en el sector de la electrónica en Tailandia, la mayor parte de ellas fabricando piezas para discos duros, en un país que controla, al menos, el 30% del mercado mundial de estos dispositivos – aunque otros datos elevan la cifra al 45%-, según el gabinete de estudios del banco tailandés Kasikorn.

Los discos duros suponen además un 63% del total de las exportaciones del sector de la electrónica del país con más de 180 millones de dispositivos vendidos al exterior en 2014. La mayoría acaban en los países vecinos del Sudeste Asiático (17%), pero también en Europa (14%), China (14%) o Estados Unidos (13%). El sector mundial está dominado por tres empresas, Western Digital y Seagate, que controlan cada una aproximadamente el 40% y muy por detrás, Toshiba, con un 16%.

Lek y sus compañeras sólo fabrican unos pocos de los componentes que formarán los complejos dispositivos de almacenamiento de datos. Los demás se producen en otras empresas, generalmente situadas en la misma zona del norte de Bangkok, la capital del país, y son finalmente ensambladas en una tercera planta especializada en poner todas las piezas juntas y empaquetarlo para enviarlo directamente a las tiendas de medio mundo. En esta compleja cadena, en la que es difícil trazar de dónde procede cada componente, puede participar hasta 60 plantas diferentes.

Las duras condiciones laborales en las fábricas de producción y ensamblaje de electrónica llevan años en el punto de mira, especialmente a partir de 2010, cuando varios trabajadores de Foxconn, una subcontrata de origen taiwanés con varias plantas en China, se suicidaron en pocos meses. Las largas jornadas de trabajo, la presión constante en las fábricas o la falta de una remuneración adecuada fueron señaladas como las causas principales de los suicidios.

Muchos trabajadores desarrollan además enfermedades por la exposición a productos tóxicos. Así, según un informe de la consultora Oekom, las empresas tecnológicas son las que mayores abusos laborales registran, por delante incluso del textil, que también colecciona portadas por las malas condiciones. El informe de Oekom apunta además a las fabricantes de teléfonos móviles como las empresas menos éticas.

Una rígida disciplina laboral

Los kilos se acumulan desde hace años en las caderas y piernas de Kwam. Las largas horas que pasa sin moverse de la cadena de control vigilando que todas las piezas estén en su lugar han debilitado sus músculos y han ralentizado sus movimientos. Las ojeras enmarcan sus ojos tras semanas cambiando frecuentemente de turno. Unas veces durante el día, otras durante la noche.

La maquinaria nunca se para. “Cada vez son más estrictos. Si recibimos algún tipo de aviso, y cada vez llegan con más frecuencia, nos reducen los bonus [salariales]”, explica Kwam, quien dice que desde hace 5 años tienen que trabajar de pie para ser más productivos. Kwam cobra unos 12.000 baths mensuales (aproximadamente 400 euros mensuales), aunque los 100 euros que cobra por encima del salario mínimo los recibe exclusivamente en forma de bonus y los puede perder en cualquier momento. “No podemos parar y tenemos muy pocos recesos para ir al baño o comer”, dice.

Kwam lleva más de 20 años trabajando en la misma fábrica. Dice, sin embargo, que las condiciones laborales apenas han mejorado porque los sindicatos son frecuentemente reprimidos. “Nos ven con malos ojos porque piensan que damos problemas”, dice la también sindicalista que estudia Derecho en sus ratos libres para poder defender mejor a sus compañeras. “Los trabajadores tailandeses se enfrentan a una infinidad de obstáculos para satisfacer sus derechos de asociación y de negociación colectiva, como empleadores hostiles, protección legal débil y unos oficiales gubernamentales que no cooperan”, asegura la iniciativa Good Electronics.

Así, explica la organización, hay una gran burocracia para establecer un sindicato en Tailandia, y la ley de 1975 no protege contra los despidos improcedentes relacionados con la actividad sindical. Una de las mayores inquietudes es, sin embargo, el impacto de los químicos en la salud de los trabajadores. “Tenemos compañeros que han tenido cáncer o algunas han perdido a sus bebés. ¿Está relacionado? No lo sabemos”, dice Lek.

La industria de la electrónica utiliza más de 500 compuestos químicos diferentes en su cadena de producción, según un estudio de la OCDE. Algunos de los más frecuentes son la acetona –uno de los muchos compuestos que irritaba la garganta de Lek, asegura– benzol, etileno, metoxietano o clorina, casi todos ellos relacionados con graves efectos en la salud como asfixia, afecciones pulmonares, alergias o cáncer.

El sector se está moviendo rápidamente, no obstante, para asegurar una cadena de producción más limpia y justa. En el año 2012 se lanzó el Fairphone, el primer dispositivo electrónico fabricado bajo los principios de comercio justo. Muchas empresas han empezado a publicar sus listas de proveedores y Apple trabaja ahora con la Fair Labour Association para mejorar las condiciones de sus fábricas. Los avances se concentran, sin embargo, en el sector de los teléfonos móviles y de los ordenadores. Mientras, Lek y Kwam seguirán con sus dolores de espaldas y sus músculos debilitados esperando a que las mejoras lleguen al sector de los discos duros o a que las fábricas decidan sustituirlas por mano de obra más barata en algún país menos desarrollado.  

*Los nombres de las trabajadoras han sido cambiados para preservar su anonimato y evitar represalias de su empleador. Los responsables de la fábrica se negaron a responder a las preguntas de eldiario.es