La portada de mañana
Acceder
Sánchez impulsa una regeneración que incluye una reforma del Poder Judicial
La fumata blanca de Sánchez: cinco días de aislamiento, pánico y disculpas al PSOE
Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

“Un año después de la guerra nada ha cambiado en Gaza”

Tasam llega cojeando hasta el solar donde hace menos de un año estaba su casa. “Me he gastado mucho dinero para que me operasen bien la pierna, pero sigo con muchos problemas”, explica uno de los tres hermanos Abu Yami que sobrevivieron, junto a un sobrino, al bombardeo israelí que el 20 de julio de 2014 convirtió su vivienda de tres pisos, situada al sur de la Franja de Gaza, en un amasijo de escombros y barras de ferralla. Bajo sus ruinas quedaron sepultados 25 miembros de su familia entre los que se encontraban su mujer y sus tres niñas, la más pequeña de tan solo un año de edad. “Yo no pienso en el mañana. ¿Y el hoy? El día a día no se aguanta”, decía Tassam a eldiario.es pocos meses después de la tragedia.

Hoy, con el enorme agujero abierto en el suelo por la explosión cubierto de arena y con sus familiares desaparecidos, el semblante de este palestino, ahora desempleado —la tasa de paro en Gaza asciente al 44%, según datos de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA)—, apenas ha cambiado.

Su estado civil, sí. Tassam se ha vuelto a casar y su esposa actual está embarazada de cinco meses. “Lo perdí todo, a todos los míos. Ahora intento construir otra familia”, explica mientras enseña las fotos que tiene en el móvil de las tres niñas que perdió aquel fatídico día cuando un misil israelí sorprendió a los suyos en casa haciendo el iftar (la comida vespertina con la que los musulmanes rompen el ayuno durante el mes de Ramadán).

Tasam también ha intentado reconstruir su pierna, rota entonces por varias partes. Ya no tiene la escayola que le cubría la extremidad desde el muslo hasta el tobillo, pero se queja de fuertes dolores en los tendones.

“Los médicos que me operaron me dicen que necesito un traumatólogo especializado, pero en Gaza no lo hay. Yo no puedo salir de aquí por el bloqueo (impuesto por Israel desde que en 2007 Hamás se hiciera con el poder en la Franja de Gaza), así que solo me queda esperar a que algún día venga un cirujano experto y me opere”, explica este gazatí mientras se levanta el bajo del patalón y muestra el hueso torcido de su tobillo.

Tras la muerte de una veintena de miembros de este clan gazatí, fuentes del ejército israelí argumentaron que en la vivienda se encontraba un miliciano de Hamás, pero los Abu Yami, que lo desmienten, se preguntan por qué tuvo que morir casi toda la familia.

“Yo perdí a todos mis hijos menos a uno. También a nuestra madre, al pequeño de mis tres hermanos y a todos los suyos”, explica el hermano mayor de Tasam, de nombre Tawfiq. “Qué culpa tenía mi hija recién nacida, ¿era ella también del brazo armado de Hamás?”, se pregunta. Segundos después este palestino agacha la cabeza y se queda ensimismado.

Milagrosamente él, junto a otro hermano que se encontraba rezando en la mezquita en el momento del bombardeo, no resultó herido, pero el trauma psicológico que padece tras lo ocurrido ha dejado una herida más profunda que la que cualquier secuela fisica hubiera podido generar. Su mirada entristece más de lo que pueda describir cualquier adjetivo.

“Nos preocupa mucho la situación psicosocial y de trauma de la gente en Gaza después de la guerra”, asegura María José Torres, Directora adjunta de la oficina de la OCHA en Jerusalén. De los 2.200 muertos que dejó el conflicto en Gaza, más de 1.400 de ellos eran civiles (entre los que había más de 500 niños). “Además, otras 1.000 personas van a vivir con discapacidades el resto de su vida”, explica Torres.

Para esta funcionaria de la ONU, los traumas que sufren adultos y menores en Gaza se han visto agravados por el hecho de que aún no haya comenzado la reconstrucción de las 18.000 viviendas que fueron totalmente destruidas o severamente dañadas durante los 51 días de conflicto del pasado año —otras 120.000 resultaron parcialmente destruidas—, según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (UNRWA).

Una reconstrucción que no llega

“Seguimos igual que antes. Nos dijeron que nos iban a reconstruir la casa, pero estamos otra vez en Ramadán y aquí no hemos visto nada”, asegura Tasam, quien reside de forma temporal en la vivienda de unos parientes, situada al lado del solar donde se encontraba su antiguo hogar.

“El resto de los hermanos nos hemos ido de alquiler. Estamos todos separados”, añade Tawfiq, quien añora los tiempos en los que toda la familia vivía bajo el mismo techo, una costumbre especialmente enraizada en los clanes familiares del sur de la Franja de Gaza.

“Muy recientemente se ha anuciado la posibilidad de que lleguen materiales de construcción a Gaza pero esto llevará aún un tiempo. Hablamos de que a un año de la guerra, la reconstrucción con erre mayúscula no ha empezado”, comenta María José Torres. Según esta española, hasta ahora solo se han realizado labores de rehabilitación, como las ejecutadas en la carretera que recorre la Franja de norte a sur o en algunas infraestructuras sociales realizadas por la UNRWA.

“Ven el riesgo de haya otra guerra que arrase con lo reconstruido”

Entre los motivos señalados por la directora adjunta de la OCHA se encuentra el hecho de que no han llegado los fondos prometidos por la comunidad internacional —esos 5.000 millones de dólares solicitados por las autoridades palestinas en la Conferencia de El Cairo—. “Ven el riesgo de que se produzca una nueva guerra que arrase con todo lo reconstruido”, explica.

Además, según esta funcionaria de la ONU, otra de las razones es la falta de diálogo entre los gobiernos palestinos de Cisjordania o Gaza, inmersos en un rifirrafe interno, y las restricciones impuestas por Israel para la entrada de materiales —con proyectos ya aprobados y dinero dosponible— por temor a que estos puedan ser resultar “de doble uso” (como en el caso del cemento, el hormigón o el hierro). Es decir, que Hamás pueda desviarlos para la reconstrucción de túneles o la fabricación de cohetes que después pueda utilizar en una nueva guerra con Israel.

Pocas esperanzas de cambio tienen a la vista los 100.000 gazatíes que, como los Abu Yami, que aún hoy siguen siendo desplazados internos. Sin reconstrucción, en un enclave costero donde viven casi dos millones de personas, con el 80% de la población dependiente de la ayuda humanitaria (según la UNRWA), con cortes diarios de luz de entre 16 y 18 horas o con el 90% del agua no apta para el consumo humano. Un territorio que vuelve a estar “al borde del colapso”, tal y como denuncia el último informe del Banco Mundial.

Solo de noche, cuando los habitantes de Gaza rompen el ayuno, familias como los Abu Yami se olvidan durante un rato de su drama diario. A veces hacen el iftar junto a las contaminadas playas de la Franja. Incluso, sus vecinos más pudientes se desplazan hasta la que es la nueva atracción en Gaza, comer pescadito en los muy iluminados puestos del puerto o 'Al Mina'. Sus luces de colores inundan esta zona de la ciudad, impidiendo a sus comensales ver las ruinas, los escombros o la ferralla que yacen acumulados a escasos kilómetros a la espera de que puedan ser reutilizados en una futura rehabilitación. Se olvidan solo por unas horas. Un respiro, al menos hasta el próximo amanecer.