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Aumenta el número de menores migrantes llegados a Ceuta a nado: hasta siete horas en el mar para burlar los controles

Varios menores migrantes llegados a Ceuta a nado.

Gonzalo Testa

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Las playas ceutíes y marroquíes más cercanas entre sí no están a más de un kilómetro de distancia en línea recta en la bahía sur. En otro punto, el trayecto directo no supera ni los 200 metros, pero en los móviles de algunos menores recién llegados a la ciudad se dibujan trayectorias GPS a nado insólitas. Karim muestra su teléfono: la ruta describe un rodeo de siete kilómetros mar adentro para burlar a las embarcaciones de fuerzas de seguridad, que custodian la franja más cercana a la costa.

Cada día, decenas de migrantes, la mayoría marroquíes, intentan llegar a nado a Ceuta. Muchos de ellos son menores migrantes. Antes del fin del comercio atípico en la frontera, los chavales tenían más fácil colarse entre el caos generado en el paso terrestre entre la marabunta cada mañana. Incluso algunos entraban acompañados de sus padres y, luego, se quedaban. Ahora, con mayor vigilancia y obstáculos, es más común que decidan lanzarse al mar.

El centro de acogida de menores de La Esperanza, donde los servicios de protección ceutíes acogen a los niños migrantes solos que llegan a la ciudad autónoma, ha alcanzado esta semana su mayor índice de ocupación de lo que va de 2023, 149 adolescentes. La inmensa mayoría de ellos han llegado a Ceuta tras nadar hasta siete horas para recorrer 14 kilómetros en triangulaciones inverosímiles para burlar la vigilancia en tierra y mar de las autoridades españolas y marroquíes, confirman fuentes de los servicios de acogida ceutíes. Uno de ellos es Karim (nombre ficticio). Tiene 17 años y había dejado de intentarlo durante unas semanas, cuenta, tras toparse a principios de 2023 con un cuerpo sin vida en el mar. Le costó superar el miedo hasta volverse a lanzar al mar. Ha tenido que solicitar asistencia psicológica para superar el trauma sufrido en alta mar.

Dos años antes de lograr llegar a la ciudad para quedarse, Karim había logrado entrar en la ciudad durante la crisis migratoria de Ceuta, en la que llegaron más de 10.000 migrantes desde Marruecos, mil menores entre ellos, en mayo de 2021. También fue uno de los 55 expulsados ilegalmente a través de un operativo por el que la exdelegada del Gobierno y la exconsejera de Presidencia del Ejecutivo regional están encausadas por prevaricación administrativa continuada a las puertas del banquillo.

“Lo había intentado al menos 15 veces”, recuerda el adolescente. El menor abandonó Marruecos debido al entorno familiar “negligente” en un hogar que él no sentía como tal, cuentan quienes conocen de cerca su experiencia vital. “Le negaban la comida y hasta la entrada a casa. No podía soportar más los malos tratos de su madre, a la que hemos escuchado decirle que olvide su teléfono. Por eso se empeñó en cruzar a la ciudad para labrarse un futuro en el que no necesite a nadie”, añaden las mismas fuentes.

Karim lo consiguió la víspera del festivo de la Asunción de la Virgen, una de esas madrugadas de niebla de levante estival, aprovechadas por los migrantes para llegar a Ceuta. Alrededor de los espigones marítimos fronterizos norte y sur se registran decenas de intentos de entrada irregular de adultos y menores a diario. Durante el pasado mes de agosto, el Área de Menores de la Ciudad Autónoma se ha hecho cargo de 63 menores extranjeros no acompañados, tantos como los que había recibido durante los seis meses anteriores (159 desde el 1 de enero). A lo largo de las dos primeras semanas de septiembre han llegado a 'La Esperanza' otros 30 chavales, la mitad solo el domingo pasado, la jornada con mayor número de ingresos desde que comenzó el año.

Pico al final del verano

Es una tendencia que se repite al final de cada verano, cuando los marroquíes emigrados a Europa regresan a sus países de residencia habitual y las fugaces oportunidades de empleo que ofrece su retorno desaparecen.

Fuentes judiciales intuyen que a esa coyuntura se ha sumado este año cierta relajación de Marruecos en el control de sus costas por este punto, aunque los chicos lo niegan. “Nos cuentan que los agentes hacen todo lo que pueden para evitar salidas… Que esperan y esperan en el ‘muro’ de la carretera sobre las playas. El primero en intentar lanzarse al agua es el que menos probabilidades tiene de conseguirlo, pero genera espacios para que el resto lo logren…”, explican en el centro. “Dicen que los agentes marroquíes en tierra nunca se mojan las botas y que, si llegan al mar, ya no les alcanzan. Para evitar que los detecten con embarcaciones, hay que tirarse en noches de temporal”, reproducen trabajadores en contacto con los niños los testimonios que recogen a su llegada.

Mohamed [nombre ficticio] llegó a Ceuta el 22 de agosto a las cuatro de la madrugada junto a un amigo. Los meses anteriores se los había pasado trabajando en la cocina de un chiringuito de playa de Castillejos [Fnideq, en árabe], la localidad marroquí ubicada al otro lado de la frontera del Tarajal que creció de manera desenfrenada con el comercio atípico, el contrabando de productos entre ambos países, con el que acabaron España y Marruecos tras la pandemia. El 'porteo' de mercancías mantenía a miles de personas sin formación, dedicadas a transportar fardos y atraía población de todo el Reino alauita.

Ahora, con una frontera permanentemente colapsada por colas de al menos tres horas de jueves a domingo, la ciudad marroquí ya no recibe las visitas de los ceutíes que peregrinaban cada domingo para comprar a precios de saldo marisco o verduras. También languidecen miles de viviendas casi sin estrenar vacías, salvo en julio y agosto, cuando la diáspora vuelve de vacaciones.

Siete horas en el agua

“Compré tres trajes de neopreno a 60 euros cada uno que la Gendarmería o las Fuerzas Auxiliares me quitaron otras tantas veces hasta que conseguí llegar a Ceuta”, explica Farid [nombre ficticio], que nació en el hospital de la ciudad autónoma, gracias a la facilidad para cruzar antes del fin del comercio atípico. Sus padres, él exobrero de la construcción y ella exporteadora, ahora están en paro. Su hermana mayor, de 20 años, permanece junto a su madre hospitalizada en Sevilla, donde ha sido operada cinco veces por una malformación de nacimiento. En casa se hacía cargo del pequeño de diez años, pero a veces se sentía “rechazado” por su propia familia, cuenta. Era, dice, “una responsabilidad que nadie quería asumir”.

Se echó al mar para “buscar una vida mejor”. Los técnicos que trabajan con él aseguran que se trata de un joven “muy proactivo” con “muchas ganas de aprender español y de perfeccionar el oficio de cocina que aprendió en Marruecos”. Su sueño pasa por establecerse en Barcelona.

En Bilbao tiene la mirada puesta Ismail [nombre ficticio], que en diciembre cumplirá 13 años. Es uno de los chicos más pequeños que han pasado por 'La Esperanza', donde el pasado domingo ingresó otro niño con 11. “Si me hubiera quedado en Marruecos no hubiera tenido una buena vida”, argumenta en árabe. El Área de Menores prevé escolarizarlo en el IES Abyla hasta que se tramite su posible reagrupación familiar con un hermano mayor en Euskadi. Afirma que hasta en el colegio es “común” hablar de cómo migrar y presume de “buen nadador”. Su peripecia lo prueba: siete horas en el agua: de las 23:00 a las 6:00 horas, con final feliz.

Éxodo marroquí

El éxodo de menores y jóvenes marroquíes a Ceuta desde Marruecos empezó a multiplicarse hace ocho años: en 2015 el Gobierno local se hizo cargo de 371 menores desamparados, de 633 en 2016, de 511 el ejercicio siguiente, 855 en 2018 y 979 en 2019, cuando recibió una media de casi tres al día y en 'La Esperanza' llegó a haber más de medio millar de chavales hacinados. La pandemia dejó la cifra en 278 en 2020 y la crisis de mayo de 2021 (1.167 en solo dos días) desbordó todos los recursos.

La respuesta solidaria del resto de autonomías y del Ministerio de Derechos Sociales, que ha reservado más de seis millones de fondos europeos para la construcción de un centro de acogida permanente, permitió digerir el pico de llegadas y fijar un máximo de acogidos de 132 (un 50% más del número idóneo tope de 88). Por encima de esa cifra, que ya se supera en más de un 10%, se debería activar el mecanismo extraordinario de traslado a otros puntos de la península.

Si pudiera elegir dónde ir, Karim, que cumple 17 el próximo miércoles, lo haría a Valencia para ser “peluquero o cocinero”. Al otro lado de la frontera cobraba “unos 200 dirhmas por semana”, unos 18 euros, trabajando en un salón de bodas.

“No todos quieren irse, pero muchos sí, también los que tienen dinero... Si tienes mucho puedes venir en moto de agua por 4.000 euros, si tienes poco comprar una barca con otros por 500 cada uno, si no nadando”, resume Abdeselam [nombre ficticio], procedente de El Jebha, un pueblo costero ubicado a unos 160 kilómetros de Ceuta.

Su perfil es distinto porque viene de un ámbito más rural, aunque en ese contexto su familia también está golpeada por problemas de adicciones. “Mi madre y yo vivimos gracias a la caridad de los vecinos”, confiesa el chico, de incipiente bigote, que lleva menos de dos semanas en Ceuta. Los técnicos del Área destacan que “se muestra muy agradecido por la oportunidad que se le ha brindado”.

De mucho más lejos, de Niagané, una comunidad agrícola del sur de Mali, viene Ousmane [nombre ficticio], que acaba de cumplir seis meses en Ceuta y ya se defiende en castellano con rubor. Huyó de su casa en abril de 2022 y tardó casi un año en alcanzar la ciudad española norteafricana tras ser “asaltado” y “explotado como peón sin cobrar” en su periplo por Argelia y Marruecos, país que no abandonó a nado como el resto, sino saltando el doble vallado de al menos 6 metros de altura español, una ruta más habitual para los migrantes subsaharianos.

“Mi pueblo está en una zona de guerra con saqueos, secuestros y asesinatos... Escapé cuando me quisieron reclutar y me gustaría conseguir una vida buena para ayudar a mis padres a salir de allí”, refiere el chico, que querría ser “conductor de camiones” y asentarse “en Suiza”. Una enorme sonrisa es su única respuesta a por qué en ese país.

La escolarización de los menores solos que llegan a Ceuta, donde se ha acabado con los grupos de chicos en situación de calle, se suele retrasar hasta que alcanzan un dominio suficiente de la lengua vehicular para desenvolverse en clase, por lo que muchos alcanzan la mayoría de edad antes de integrarse en algún colegio o instituto.

A la espera de contar con nuevas infraestructuras, la ciudad espera no volver a caer en los niveles de “sobreocupación” de sus recursos sufridos que “imposibilitan una atención adecuada a los menores, dañan gravemente la convivencia entre ellos y dan problemas de seguridad, tanto para estos como para los profesionales”.

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