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Un año del naufragio de Cutro

“Estábamos llegando y grabaron un vídeo para que las familias pagaran el viaje. Media hora después, el barco naufragó”

El pescador Vincenzo Luciano, mira el mar hacia el punto en el que se produjo el naufragio del 26 de febrero de 2023 en Steccato di Cutro, Crotona.

Mariangela Paone

Steccato di Cutro (Crotona, Italia) —

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Vincenzo Luciano extiende el brazo y con la mano, sin dejar de sujetar el cigarrillo que fuma nerviosamente, indica un punto en el mar no muy lejos de la orilla. “Mira, está allí, ¿lo ves? No serán ni 60 metros. Donde el agua parece más clara, hay un banco de arena. Allí encalló el barco. Se podían haber salvado”. Ha pasado un año desde aquella madrugada del 26 de febrero cuando este pescador de 51 años y ojos del mismo color del mar se echó al agua para tratar de salvar a algunos de las decenas de náufragos de la barcaza de madera que se había hecho pedazos frente a las costas de Steccato de Cutro, en Calabria. Al menos 94 de las más de 180 personas a bordo murieron mientras un número indeterminado sigue desaparecido un año después.

“Hoy hay viento de tramontana, aquel día era siroco. Sacaba a los cadáveres del mar y la resaca se los volvía a llevar. Había una chica con un abrigo rojo. La recuperé dos veces. Luego el cuerpo se me escapó y la volvieron a encontrar una semana después en una playa a cuatro kilómetros de aquí. Solo por la mañana sacamos 20, 30 cuerpos. Y me siento culpable, porque no he conseguido rescatar ni a uno con vida. Ahora me llaman el pescador de cadáveres. No es bonito”, dice apoyado en el viejo todoterreno blanco con el que también aquella mañana surcó las dunas de la playa, convirtiéndose en el primer testigo de una de las mayores tragedias del Mediterráneo de los últimos años.

El número de las víctimas siguió engrosándose hasta bien entrado abril, cuando se encontró el último cuerpo. La playa se llenó de los restos del barco y de los vestigios de vidas truncadas: una mochila, un juguete, unos zapatos... Hoy no queda ya nada y en el descampado donde se acumularon los cadáveres, frente a las primeras casas, segundas residencias vacías en invierno, hay un manto de pequeñas flores amarillas. El viento se ha llevado las cruces hechas con trozos de la madera levantadas en memoria del naufragio, y también las promesas que, tras días de caos, las víctimas recibieron de las autoridades italianas.

“Considéralo hecho”. Assad El Molki recuerda bien las palabras que le dijo la primera ministra italiana Giorgia Meloni, cuando se encontraron en Roma a mediados de marzo. No había transcurrido ni un mes desde que él había visto morir en sus brazos a su hermano pequeño Sultán. Tenía seis años y fue uno de los 35 niños que murieron en el naufragio.

Meloni había querido celebrar en Cutro un Consejo de ministros extraordinario donde se aprobó el llamado “decreto Cutro”, un paquete de medidas criticadas por varias organizaciones por restringir aún más las mallas de la acogida y reafirmar la respuesta en términos securitarios del Gobierno a la gestión de los flujos migratorios. Tras la rueda de prensa, los ministros se fueron sin reunirse con los supervivientes y los familiares de las víctimas que habían llegado de medio mundo para buscar a los suyos, vivos o muertos.

Unos días después, cuando arreciaban las críticas, se organizó un encuentro en Roma. “Estábamos sentados cerca de Meloni. Le expliqué que había perdido a mi hermano. Y le había pedido un favor: que me ayudara a traer aquí a mis padres y mis hermanos que siguen en Turquía. Considéralo hecho, me contestó. Ha pasado un año y seguimos esperando”, cuenta El Molki a elDiario.es en una videollamada desde Trebisonda, en Alemania, el país en el que han sido reubicados 33 supervivientes. En la pantalla aparece junto a su tío, Firas El Ghazi. En el centro en el que viven comparten habitación y también la angustia por la situación del resto de la familia que sigue en Turquía.

“Huimos de Damasco. Llegamos a Turquía en 2015, tras un año y medio en Líbano. Pero durante ocho años no conseguimos encontrar trabajo, los niños no iban al colegio y empezamos a tener miedo a que nos repatriaran a Siria. Decidimos hacer ese viaje por desesperación. Sabíamos que era más peligroso que intentar llegar a Grecia pero teníamos miedo a que allí nos devolvieran. Para el viaje nos pidieron 8.000 euros por cada adulto y 4.000 para Sultán. Poco después de zarpar de Turquía el primer barco, metálico, se rompió y nos hicieron subir a uno de madera. Navegamos durante días. Cuando casi estábamos llegando, grabaron un vídeo para mandarlo a nuestras familias para que desbloquearan el dinero para pagar el viaje. Media hora después el barco naufragó”, cuenta El Ghazi.

“Las personas empezaron a gritar. Estábamos en la bodega y subimos. Nos tiramos al mar. Sujetaba a mi hermano mientras me agarraba a un trozo de madera. Trataba de tenerle fuera del agua. Pero pasó mucho tiempo, una hora, una hora y media. Y luego vi que no contestaba, su piel se había vuelto azul. Cuando llegaron para rescatarnos, intentaron hacerle maniobras para que echara el agua de los pulmones pero no había muerto por eso. Murió por hipotermia, murió de frío”. El Molki recuerda que tardó días en contárselo a la familia. Primero se lo dijeron al padre, luego a su madre y al resto de su familia, sus hermanas que ahora tienen 19, 17 y 12 años y otro niño de siete. Sultán era el penúltimo y el más pegado a su hermano Assad. Por eso viajó con él, porque siendo menor la familia esperaba poder obtener la reunificación.

“Sultán era la esperanza de toda la familia, la esperanza de mejorar la vida de sus hermanos. Esa esperanza se ahogó. Luego nos dieron otra. Nos dijeron que los nuestros vendrían con la ayuda del Gobierno italiano. Y empezamos a esperar de nuevo. Pero ahora estamos en la desesperación”, dice El Ghazi, que en Turquía tiene a su mujer y sus niños de 14, 12 y 8 años. En Alemania han obtenido una protección subsidiaria de un año, lo que dificulta aún más que puedan estabilizarse y aspirar a la reunificación. Todo esto lo cuentan gracias a la ayuda de Ramzi Labidi, que hace de traductor desde Crotona. Labidi es mediador cultural y cofundador de la asociación Sabir, una de las organizaciones que han creado una coordinadora, la Rete 26 febbraio, para seguir asistiendo a las víctimas y a los supervivientes como hicieron en los primeros días tras el naufragio.

De aquellas jornadas interminables Labidi recuerda el dolor y el caos. En los primeros diez días la mayoría de los 80 supervivientes durmieron en dos grandes naves del centro para demandantes de asilo de Crotona, en condiciones muy precarias y con baños compartidos para hombres y mujeres. Mientras tanto llegaban los familiares desde Alemania, Suiza, o incluso Australia y Estados Unidos... “Estaban estas personas y nadie les atendía. Al principio era el caos. La cosa cambió solo tras la visita del presidente de la República [Sergio] Mattarella”, dice Labidi. “Nosotros les ayudamos con el reconocimiento, con las gestiones para el traslado de los cuerpos porque el Gobierno italiano solo pagaba el viaje. Todo duró más de un mes y medio. Recuerdo todo de aquellos días, hasta los olores. En el barco había somalíes, paquistaníes, palestinos, sirios, pero la mayoría de las víctimas eran afganos y he conocido a ese pueblo maravilloso: con paciencia y dignidad, esperaban para tener información”.

Es una espera que sigue hasta el día de hoy ya que, recuerda Labidi, todos se creyeron la promesa del Gobierno italiano de que agilizarían las reagrupaciones familiares: “Ya existían los corredores humanitarios para los afganos desde Paquistán. De hecho así llegó el familiar de un grupo de víctimas que era vicegobernador de Herat, la ciudad en la que estaban las tropas italianas, y fue evacuado y ahora vive en Tarento. Su primo, que era un funcionario de los servicios de inteligencia que había colaborado con las autoridades italianas, también había pedido la evacuación desde Irán. Pero no había tenido respuesta. Junto a su familia se subió a ese barco y murieron todos”.

Francesca Rocca, responsable inmigración de la asociación Agorá Kroton, encargada de la acogida de dos de los nueve supervivientes que se han quedado en Crotona, confirma que a día de hoy no han tenido noticias de las reunificaciones: “No estaban entre los invitados al encuentro en Roma [con Meloni] pero el día después de aquella reunión les convocaron en la Comisaría para que dieran los nombres de los familiares para los que querían la reagrupación. Desde entonces no han vuelto a saber nada”.

La coordinadora Rete 26 Febbraio es la que se ha encargado de la acogida y los viajes de quienes han querido volver a Cutro para conmemorar a las víctimas y seguir pidiendo verdad y justicia sobre lo que ocurrió. “Quieren que se recuperen también los restos del barco que siguen en el fondo del mar porque creen que allí puede que siga habiendo cadáveres. Y también piden que se haga todo lo posible para que no haya más muertos en el mar”, subraya Labidi.

Verdad y justicia”

Un año después son aún muchas las preguntas que quedan sin contestar sobre lo que ocurrió aquella noche. Uno de los cuatro presuntos responsables de la travesía que emprendió el barco naufragado, un ciudadano turco de 29 años, fue condenado el pasado 7 de febrero a 20 años de cárcel tras ser juzgado en un proceso abreviado. Otros tres están siendo juzgados por el procedimiento ordinario.

Pero hay máxima expectación sobre las conclusiones de la investigación de la Fiscalía de Crotona que indaga sobre las responsabilidades del operativo de rescate. El barco fue avistado por uno de los aviones de Frontex desplegados en la zona más de seis horas antes del naufragio. Las cámaras térmicas del avión habían captado la presencia de muchas personas a bordo y así se comunicó. La agencia europea emitió una primera alarma hacia las 23.00. Dos patrulleros de la la Guardia de Finanza, la policía aduanera de Italia, salieron hacia la zona y el caso se gestionó como lo que en la jerga se define como intervención de Law and enforcement, una operación de policía, y no una alerta SAR —Search and Rescue—, es decir una intervención de salvamento. Sin embargo, los buques de rescate dieron media vuelta por las condiciones adversas del mar, sin llegar a atender a los naufragados.

“Aunque la Guardia de Finanza se hubiera quedado y hubiesen encontrado al barco, no podrían haber hecho mucho porque las embarcaciones no tienen las características de estabilidad para permitir esa actividad de rescate”, decía el pasado marzo a elDiario.es el exalmirante Vittorio Alessandro, que fue portavoz de la Guardia Costera italiana entre 2010 y 2013, subrayando cómo la decisión de enviar la Guardia de Finanza en lugar de la Guardia Costera, equipada para actuar en condiciones de mala mar en operaciones de rescate, fue igual a mandar a “la policía en lugar de a los bomberos mientras un incendio devora casas y personas”.

En la sala de la Liga Naval de Crotona llena de público reunido para asistir a una de las primeras iniciativas en conmemoración del primer aniversario del naufragio, Alidad Shiri usaba este miércoles una metáfora parecida: “Para nosotros, los familiares, es duro volver aquí. Estamos aquí para reclamar verdad y justicia. Ha pasado un año de esa tragedia que se podía evitar. Desde que Frontex mandó su alerta pasaron seis horas. Si yo me encuentro mal y llamo al 112, me mandan un médico no un carabinero”, dijo Shiri, quien vive desde hace años en Italia adonde llegó solo siendo aún menor y huyendo de Afganistán. Su primo de 17 años, dos décadas después de él, también tuvo que jugarse la vida para llegar a Europa. Está entre los desaparecidos.

“Si en lugar de la Guardia de Finanza hubiera actuado la Guardia Costera, las cosas hubieran ido de otra manera”, dice Vincenzo Luciano, mientras sigue mirando hacia el mar de Steccato. Él, que empezó a subirse a un barco con seis años para ayudar a su tío en la faena, desde aquella madrugada del 26 de febrero no consigue volver a pescar. “He vendido el barco grande. Cuando tiro las redes, me vuelven las imágenes. Y no puedo. No he podido volver a trabajar”. Le sigue volviendo a la cabeza la imagen del primer niño al que rescató: “Lo saqué del mar. Tenía los ojos abiertos. Lo llevé al coche... Pero no respiraba. Solo pude cerrarle los ojos”. No ha recibido ayuda de las instituciones, tampoco la busca. “No quiero nada. No quiero dinero. No quiero medallas. Después de haber recogido a 40 muertos en la playa no te importa nada todo eso. Quisiera que aquel niño estuviera vivo. Quisiera haber sido capaz de salvar a tan solo uno de ellos”. 

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