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ENTREVISTA

El refugiado que se empeñó en crear bibliotecas en el campamento donde creció: “Necesitamos libros, no armas”

Abdullahi Mire, antiguo refugiado que defiende el derecho a la educación de la niñez y la juventud desplazadas, ganador del Premio Nansen de ACNUR para los Refugiados de 2023.

David Soler Crespo

Nairobi (Kenia) —

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“¿A qué edad leíste tu primer libro?”, pregunta Abdullahi Mire. “No te acuerdas. Yo me leí mi primer libro con 10 años y me acuerdo perfectamente, era el libro Hello, children. Eso habla del privilegio que tenéis en Europa”.

Mire tiene la mirada cansada. Bosteza y pide un capuccino para espabilarse mientras se disculpa por sus constantes miradas al móvil. “Lo siento, no es que pase de ti, es que estoy agotado. Ayer hice ocho entrevistas, ahora iba a empezar otra y he dormido cuatro horas”, contaba desde la sede de ACNUR en Nairobi pocos días antes de viajar a Ginebra, donde este miércoles ha recogido el Premio Nansen para Refugiados de 2023 por su labor como creador del Centro de Educación para Jóvenes Refugiados, la organización que promueve la donación de libros al campo de refugiados de Dadaab, en el este de Kenia.

“Me sorprendió mucho, es algo enorme. Este premio lo ganan presidentes, el año pasado fue la excanciller de Alemania Angela Merkel”, dice, aún abrumado una semana después. A sus 36 años, Mire vivió en el campamento de Dadaab dos tercios de su vida tras llegar con tan solo tres años con sus padres, que huyeron en 1991 de la guerra en Somalia.

“Al principio pensábamos que sería corto y semi-permanente, pero no”, dice. Ese año se creó el campamento para refugiados somalís como él en la zona árida del este de Kenia, pero más de treinta años después la violencia, las sequías y las hambrunas han hecho que no paren de incrementar sus habitantes hasta las 378.000 personas en la actualidad. De ellos, la mitad son niños y todavía, a día de hoy, sólo el 58% puede ir a uno de los colegios en la zona.

En su época, Mire calcula que eran en torno a un 40% de niños los que, como él, iban al colegio. “No había espacio para más en los colegios. Compartíamos un libro entre cincuenta personas y en las clases había 200 alumnos por profesor, estaban saturadas”, recuerda Mire. A pesar de ello, él no sólo acabó primaria y secundaria, sino que incluso estudió Relaciones Públicas en la sede de la Universidad Kenyatta en el campo de Dadaab y empezó su carrera como periodista.

“Mi madre me empujó mucho para ello, trabajó duro como matrona y me consiguió clases particulares con profesores”, dice. Solo el 7% de los refugiados llega a tener estudios terciarios.

Hace diez años, su familia fue acogida por el Gobierno de Noruega en Oslo. A sus 26 años, Mire se fue con ellos, pero el frío de Oslo no le gustaba y tardó menos de dos años en regresar, esta vez con destino a Nairobi. Allí empezó a trabajar de freelance para medios como Al Jazeera o la agencia francesa AFP. Un día, en el campamento de refugiados de Dadaab, una chica se le acercó.

El libro de biología

“Me sorprendió porque en la cultura somalí no es habitual que una mujer se te acerque”, dice Mire. Acabó siendo el inicio de un importante cambio en su vida. Esa adolescente, Hodan Bashir, le dijo que su sueño era ser médica y le pidió que le comprara un libro de biología. El que tenían, decía, lo compartían entre 15 compañeras de clase. “Se pensaba que era un hombre importante con mucho dinero, pero tengo corazón y cuando tienes corazón eres rico”, explica el galardonado.

Ese encuentro se convirtió en una llamada a la acción. “Cuando volví a mi casa en Nairobi, pensé: esta chica necesita un libro y sí, se lo puedo comprar por unos siete dólares, pero hay miles como ella”. El periodista cogió su teléfono y empezó a llamar a amigos y compañeros de trabajo. Consiguió reunir 20 libros entre amigos en su primer envío, pero a partir de ahí quiso llegar a más.

El verdadero cambio fue cuando consiguió el contacto del embajador de Catar en Nairobi, quien donó 20.000 libros. Era 2017 y entonces se planteó profesionalizarlo. Un año después formalizó la organización del Centro de Educación para Jóvenes Refugiados, donde colaboran como voluntarias unas cincuenta personas que él coordina.

En cinco años han conseguido donar más de 100.000 libros de todo tipo a Dadaab: desde libros educativos hasta novelas de ficción. Todos ellos los donan desde el extranjero y la gran mayoría están en inglés, suajili y somalí, lo cual dificulta la gestión. “La clave es que lleguen a tiempo. Aquí los colegios empiezan en enero, por lo que tienes que asegurarte que en diciembre tengan los libros, no en junio, porque si no no sirve de nada”, asegura.

Las bibliotecas de Daadab

Además de los libros, Mire ha creado tres bibliotecas donde los alumnos pueden estudiar, leer y prestar sus libros. El lugar sirve a su vez como un espacio seguro para muchas chicas adolescentes. “Así las niñas no son violadas, se sienten seguras. Es una bendición y te sientes feliz”, dice Mire. En Somalia, la tasa de embarazos adolescentes supera los 90 por cada 1.000 mujeres.

El galardón recibido viene acompañado de 100.000 dólares. Mire tiene claro en qué va a empezar a invertir el dinero: “Lo primero que voy a hacer es poner electricidad e Internet en las librerías”, dice. Su visión, eso sí, es mucho mayor. “Mi plan es construir bibliotecas por toda África, la siguiente será en el campo de refugiados de Kakuma, luego Sudán, Somalia, Etiopía… Desafortunadamente tenemos problemas en todo el continente, así que tengo un gran peso sobre mis hombros”, dice Mire. “El problema de África viene de sus guerras. No necesitamos armas, necesitamos libros. El gran problema del mundo es el analfabetismo. Nuestros líderes buscan niñas y niños soldados para matarse entre ellos, pero yo estoy buscando un libro”, añade.

Su siguiente objetivo es encontrar una beca para que Bashir, la joven que le inspiró y que ahora es enfermera en el campo de refugiados de Dadaab, pueda cursar sus estudios de Medicina y cumplir su sueño de ser doctora: “La siguiente generación a la mía cambiará Somalia. Si los de mi edad no la podemos cambiar, quiero que otros lo hagan”.

El somalí se ilusiona cada día por ese futuro a través de la mirada de sus tres hijos. A pesar del estrés, las maratonianas jornadas de entrevistas y el peso de conseguir llevar libros antes de que comience el curso, Mire se olvida de todo al caer el sol. “Cuando llego a casa y mi hija viene corriendo a abrazarme, me olvido de todo. Eso es terapéutico”, sonríe.

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