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Los refugiados convertidos en fotógrafos para acabar con el olvido de los rohingya: “Queremos que el mundo nos escuche”

Los ganadores regionales del Premio Nansen para los Refugiados de ACNUR 2023 para Asia y el Pacífico (de izquierda a derecha) Sahat Zia Hero, Salim Khan, Shahida Win y Abdullah Habib.

Víctor Ibáñez

22 de diciembre de 2023 22:41 h

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Si Sahat Zia Hero sube a lo alto de una de las colinas del campo de refugiados de Kutupalong, en la localidad de Cox´s Bazar en Bangladesh, puede ver el pueblo en el que vivió y creció en Myanmar, muy cerca de la frontera entre ambos países. Reconoce los árboles, los edificios y una torre telefónica cercana a su casa. “Incluso puedo sentir que percibo los sonidos y olores de mi pueblo”, dice Zia, refugiado rohingya, a elDiario.es.

Cuando ve a los niños jugando al fútbol en el campo de refugiados, recuerda su infancia y se imagina a él mismo –“era buen jugador”– con sus amigos y compañeros en Myanmar, en ese mismo pueblo que puede ver desde la cima de la colina, del que le separa un río, la frontera entre ambos países y toda una historia de violencia contra la comunidad rohingya, que le hizo huir de Myanmar en 2017 y que le hace imposible volver.

Zia, de 29 años, es uno de los cuatro ganadores regionales para Asia y el Pacífico del Premio Nansen para los Refugiados de ACNUR 2023. Junto a Mohammed Salim Khan (31), Shahida Win (27) y Abdullah Habib (29), todos fotógrafos y refugiados rohingyas, ha recibido el premio por su labor documentando la vida de su comunidad en Kutupalong. Según ACNUR, “si los 33 campamentos que forman Kutupalong y otros dos asentamientos de Cox's Bazar fueran una ciudad, sería la quinta más poblada de Bangladesh, con alrededor de 930.000 personas refugiadas repartidas en 24 kilómetros cuadrados”. Los cuatro premiados hablan con elDiario.es desde una de las oficinas de ACNUR en el campo.

Shahida, Abdullah y Zia huyeron de su país tras el estallido de violencia contra la comunidad rohingya en agosto de 2018, cuando la ONU identificó elementos de genocidio contra la población rohingya. Según Amnistía Internacional, las Fuerzas Armadas de Myanmar llevaron a cabo crímenes de lesa humanidad contra esta comunidad, entre los que se encuentran: asesinato, deportación y desplazamiento forzado, tortura, violación y otro tipo de violencia sexual, persecución y otros actos inhumanos como negar el alimento y otros suministros necesarios para la vida.

Desde el estallido, llegaban una media de 8.000 personas cada día al país vecino y se calcula que más de 700.000 rohingyas huyeron del estado de Rakhine (Myanmar) buscando protección en Bangladesh. La mayoría llegó en los tres primeros meses de la crisis.

Su propia voz

“Nací y crecí en el campo de refugiados y, desde mi experiencia, puedo decir que la vida de un refugiado es difícil y dolorosa”, dice Khan. En 1992, según ACNUR, cerca de 14.000 rohingyas llegaron a los campos de refugiados de Cox´s Bazar huyendo de Myanmar. Muchos se quedaron y allí nacieron segundas y terceras generaciones, mientras que otros permanecieron en su país natal, en el estado de Rakhine, viviendo en condición de apátridas.

La violencia, las inundaciones, la falta de acceso a la educación o la actual crisis alimentaria –a principios de este año, el Programa Mundial de Alimentos recortó las raciones de comida para los refugiados rohingyas por la falta de financiación– que se vive en Kutupalong son algunas de las dificultades a las que se enfrenta la comunidad rohingya.

Los cuatro fotógrafos documentan la vida en el campo de refugiados para mostrar al mundo las condiciones en las que viven. Coinciden en la necesidad de contar su historia. “La situación del campo de refugiados se está volviendo más difícil. Y esa es la razón por la que empezamos a tomar fotos y contar historias de las dificultades con las que viven los refugiados, de su vida diaria y de su sufrimiento. Para que el mundo pueda escuchar la historia de los rohingyas a través de sus propias voces, de sus lentes, y puedan sentir nuestra vida, la manera en que estamos sobreviviendo en el campo”, cuenta Abdullah.

Para contar la vida en el campo de refugiados, Zia fundó la revista colectiva Rohingyaphotographer, publicada por fotógrafos refugiados rohingyas. Ya han publicado el primer y segundo número –centrados en la identidad de la comunidad y su relación con la naturaleza en el campo respectivamente–, con el apoyo del diseñador y artista visual español David Palazón, y están trabajando en el tercero –centrado en la crisis alimentaria–. “Mantenemos nuestro trabajo para empoderar a nuestra comunidad y conseguir cambios, marcando la diferencia juntos, para que la gente del resto del mundo pueda saber de nuestra experiencia y que nunca seamos olvidados”, dice sobre la revista su fundador, que también imparte clases y talleres de fotografía en el campo.

La vida en Kutupalong es aún más complicada para las mujeres rohingyas. La falta de espacios privados es uno de los grandes problemas. Antes tenían sus casas, ahora tienen que salir al exterior para utilizar las letrinas u otras instalaciones y recorrer largas distancias para ello. “Como mujer no te puedes mover libremente, tienes un tiempo límite, porque por la noche es peligroso caminar. Hay instalaciones a las que no pueden ir”, explica Sahida, quien además de tomar fotografías escribe poemas sobre la vida en el campo.

La falta de oportunidades y de educación hace que muchos jóvenes abandonen el campo de refugiados y se lancen al mar en busca de una vida mejor. “Están arriesgando su vida”, dice Zia. Ante la falta de una educación formal, la mayoría de los chicos en edad escolar está fuera del colegio buscando trabajo para ayudar a su familia.

Dolor y olvido

En el campo de refugiados de Kutupalong el sol sale por la frontera con Myanmar, al este de Bangladesh. “Cada vez que vemos el amanecer recordamos nuestro hogar”, dice Abdullah. “Es muy doloroso para todos nosotros”.

Sahida, que nació en otra parte del país pero creció en el estado de Rakhine, expresa el sentir general de los refugiados rohingyas tras seis años en el campo: “Tengo muchos recuerdos de allí y cada vez que me siento sola o estoy en el campo y me vienen a la mente esos recuerdos. Me siento muy triste. Quiero volver a mi país lo más pronto posible y vivir esos momentos de nuevo allí. Pero la situación no es buena y no es posible volver”.

Todos quieren volver a Myanmar y seguir documentando la vida de su comunidad. Su hogar está cruzando un río y la frontera entre ambos países para algunos incluso es visible desde el campo, pero la distancia real que los separa es mucho mayor. “Es el país donde hemos nacido y donde pertenecemos, pero no es fácil porque el conflicto todavía está activo. Es una situación crítica para los rohingyas y no es un buen momento para volver”, explica Abdullah. Insisten en que no pueden volver hasta que no haya una garantía de derechos, justicia hacia su comunidad y que sean reconocidos como ciudadanos de Myanmar. “Nacimos en Myanmar y pertenecemos allí. No somos apátridas”, dice Zia.

Los ganadores se sienten agradecidos por el premio y lo ven como una posibilidad de visibilizar las duras condiciones en las que viven en el campo de refugiados y de recordar al mundo la situación en la que se encuentra la comunidad rohingya. “Sentimos que el mundo nos está olvidando entre las numerosas crisis globales. Después de seis años en el campo de refugiados, la comunidad internacional ha fallado en proporcionar una solución sostenible”, expone Zia.

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