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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Algunas ideas recientes para mejorar la ciudad (pero no la nuestra)

Súper vía ciclista en Londres

Pedro Bravo

Como si la alcaldesa fuese Teresa Rabal y no Ana Botella, en Madrid tenemos políticas en materia de movilidad, sostenibilidad y transformación urbana seguidoras de la corriente “me pongo de pie, me vuelvo a sentar”. Un día inauguramos salerosos las bicis eléctricas de alquiler, otro día decimos que vamos a bajar el impuesto de vehículos de tracción mecánica; un día filtramos que queremos crear más áreas restringidas al tráfico, otro día (otro mes entero, más bien) volvemos a pasar todos los límites de contaminación del aire y no hacemos ni declaraciones. Por eso, porque aquí la cosa huele a improvisación e incoherencia, a veces me da por respirar otros aires y echar un ojo a algunas noticias e ideas de distintos lugares del mundo.

En Edimburgo, Escocia, por ejemplo, han anunciado un programa piloto llamado School Streets que pretende restringir el tráfico de coches alrededor de once escuelas. La cosa será a partir de agosto de 2015, por las mañanas y por las tardes, cuando los niños entran y salen del cole y con el objetivo de hacer sus trayectos más seguros y de impulsar que se muevan a pie o en bici. Según el ayuntamiento de allí, además de los beneficios mencionados, habrá otros que se amplían a todos los ciudadanos, residentes y negocios de las zonas en cuestión, como la reducción de los atascos y de la contaminación, tanto del aire como sonora. La noticia ha sido muy bien acogida por otras escuelas y hay hasta 31 que quieren ser incluidas en el programa. Normal.

En Londres, el alcalde Boris Johnson sigue con su cruzada por el uso de la bici y no se conforma con las Boris Bikes, como se llama popularmente al servicio público de alquiler de allí, ni con el dinero invertido en infraestructuras y fomento de la movilidad a pedales —más de mil millones de euros es su presupuesto para el tema en diez años—. Quiere más y planea la construcción de dos (súper) vías segregadas para que dar más seguridad y eficacia a los que van en bici pero también para aliviar el tráfico y el agotado sistema de transporte público de una ciudad que pronto va a llegar a los diez millones de habitantes. No serían las primeras grandes vías ciclistas londinenses pero sí las más grandes y mejor diseñadas y planificadas, una de norte a sur y otra de este a oeste. Las previsiones dicen que, por ejemplo, la que recorre el mapa de forma horizontal, de casi 30 km, podría llegar a acoger 3.000 ciclistas por hora. El equivalente a añadir 10 trenes a la línea de metro correspondiente o hasta 41 autobuses extra y por mucho menos dinero (y eso que el coste está en torno a 50 millones de euros). El asunto ha generado protestas por parte de algunos pcomerciantes y de la oposición, que acusa al alcalde del pelo raro de hacerlo solo por eso de pasar a la Historia. Pero, y aquí está para mí la miga de la noticia, también está teniendo apoyos. Y no solo por parte de la gente concienciada y movilizada por esto de las transformaciones urbanas, también por grandes empresas como Deloitte, Orange, Unilever y Cemex, entre otras, que consideran que el plan es bueno para la capital británica pero también para sus negocios, ya que permitirá a sus empleados llegar a pedales y sin problemas a trabajar.

Por cierto, sigo sin salir de Londres pero entro, quizá, en el terreno del delirio. Allí se ha juntado un grupo de arquitectos, artistas e ingenieros convocados por una organización recién creada y llamada The River Cycleway Consortium para proponer otra vía segregada para bicis llamada The Thames Deckway. La reunión supongo que sería en un pub porque la idea es hacer un carril bici flotante de 12 km sobre el Támesis, los usuarios tendrían que pagar casi dos euros por cada trayecto y recibirían alertas por satélite del estado del tráfico, las mareas y el tiempo. Un proyecto que costaría nada más que 760 millones de euros. A veces uno no sabe si en Londres al abrir el grifo salen fajos de billetes de 100 libras o tiras de secantes con LSD-25. O las dos cosas.

Aprovecho la mención a algo que floreció a finales de los 60 para viajar a San Francisco. La ciudad californiana tiene un plan para ser la primera gran urbe de su país (y del mundo) que no genere residuos. El objetivo de ser una ciudad basura cero es para 2020 y consiste en no llevar ni un residuo al basurero ni a la incineradora, en reciclar todo lo reciclable, compostar todo lo compostable y, sobre todo, anticiparse a la creación de despojos. La idea es estupenda como lo fue hace años, que ya se les ocurrió en 2002, cuando lanzaron su plan zero waste para 2010. No se logró, pero sí han reducido los residuos en un 80%. No sé, a uno siempre le suenan a cantos a Cartagena estos retos a fecha puesta. Pero mejor proponerse mejorar en algo, sobre todo en algo como esto, que no proponerse nada en absoluto. Ojalá le salga bien a San Francisco y ojalá se entere alguien de por aquí.

Y ojalá le salga también bien a la ONU su reciente petición, los países miembros le hagan caso y para 2100 se hayan eliminado del todo las emisiones de CO2. Pero, por si acaso, en Boston ya hay gente que se ha puesto a pensar cómo solucionar uno de los problemas causados por el calentamiento global (y porque el alzamiento de la falla de San Andrés está levantando la costa Oeste y hundiendo la suya). A ver, según el mismo IPCC de la ONU que ha propuesto lo de cero emisiones para 2100, el nivel del mar en la ciudad donde triunfó Larry Bird subirá entre uno y dos metros para finales de siglo. Lo que viene a ser un problemón. Por eso, una organización llamada Urban Land Institute ha reunido a un grupo de expertos para pensar soluciones y lo que se les ha ocurrido es que, en vez de luchar por parar el agua, podrían dejarla entrar en la ciudad y transformar Boston en una Venecia de la costa Este gringa. Ojo, a la reunión no acudieron guionistas de Hollywood ni dueños de casinos de Las Vegas, fueron arquitectos pero también promotores inmobiliarios, comerciantes, empresarios y gente con criterio de allí. Y todos pensaron que sería buena idea convertir en canales las calles del histórico barrio de Back Bay. Buena o mala, de momento y por supuesto, la idea se va a quedar en solo en eso.

Y es que, más allá de lo que a cada uno le parezca cada proyecto u ocurrencia y de lo más o menos aplicables que serían aquí —canalizar las aguas del Manzanares por Arganzuela no lo veo, por ejemplo—, lo que le pone a uno mohíno es preguntarse si Madrid se está pensando a sí misma y contestarse que más bien no. O, al menos, no a los niveles de las ciudades que he mencionado y de muchas otras de todo el mundo, en las que sus gobernantes o grupos con influencia está meditando cómo hacer para vivir mejor. Aquí, por el lado de los que mandan ahora, no parece que haya un plan. Ni planes de tenerlo.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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