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Indígenas mexicanos construyen su futuro al controlar los recursos de su tierra

El aserradero de la comunidad.

Isaac Altable

La supervivencia de comunidades indígenas en Latinoamérica es un asunto espinoso. Su integridad depende del respeto al entorno en el que viven. Pero también entra en juego su condición económica. No parece un gran recurso mantener comunidades a base de subsidios. Dejando a un lado las comunidades aisladas de las junglas tropicales cuya forma de vida es, en sí misma, sostenible y alejada de las economías de mercado globalizadas, es una necesidad hallar una vía para dar viabilidad a estos grupos humanos.

La solución empresarial, con un estilo muy cooperativo, constituye una manera de encontrar soluciones autosustentables, respetuosas y con valor añadido. Como ejemplo de cómo afrontar esta idea, traemos un proyecto con trayectoria en Nuevo San Juan Parangaricutiro, en México. La comunidad de indígenas ya tomó las riendas de sus recursos naturales (en este caso forestales) para conseguir esa triple fórmula: un modo de vida, el respeto a su propio entorno en el que viven e independencia económica. Y con ese afán continúan creciendo.

“Queremos ser una comunidad indígena con empresas competitivas que ofrezcan seguridad, confianza y garantía a todos sus comuneros, integrantes y clientes aprovechando la materia prima de una manera integral; dándole mayor valor agregado a los recursos naturales y mejorando el nivel de vida de los comuneros, garantizando así la sustentabilidad de los recursos”. El proyecto (que ha entrado en el Momentum Project de BBVA y Esade) supone la explotación de manera racional, respetuosa y sostenible de los bosques de coníferas que pueblan su tierra.

Su aserradero procesa más de 40.000 metros cúbicos de madera que sirve para, según el catálogo comercial, “tarimas, muebles, astilla…”. Además, a esto le han unido una visión de ecoturismo en la zona. Todo con el propósito de ser dueños de sí mismo, arraigar a su población y ofrecerles una manera de ganarse la vida. Con este proyecto pretendermos “detener y revertir la destrucción de los bosques de la Comunidad”, comentan. La explotación de árboles en estos bosques se realizó desde la llegada de los europeos en el siglo XVIII. Hasta los años 70 del siglo XX, la masa forestal sufrió un sobreuso que la dejó en estado “lamentable, al igual que el resto de las comunidades indígenas de la región: la tala ilegal, el cambio de uso del suelo, las plagas y enfermedades forestales y los incendios forestales intencionales estaban destruyendo a pasos acelerados los bosques de toda la región”, relatan. En 1984, los propios habitantes tomaron control de su entorno.

Ahora, este emprendimiento trata de “ ”aprovechar ordenadamente la riqueza forestal de la Comunidad, defender el patrimonio natural de la Comunidad e impedir su desaparición“. Con esa dinámica, la riqueza de su naturaleza redunda en su gente y en su beneficio social. ”Los empleos llegan a la población local“, explican en su intento de impedir la emigración forzosa: ”la destrucción de la comunidad indígena por la falta de oportunidades de desarrollo“. Una fórmula empresarial para dar respuesta a una necesidad social. La idea final es conseguir que la comunidad indígena se desarrolle mediante la explotación racional. ”Si el nivel de vida de los comuneros crece garantizando la sustentabilidad de los recursos, se crea una posibilidad de presente y futuro“, concluyen. Con esta dinámica, el valor añadido económico y social, confluye para conseguir el fin último: la supervivencia en la comunidad indígena a base del control de su propio destino.

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