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“Mis hijos saben distinguir entre el ruido de las bombas, la artillería pesada, los cohetes y los disparos”

Sara Rosati / Edición: David Román | Diseño: Diana Matarranz

Tras vivir un mes de la guerra, los hijos de Tania distinguen perfectamente entre los sonidos de las bombas, la artillería pesada, los cohetes o los disparos. “Todos los días pensaba: ¿y si la próxima bomba cae en mi casa?”, explica esta refugiada ucraniana que huyó a Moldavia para proteger a sus hijos de la violencia. 

El relato de Tania se ha convertido en lo común entre las paredes de este centro, ubicado en Chisináu, la capital, donde Educo atiende principalmente a mujeres y niños. “Son personas muy vulnerables, que han salido con pocas pertenencias y no tienen un lugar a dónde ir”, explica su responsable humanitaria, Maria Civit. 

Más de 400.000 personas han cruzado ya la frontera desde Ucrania al país vecino. Muchas familias se ven abocadas a elegir entre quedarse en Moldavia con la esperanza de que en algún momento termine la guerra o seguir viaje. Cualquiera de las opciones conlleva enormes dificultades:  “Los padres y madres de familia han perdido su empleo y se encuentran aquí sin nada, solo con unos pequeños ahorros, si es que los tienen. Y los niños sin una escuela a donde ir”, relata Civit. 

El reto de Educo en sobre el terreno es triple: garantizar entornos seguros, protectores y libres de violencia para los niños, que puedan seguir estudiando y acompañar a las familias en el proceso de adaptación. “Estamos aquí para apoyarles y para crear condiciones o medios de vida para que puedan encontrar un empleo”, concluye la humanitaria. 

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