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JOMO o cómo el verano de la loca masificación turística nos redescubrió el placer de perderse un plan

JOMO, la alegría de pasar de la última tendencia y hacer lo que verdaderamente te apetece.

Marina Benítez

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El verano es ese espacio idealizado de tiempo en el que, como dice el estribillo de Patricia Manterola, mucha gente hace que “el ritmo no pare”. Como estos dos últimos meses nos han vuelto a demostrar, este se tercia como un lapso excesivamente planificado para muchos y minado de citas en festivales, idas y venidas en avión a destinos de visita obligada como el Partenón o el Lago di Como. Si el presupuesto no da pues hay quien se planifica las ferias de los pueblos más cercanos, la cosa es sentir que el verano se aprovecha.

Pero a día de hoy este trabajo extra ha llevado a mucha otra gente a decidir parar para disfrutar. Sin ningún tipo de planificación añadida más allá del presente, alejando de sí cualquier plan que suponga un estrés continuo por no llegar a estar en todas partes. Esto también se llama JOMO, acrónimo de Joy of Missing Out (alegría de perderse algo), y hace referencia al placer intrínseco a perderse eventos, actividades o dejar de hacer aquello de lo que estamos pendiente por estar al día.

Empezamos a ser conscientes de que la idealización de ciertos momentos vitales o tipos de vida activa conlleva un gasto extra y unas expectativas que no hemos definido por nuestra cuenta, sino que nos vienen impuestas por miradas ajenas que nada saben de nuestra realidad. Ideas simplistas que actúan como directoras de arte de miles de vidas y las homogeneizan, haciendo que las mismas calas estén masificadas en verano, los mismos eventos se queden sin entradas o que los restaurantes más instagrameables necesiten de reserva sí o sí. Es ahí cuando lo espontáneo es reemplazado por decenas de planes en nuestro Google Calendar.

Al principio, salirse del redil y planificar un verano atípico, vacío de atardeceres o viajes a la playa, puede ser difícil. Nuestra identidad deja de encajar en lo que se supone que deben ser unas vacaciones y lo que tiene que pasar en ellas, pero es ahí cuando comienza la aventura de descubrirse realmente y saber quién se es. Esto nos lleva a dejar de lado la idea de cómo deben de ser las cosas y a acercarnos más al cómo son realmente. Al heterogéneo presente que cada quien vive por sí, y que es único.

Empezamos a ser conscientes de que la idealización de ciertos momentos vitales o tipos de vida activa conlleva un gasto extra y unas expectativas que no hemos definido por nuestra cuenta, sino que nos vienen impuestas por miradas ajenas

Como describe Clau Fernández, usuaria activa de redes sociales e influencer que habla en su cuenta de salud mental y autocuidado, en uno de sus vídeos de YouTube: “para mí lo importante es tener cosas diarias con las que me sienta a gusto. Cada día, esté donde esté, hacer cosas que me hagan sentir bien. En mi caso puede ser leer, escribir, salir a dar un paseo, bailar, hacer algo de ejercicio, hablar con una amiga, hacer alguna manualidad, etc., aunque sea yo sola. En vez de pensar en tener el verano de nuestras vidas, tenemos que pensar en cómo hoy puedo estar a gusto. Y no se trata de tener el día más increíble de tu vida o que el día sea perfecto”.

La importancia radica en descubrir qué es lo que se desea hacer realmente y qué es lo que se acomete por llegar a unas expectativas de ocio impuestas. Como añade Clau Fernández para este medio: “siento que la mayoría de veces vivimos con el piloto automático puesto y no somos conscientes de cómo nos sentimos o qué es lo que realmente queremos. En mi caso esos momentos de parar y reconectar me ayudan mucho a salir de ahí”.

El FOMO y el miedo constante a perdernos algo

Aunque esta ansiedad por querer ser y estar al día, también llamada FOMO, Fear Of Missing Out (miedo a perderse algo), es más fácilmente identificable durante las vacaciones, también se extrapola al resto del año. Una impaciencia constante por no perderse ningún plan o por crear y exprimir al máximo aquellos momentos arquetípicos con los que se supone se es feliz. Hay que destacar que el estar constantemente conectados determina nuestra interacción con aquellos hitos que deben de existir en nuestro día a día. El escaparate en el que se convierten nuestras redes sociales se articula para mostrarnos como personas a la última que, encima, son felices con momentos concretos. Nos puede producir ansiedad, por ejemplo, no estar al día con la serie del momento o la cartelera. Productos audiovisuales que sirven para integrarte en conversaciones en las que las vivencias pasan a ser monedas del Mario Kart.

El miedo al aislamiento

Para explicar por qué quedamos inmersos en el FOMO nos podríamos retrotraer a los años 70, cuando Elisabeth Noelle-Neumann desarrolló la teoría de la espiral del silencio. En su investigación se percató de que una gran mayoría de personas, por miedo al aislamiento, desarrollaban una opinión propia similar a la opinión pública. Esta servía como forma de control social, determinando qué era aceptable y qué no.

Más allá de esto, se podría reflexionar a día de hoy sobre una opinión pública que se gratifica con aquello que se enmarca dentro de ciertas características estéticas y aspiracionales con las que sueña. A esta se la podría llamar opinión wannabe, teniendo como medio de difusión las redes sociales. Todo ello relacionado con el sueño de la vida perfecta, que nos proporciona placer solo con observarlo y nos empuja a buscar el encuadre perfecto o la luz más aesthetic, de la mano de ciertos estados preestablecidos y con los que poder definirte o identificarte como soft girl o barbiecore. Esto lleva a la creación de un ecosistema de modos de estar predeterminados y aceptados en los que habitar cuando la desconexión con el presente es apabullante y no se sabe ni dónde ni cómo ser.

La ansiedad por hacer ya no solo se presenta al ir a un lugar o estar presente en un evento, sino en el estar al día con las trends (una tendencia digital) en redes. Así, se puede correr el riesgo de que leer un libro se convierta en un motivo para crear contenido. Esto se debe a la forma concreta en la que su lectura produce placer en quien pudiera observarlo en redes sociales, como subrayar ciertas frases de una forma concreta. Incluso organizar la mesa de trabajo para comenzar la rutina laboral puede ser en sí un motivo de ansiedad debido a los cánones estéticos que las redes nos imponen sobre lo que es una mesa de trabajo perfecta.

Es por ello que alcanzar unos parámetros idealizados por la opinión wannabe nos hace correr el riesgo de someter nuestra vida a la obsesión de llegar a las mismas acciones, determinadas por lo viral, y basadas en estar a la última en cualquier parcela.  El punto álgido del sometimiento FOMO es cuando el hacer se encuentra totalmente sometido a la opinión pública, focalizándose en una intención ulterior a la acción en sí misma. Así, la mutación hacia la individualidad conformada por la mirada ajena es insalvable. ¿Cómo identificar esto? Sencillo, te encuentras desayunando un café de barista acompañado de un bretzel untado en mermelada de arándanos solo para postearlo.

Quizás, la única forma de extraerse de esa burbuja de hiperactividad social sea, en primer lugar, un alejamiento escogido de las formas de comunicación que nos subyugan a la constante creación de contenido para mostrar. Ejemplo de ello son quienes sustituyen su smartphone por un móvil antiguo.

Nuestras vidas dejan de ser nuestras para convertirse en una herramienta más mediante la que producir siendo el producto el hacer que se da en ella. Entonces, ¿no sería el mayor acto de rebeldía contra el sistema capitalista dejar de ser un engranaje orgánico del mismo? Esto es, dejar de producir y de consumir la acción como lugar en el que habitar y pasar de estar al día de todo.

La ansiedad por hacer ya no solo se presenta al ir a un lugar o estar presente en un evento, sino en el estar al día con una tendencia en redes. Así, se puede correr el riesgo de que leer un libro se convierta en un motivo para crear contenido

“Es difícil no compararse al ver la vida de la gente en redes: que si viajes, que si amigos inseparables, que si casas súper aesthetics, que si eventos, fiestas o planes increíbles… Es chungo y soy la primera a la que le pasa”, dice Clau Fernández. “¿Cómo lo afronto? Siendo consciente e intentando razonar —no siempre con éxito—. Cuando me empiezo a comparar con los demás me recuerdo que cada persona es distinta, con unas circunstancias diferentes a la mía y que no es oro todo lo que reluce. También me ayuda pensar en formas en las que puedo disfrutar de mi vida, pequeños actos que hacen que me sienta mejor”.

Respecto a la obsesión por producir, añade que “vivimos en una sociedad en la que la productividad rige nuestras vidas. Que sí, que el tiempo es oro y no podemos desperdiciarlo pero, ¿de verdad tenemos que hacer que cada segundo de nuestra vida tenga un sentido? Parece que siempre estemos pensando '¿qué puedo hacer para que este momento sea lo más productivo posible?”, reflexiona Fernández. “Nuestro tiempo libre fuera del trabajo debería ser para descansar y hacer lo que nos dé la gana sin sentirnos culpables”

Cómo incorporar el JOMO

El ciclo del FOMO es una perfeccionada cortina de humo, pero siempre nos quedará el JOMO. Hay quienes han decidido pasar el verano con periodos sin utilizar redes sociales o han escogido dejar de idealizar hitos de la vida como bodas, cumpleaños o momentos que debían de cumplir una función estética, aparte de social. Para incorporar el JOMO se debe contar con una serie de herramientas personales que faciliten la transición. Como dice la psicóloga Patricia Ramírez, conocida en redes como @patri_psicologa, en uno de sus vídeos de YouTube: “se trata de vivir nuestra vida al margen de lo que otros creen que nos estamos perdiendo, ¿por qué podría darnos felicidad perdernos cosas? Tener de más nos agobia. Incluso siendo información. El minimalismo nos ayuda a vivir felices con menos y a desprendernos de todo aquello que rellena nuestra vida, pero que no le está dando sentido. Con la información pasa lo mismo: no toda la que llega a nuestra vida nos suma”.

¿No sería el mayor acto de rebeldía contra el sistema capitalista dejar de ser un engranaje orgánico del mismo? Esto es, dejar de producir y de consumir la acción como lugar en el que habitar y pasar de estar al día de todo

Para Clau Fernández, abrazar el JOMO significa disfrutar de “la felicidad y la paz que me genera desconectar de las redes y hacer cosas que disfruto. Ir a mi bola y no dejarme llevar por lo que dicen los demás o por lo que dicta la sociedad. Significan saber que estoy haciendo lo que me gusta y que mientras lo hago, estoy más presente”.

Por otro lado, contamos con herramientas para conectarnos con nuestro presente: “como tener la idea de un botón de pausa, como si tuviésemos un interruptor para poder hacer las cosas más despacio. Debemos de sacarnos de la cabeza la idea de cerebro multitarea. Tratar también de disfrutar de los detalles”, dice a elDiario.es la psicóloga Patricia Ramírez.

La especialista también nos explica que es imprescindible tener actividades al margen del uso del teléfono: “no quiero demonizar el uso de las redes sociales o el teléfono, porque creo que nos pueden ayudar mucho en diferentes aspectos de nuestra vida, pero es cierto que no podemos poner todos los huevos en la misma cesta. Igual que ahí conectamos con personas también tenemos que hacerlo en la vida real. El contacto con la naturaleza, con el ejercicio, con una manualidad, con lo que tu hagas en casa o con la gente con la que te relacionas. Esa es la mejor manera, más que prohibirte el uso de la tecnología”.

Ramírez añade que “el JOMO es algo que todos tenemos que aprender. Normalizar que nos baste lo que tenemos para no buscar o saberlo todo”. Cabe preguntarse cómo es posible proteger el cerebro ante tanto estímulo: “puedes proteger tu cerebro haciendo un uso sensato de la tecnología, esto es no dedicarle tres horas seguidas. Puedes estar media hora por la mañana, media por la tarde y el resto del día, a pintar, a leer o salir a pasear. Otra cosa que lo protege es trabajar actividades que cuiden nuestras funciones cognitivas como la práctica regular de ejercicio físico sobre todo de fuerza, el sueño, la meditación y descanso para recuperar la falta de atención producida por la tecnología y el teléfono”, señala la experta.

El JOMO es algo que todos tenemos que aprender. Normalizar que nos baste lo que tenemos para no buscar o saberlo todo

Patricia Ramírez psicóloga

Clau Fernández apunta también el papel que la economía de la atención tiene en todo esto: “he probado mil cosas y muy pocas me han funcionado pero, ¿es culpa mía que me vicie? Yo diría que no. El problema no es que tengamos poca fuerza de voluntad, el problema es que quienes crean estas aplicaciones nos lo ponen muy complicado”. Y da tres claves que, en su experiencia, le han ayudado a superar el FOMO y acercarse al JOMO:

  • Cerrar sesión en las aplicaciones. En vez de poner un límite de tiempo en de uso en estas, que a menudo es más fácil saltarse. “Normalmente entramos a estas aplicaciones de forma inconsciente: desbloqueamos el móvil y sin darnos cuenta ya nos hemos pasado una hora viendo Reels. Lo de cerrar sesión sirve como un obstáculo porque para entrar tendrás que poner tu cuenta y contraseña y eres más consciente de lo que haces”.
  • Desconectar los fines de semana. “La idea es de @venetialamanna y me parece maravillosa. Básicamente me borro las aplicaciones que más me vician e intento pasar el finde haciendo planes que no impliquen usar tanto el móvil”.
  • Establecer unos días de uso de Instagram. “En mi caso los lunes, miércoles y viernes. Durante esos días aprovecho para subir o consumir contenido: entro, cotilleo, me vicio, subo lo que tenga que subir y cierro sesión. Si más tarde quiero publicar algo entro, si no, me la borro hasta el próximo día”.

“No eres mejor persona por pasar menos tiempo en redes ni peor persona por viciarte. Hay veces que eres capaz de decir 'vale, ya basta, voy a hacer otra cosa' y hay otras en las que no, y no pasa nada. Ya nos machaca bastante este sistema como para que nosotras mismas nos culpemos por estar viciadas a algo que está hecho así a propósito”, reflexiona Fernández.

Lo que queda claro es que el JOMO es un camino que podemos recorrer para valorar el aquí y el ahora y que en él se puede encontrar el equilibrio con el uso de la tecnología para tener una vida más acorde a nuestros valores.

 

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