Exigencia hiperproductiva o la imposibilidad de descansar y disfrutar del tiempo libre sin culpa

Haley Lu Richardson como Portia en 'The White Lotus'.

Carmen López

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Hace unos meses, Isabel Calderón y Lucía Lijtmaer, especialistas en diseccionar la realidad desde un punto de vista feminista, volvieron a la película La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995) en su podcast Deforme Semanal. El episodio se titula Como vaca sin cencerro, una expresión que Chus Lampreave utiliza en el filme para explicarle a su hija, de manera rápida y gráfica, que lo que le pasa es que está perdiendo la cabeza y necesita tomarse un respiro en el pueblo. En el caso de la protagonista se debe al desamor, pero en lo que se entiende por 'vida moderna' es más probable que la sensación de descontrol se deba a la falta de tiempo derivada de la hiperproductividad. Y el rebaño silencioso cada día crece un poco más.

“No sabría decir el momento concreto en el que me di cuenta de que estaba sobrepasado. Tengo como esa sensación que describía Mark Fisher de no recordar lo que era un fin de semana”, dice Antonio R., de 25 años. En su caso, el ritmo frenético está relacionado con las exigencias de un trabajo que en los últimos tiempos se ha devaluado. Él es autónomo y explica que: “las horas cuestan lo mismo pero valen cada vez menos y esto es muy fácil de comprobar a lo largo de las décadas. Por supuesto, está relacionado con una precarización del trabajo en general a nivel más amplio y que viene de la mano de un montón de cosas”. La incapacidad para desconectar, la flexibilización extrema de horarios y que la línea que separa los momentos de ocio y de trabajo se haya difuminado cada vez más son algunos de los motivos de su malestar. También añade “una sensación de que el futuro ha desaparecido un poco del horizonte y de que esto es lo que hay, de que he estado metido aquí toda mi vida y que no sé si voy a salir, la verdad”.

La incapacidad para desconectar, la flexibilización extrema de horarios y que la línea que separa los momentos de ocio y de trabajo se haya difuminado cada vez más son algunos de los motivos del malestar de Antonio R. (autónomo, 25 años)

El caso de Luis R., de 47 años, es bastante similar al de Antonio solo que con un recorrido más largo. “Hace una década trabajaba muchísimo, pero tenía un salario digno. Diez años más tarde he perdido una masa salarial de un 50% y los gastos de la hipoteca no han hecho más que subir. Para mantener a mi familia y mi casa debo trabajar desde la mañana a la noche y para varias empresas. Ninguna paga con dignidad y el ritmo de producción no puede detenerse”, sostiene. Hace cinco años que no tiene vacaciones y no puede permitirse hacer un parón porque al ser autónomo, como Antonio, no tendría una baja laboral o un descanso remunerados en condiciones. “Si las deudas no descansan, yo tampoco puedo”, sostiene.

La psicóloga Ainhoa Plata considera que la hiperproductividad es “la gran pandemia del siglo XXI”. Los problemas derivados de ella están presentes en su consulta cada día, incluso de mano de pacientes que acuden por otros motivos. “En la mayoría de personas se esconde esta situación detrás, aunque algunos lo tienen tan normalizado que no son conscientes hasta que se comenta en terapia”, sostiene. Es algo que afecta tanto a hombres como a mujeres, aunque en el caso de ellas “suelen sumarse cargas de cuidados de hijos, padres mayores o hermanos con problemas”, explica.

Andrea T., de 30 años, identifica su problema de falta de tiempo en la devoción y dedicación que tiene por lo que hace pero también piensa que está relacionado con la urbanopatía, un concepto que conoció por la periodista Leila Guerriero. “Estamos desconectando de nuestras ciudades y creando otras en relación a los vínculos laborales. Lo afectivo y familiar, lo cotidiano y hasta el tiempo del amor quedan fuera”, afirma la entrevistada. “Entiendo (o supongo) que para contrarrestar la falta de impulso vital de la urbanopatía me acojo a lo que me da estímulo inmediato: acción, resultado, siguiente asunto. Esto último también disipa el efecto de sentirse sobrepasada, y el fervor tampoco es útil. Un poco todo es de color, que dirían Lole y Manuel”.

La psicóloga Ainhoa Plata considera que la hiperproductividad es 'la gran pandemia del siglo XXI'. Los problemas derivados de ella están presentes en su consulta, incluso de mano de pacientes que acuden por otros motivos

Doctor, qué me pasa

Esa saturación le produjo secuelas físicas hace un par de años, cuando adelgazó tanto que se sentía irreconocible. Al principio pensó que como trabajaba tanto se olvidaba hasta de comer, pero la razón era otra. “El estrés agravó un problema tiroideo que no sabía que tenía. Decidí que las cosas que estuviesen bajo mi control cambiarían, algo que una bajada de defensas espectacular posterior confirmó”, sostiene. Para tomar las riendas de la situación estableció un horario estricto de comidas y buscó un hueco en la agenda para ir a nadar dos veces a la semana. “De estos dos espacios no me apeo. Ah, y de la serie de Cold Case, que vino a sustituir el visionado de The Bold Type. Hay que procurarse lugares felices”, señala.

Para contrarrestar la falta de impulso vital de la urbanopatía me acojo a lo que me da estímulo inmediato: acción, resultado, siguiente asunto. Esto último también disipa el efecto de sentirse sobrepasada

Andrea T. 30 años

Antonio considera que la salud física no es lo que más se está resintiendo en su caso, aunque dice “seguro que ni mis ojos ni mi espalda me van a agradecer en unos años la caña que les doy estos días”. Las secuelas psicológicas le preocupan mucho más: “No tengo picos de malestar concretos, pero sí que siento como una insatisfacción continua. Me afecta a la hora de ver los días como una especie de carrera de fondo sin final en la que se mide lo que puedas aguantar hasta dónde llegas”. También destaca cosas como la adicción a la cafeína, la necesidad de capitalizar los hobbies y las dificultades para mantener relaciones personales.

“He apreciado que se suelen esconder cosas detrás de la hiperproductivdad: la ambición y/o la validación social (a veces ambas juntas, cuando únicamente esperamos ser validados por los demás)”, apunta Ainhoa Plata. “Y esto viene porque nos han 'malenseñado' que el éxito se consigue con el sacrificio y el esfuerzo y hemos dejado de lado la relación de ser exitoso teniendo una buena salud mental y viviendo en armonía”, dice la psicóloga. “Obviamente, ser productivo está genial, pero se convierte en un problema cuando nos impide darnos el permiso de descansar o de disfrutar sin sentir culpa, que viene de la falsa creencia de que el descanso y el disfrute es 'no hacer nada', y es un error”.

Ser productivo está genial, pero se convierte en un problema cuando nos impide darnos el permiso de descansar o disfrutar sin sentir culpa, que viene de la falsa creencia de que el descanso y el disfrute es 'no hacer nada

Ainhoa Plata psicóloga

Qué ocurre en el cerebro

El problema de la saturación o de 'ir como vaca sin cencerro' no está ligado solo a la hiperproductividad sino que también influye el hacer muchas cosas a la vez, aunque sea dentro del mismo ámbito. Ambas situaciones generan una “sobrecarga cognitiva”, según términos neurocientíficos. Diego Redolar, profesor de psicobiología y neurociencias e investigador del Cognitive NeuroLab, explica que “esto se debe a que la corteza prefrontal dorsolateral de nuestro cerebro se satura. Esta región es muy importante para procesar la información, saber qué estrategias elegir cuando tenemos un problema, tomar una decisión, anticipar las consecuencias de nuestra propia conducta, prestar atención a lo que realmente necesitamos prestar atención y manejar la información para reconducir los recursos cognitivos que tenemos de una manera más eficiente”. Cuando se produce esa saturación, esa región queda “secuestrada” en esta vorágine de tareas. “Esto hace que otras funciones del día a día puedan quedar mermadas simplemente por eso”, dice Rodelar.

La situación puede agravarse según la percepción que tenga cada individuo. Una persona que sienta que no controla la situación, se verá desbordada y el cuerpo liberará una hormona llamada cortisol desde una glándula situada encima de los riñones. Dicha hormona hace que la respuesta al estrés sea adaptativa, pero si ese estado se mantiene a largo plazo, la cantidad que se libere será mucho mayor. “Además de movilizar la glucosa, de reducir la respuesta del sistema inmunitario, de modificar diferentes patrones fisiológicos, el cortisol actúa sobre el cerebro e inhibe la corteza prefrontal dorsolateral”, desarrolla el investigador. Es decir, el cerebro se bloquea y la persona es incapaz de actuar o no lo hace de manera relajada. 'Se atora', como se diría popularmente.

El problema de la saturación o de 'ir como vaca sin cencerro' no está ligado solo a la hiperproductividad, también influye hacer muchas cosas a la vez, aunque sean dentro del mismo ámbito. Ambas situaciones generan una 'sobrecarga cognitiva

A largo plazo, el estrés continuado puede tener efectos negativos, por supuesto. Pero la mayor parte de los proyectos que investigan estos aspectos, se suelen hacer con una mirada positiva. En lugar de decir qué es lo que genera o lo que lleva a las enfermedades neurodegenerativas se da respuesta a cuáles son los factores que protegen de tener enfermedades neurodegenerativas. La iniciativa Barcelona Preventive Health Initiative, que se empezó desde el Institut Guttmann, la Universidad de Barcelona, la UOC y la Universidad de Harvard, intentó detectar cuáles son esos factores críticos para un buen envejecimiento cerebral y se vio que había factores positivos y negativos. Los primeros son los que se esperan: el ejercicio físico, dormir bien, buena nutrición y también el apoyo social, un aspecto quizá más novedoso.

“Se debe a que reduce el estrés”, explica Rodelar. “Si en nuestro trabajo, por ejemplo, estamos presionados, pero tenemos un entorno que nos ayuda a percibir que tenemos ese apoyo, ya sea en el ámbito laboral o en el ámbito familiar, se minimiza el nivel de cortisol. Esto es un factor protector para las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer”, sostiene. Esa red de cuidado es un pequeño granito de arena para el mantenimiento correcto de la salud, tanto física como mental, pero si el estrés se mantiene a largo plazo el riesgo sigue presente. “Ya se han empezado a hacer estudios longitudinales y hay muchas pruebas sobre ello”, afirma el experto.

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