Odio, fanatismo y deshumanización: ¿qué ha pasado en redes con los seguidores de 'OT 2023'?
Opinar distraídamente sobre Operación Triunfo en 2024 es practicar la apicultura vestido de playa. El visionado esporádico o el tuiteo casual no son ya posibles. Tras abandonar la televisión lineal para emitirse por streaming en Prime Video, la cultura religiosa que el formato siempre ha fomentado en las comunidades fan ha alcanzado en esta, su primera edición cien por cien Internet, la gran apoteosis.
Uno no se encuentra con OT 2023 por accidente, mediante un zapeo picaflor, sino que va a él a conciencia, logueándose en su cuenta de Amazon y dispuesto a pasar 100 minutos de atención exclusiva en cada gala. Esta fidelidad esencial tiene su extensión en el comportamiento online de los espectadores del programa, que organizan alrededor de sus favoritos toda una narrativa en redes sociales más centrada, a veces, en descalificar a los adversarios que en ensalzar a los ídolos. Están las guerras púnicas, están las guerras napoleónicas, están las guerras carlistas y están las guerras de OT 2023.
Cuando los concursantes salen a cantar, hay fans que se transforman en hinchas, como si en vez de una versión cochechoquera de Let’s get loud con luces de París de Noia estuvieran presenciando algo, en realidad, mucho más hortera –por ejemplo, una final de la Champions League– y ellos hubieran elegido ya equipo.
Relaciones parasociales graves
Una de las primeras voces que han dado la señal de alarma sobre el fenómeno es Bárbara Arena, conocida en redes como @BuArena. En un tuit reciente, la periodista se lamentaba de que le resultaba imposible tuitear frívolamente sobre el programa sin recibir, de repente, una oleada de respuestas demasiado apasionadas. “Como espectadora de los realities de Mediaset, sé de primera mano que el fenómeno no es nuevo; lo que ocurre es que estábamos acostumbrados a asociar esas reacciones al público de programas cuya razón de ser es la toxicidad”, explica Arena a elDiario.es, aclarando que ese 'otro público' –el de los Sálvame, De viernes, etc.– es un “público al que se suele mirar con desprecio”.
Hubo un tiempo en que los espectadores de OT eran también caricaturizados con cierto desdén –el mainstream trataba a su audiencia como jóvenes carpeteras sin gusto musical–, pero el regreso del programa a TVE en 2017 –la edición de Aitana y Amaia– redefinió a sus seguidores como jóvenes inteligentes, civilizados, de sensibilidad progresista y muy capaces de sintetizar las injusticias que les parecían mal del mundo en hilos de Twitter. He ahí la novedad que presenta Arena: de repente, el alumno ejemplar cambia el aterciopelado polo por un collar de pinchos y se dedica a robar la merienda a sus compañeros.
Hubo un tiempo en que los espectadores de 'OT' eran caricaturizados con desdén, pero el regreso del programa en 2017 los redefinió como jóvenes inteligentes, de sensibilidad progresista y capaces de sintetizar las injusticias en hilos de Twitter
Arena analiza así los patrones de consumo de la nueva OT: “Queda claro que el gusto por consumir vidas ajenas es transversal. Yo creo que la gente está desarrollando relaciones parasociales (vínculos imaginarios sin que haya una interacción real) con este grupo de chicos. El casting ayuda (hay diversidad, parejas surgidas dentro, bastantes tramas abiertas y caracteres con aristas), pero la posibilidad de estar mirando continuamente es lo que ha resultado determinante”, opina la escritora.
Las galas, muchas veces, son lo de menos. Lo que mueve a los fans es la observación entomológica de sus ídolos en los directos de YouTube. Cómo van a clase. Cómo comen cereales. Cómo coquetean. “No se juzga el talento musical sino el comportamiento diario: se da la paradoja de que personas con tremendas exigencias morales (a la hora de evaluar a los concursantes) reproducen conductas reprobables en redes (a la hora de defenderlos). En general, cuanto peor esté nuestra salud mental, cuanto más débil se encuentre nuestra estructura psicoafectiva, más peso volcaremos en esas hiperfijaciones que sirven de evasión y, a la vez, nunca sacian del todo”, concluye Arena.
No se juzga el talento musical sino el comportamiento diario: se da la paradoja de que personas con tremendas exigencias morales (a la hora de evaluar a los concursantes) reproducen conductas reprobables en redes (a la hora de defenderlos)
Del fanfiction a la homofobia
A la luz del nuevo formato streaming de OT, resulta tentador llevar un hilo rojo de la chincheta del bullying a la chincheta de la cultura tóxica inherente a las redes en el mapa de nuestro particular crimen mediático. Al fin y al cabo, es normal que un formato 'extremadamente online' exacerbe a los espectadores que son, ya de por sí, 'extremadamente online'. Hay una diferencia importante entre los adultos que hablan de 'la manera de discutir de Twitter', comparando la experiencia de estos últimos 15 años de protagonismo absoluto de las redes sociales en nuestras vidas con otros tipos de sociabilización, y la del adolescente que sólo conoce esa manera de discutir. En cierto sentido, ese público joven se politiza matándose por defender a sus favoritos de OT con la misma pasión que los militantes de partidos que viven en burbujas tuiteras donde sus candidatos son siempre presidenciables y cualquier matiz al argumentario de partido es enseguida tachado de traición.
Sondeamos a algunos espectadores menores de 30 años para calibrar qué ocurre. Lucía Ramiro, trabajadora del sector audiovisual de 26 años que sigue OT desde la edición de 2017, sugiere: “Ese hate está cien por cien relacionado con los comportamientos típicos de las redes sociales; quizás lo de esta edición no tiene tanto que ver con que sea por streaming como con que hemos acumulado más años relacionándonos a través de las redes, con la pandemia por el medio, que también tuvo un efecto en el comportamiento de la gente”.
Ese 'hate' está cien por cien relacionado con los comportamientos típicos de las redes sociales; quizás lo de esta edición no tiene tanto que ver con que sea por 'streaming' como con que hemos acumulado más años relacionándonos a través de las redes
Noé Brañas, graduado en filosofía de 25 años, señala “una deshumanización de base que hace ver a los concursantes como personajes de series y no como personas, por lo que se inventan sus narrativas y piensan que pueden decir cualquier cosa de ellos como si fueran Harry Potter y no una persona real. Se dan el lujo de suspender la moral e instrumentalizar discursos crueles y vejatorios para hacer daño”. Según este usuario, al que llegamos tras la publicación de un hilo viral denunciando la explosión de odio entre algunos fandoms, aquí es donde aparecen “otros factores como la envidia, la homofobia interiorizada y el discurso incel, que se articulan conjuntamente en el acoso que están recibiendo en particular Martin y Juanjo. Con ánimo de vejarlos, primero les sexualizan y se inventan todo tipo de actividad sexual sobre ellos, para posteriormente disciplinarlos por estas actividades que ellos mismos se inventaron, que además no deberían ser algo criticable si fueran reales”.
El fin de la monocultura
El guionista, actor y director de pódcast Carles Cuevas Sedano identifica esta pasión tóxica con lo que él llama el fin de la monocultura. “La monocultura es algo que implica a mucha gente, que se sigue de manera masiva y que es transversal. En esta edición de OT, en cambio, cada semana ha habido un favorito diferente. Sólo ahora, al final, empieza a quedar claro que Naiara puede ser una posible ganadora”, expone. “Cada grupito de personas ha encontrado su favorito, y ese grupito ha servido para que ese favorito se quedara en el concurso. Los grupúsculos de Internet eligen a su Chiara, a su Álvaro, a su Bea desde el primer momento y van a muerte con él. Y aun así tampoco tienen poder para hacerlos ganadores. Eso es muy interesante”.
Hay una deshumanización de base que hace ver a los concursantes como personajes de series y no como personas, por lo que se inventan sus narrativas y piensan que pueden decir cualquier cosa de ellos como si fueran Harry Potter y no una persona real
Cuevas, uno de los comentaristas tuiteros más ingeniosos del programa, cree que en este cambio de cultura influyen factores profundos, más allá de que ahora se emita por streaming. “OT siempre funciona en un ciclo de tres años. Ahora estamos en el inicio del nuevo ciclo y hay muchísima gente joven que consume entretenimiento mayoritariamente por Internet para la que éste es el primer reality que ven”, apunta. El reality, por su propia naturaleza, es un género televisivo que induce en el espectador cierta sensación de propiedad con sus protagonistas, lo que mezclado con la inmadurez de este nuevo público da como resultado un cóctel tan peligroso como divertido, agitado también por algunos cambios importantes en el formato. A juicio de Cuevas, la menor duración de las galas –apenas llegan a una hora y cuarenta, frente a las tres horas que podía durar una gala en Telecinco o La 1– y que empiecen un poco antes de lo que tocaría según el prime time convencional han ayudado a fidelizar a este público joven.
Respecto al engarzamiento de esas tramas que electrizan Twitter y TikTok –quién ha mirado mal a quién, quién ha cuchicheado qué–, el guionista aporta un detalle clave: “Al haber una escaleta más reducida, el programa ya no puede crear una narrativa a través de los vídeos resumen. Antes en las galas había muchos vídeos resumen, editados por redactores; ahora, para descubrir cómo es la vida de los chicos en la Academia sólo puedes contar con YouTube y con los vídeos que los fans editan y cuelgan en las redes sociales”. La propia ingeniería interna de esas redes, debido a los cambios que los algoritmos han sufrido en los últimos años –fomentando la hiperpersonalización de los contenidos–, condiciona la manera en que el concurso es percibido por un público progresivamente más y más atomizado. “Cada concursante cuenta en las redes con su propia burbuja, es el 'para ti' de Twitter. Si tú apoyas mucho a Ruslana y te pasas mucho tiempo mirando vídeos de Ruslana, sólo te van a salir vídeos positivos de ella y van a dejar de salirte los negativos: en tu pequeña burbuja, Ruslana es una concursante inmaculada”, indica Cuevas Sedano.
Contenido y trabajo gratis
Retrotraigámonos un momento al año 2018. Palacio Albéniz de Barcelona, recepción de los ganadores de los Premios Ondas. Tinet Rubira, director de Gestmusic y mastermind detrás de Operación Triunfo, acude como uno de los galardonados, ya que ese año el jurado premia con dos Ondas la edición de 2017. En uno de los tradicionales corrillos con la prensa, los periodistas –incluido el que escribe este artículo– empiezan a sumarse a su órbita como moscas a la miel. En estos corrillos, cuando el perímetro de un personaje que no es, per se, un primer espada empieza a engordarse de manera muy veloz y agresiva, sólo puede significar una cosa: está largando. Y ahí vamos todos.
La propia ingeniería de las redes, debido a los cambios que los algoritmos han sufrido en los últimos años –fomentando la hiperpersonalización de contenidos–, condiciona cómo el concurso es percibido por un público progresivamente más y más atomizado
Rubira tenía ganas de hablar y más ganas, concretamente, de defenderse. En aquel momento, se sentía atacado. Tras la resurrección espectacular de OT 2017, con Amaia, Aitana, Ana Guerra y otros concursantes que aún permanecen en el ecosistema mediático, la nueva edición no estaba cumpliendo las expectativas de audiencia. Al menos, eso era lo que escribíamos los periodistas en nuestras crónicas. Crónicas que a él le disgustaban. “Esta edición está teniendo más éxito que la anterior. Lo que ocurre es que la opinión publicada, o sea vosotros, estáis obcecados en decir que es peor o que interesa menos. Pero si nos remitimos a los datos, si lo miramos empíricamente, los datos son mejores. Hoy ha salido la nota de que el canal de YouTube ha alcanzado los mil millones de reproducciones y que somos disco de oro. El interés por parte del público sigue siendo muy alto”, reivindicaba el catalán con la seguridad de quien se sabía receptor de dos premios esa noche.
La sensación general entre la prensa, tras su discurso, era la de un hombre a la defensiva, acorralado por la realidad, que trataba de maquillar el discreto share de una edición sobreestimando las visualizaciones de un canal de YouTube. Bien: era una sensación equivocada. Seis años después, es evidente que Rubira ya estaba pensando en la siguiente fase de OT. Esa fase 'extremadamente online' del formato para personas, como decíamos, 'extremadamente online'.
'OT 2023' va un paso más allá al introducir el 'show' en medio de una larga conversación internetera, prescindiendo de herramientas tradicionales de redacción –los vídeos resumen– para depositar esa responsabilidad en el propio fan
Si Sálvame marcó un antes y un después en el espectáculo televisivo español al convertir a los colaboradores del programa en objeto de sus propias tramas, otorgándoles la facultad simultánea de ser, a la vez, brujas e inquisidores del mismo delicioso circo, OT 2023 va un paso más allá al introducir el show en medio de una larga conversación internetera, prescindiendo de herramientas tradicionales de redacción –los vídeos resumen– para depositar esa responsabilidad en el propio fan. La brillantez de ese giro –y la causa también de que creamos caminar el tablón de La Hispaniola al hablar del concurso en redes– es haber supeditado el mayor despliegue televisivo habido y por haber en la historia de nuestros realities al siempre taquicárdico latido del contenido. Una experiencia didáctica como ella sola.
A la primera edición de OT se la acusaba de alquimizar la ideología neoliberal aznarista: esfuérzate y triunfarás. Dos décadas más tarde, los fans que se pasan horas llenando de contenido demente las redes, organizando fandoms, editando vídeos, atacando rivales, generando ruido, han dado también con su propio espíritu de época: trabajar gratis para empresas que generan ricos dividendos con su pasión.
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