Orgullo cani para romper prejuicios clasistas y machistas: “Pa' mis chonis, pa' mis pijas y pa' mis chonijas”

Orgullo choni.

Paula del Toro

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Estereotipadas, criminalizadas, asociadas a lo vulgar y a lo inculto. Son algunos de los estigmas que han acompañado a las chonis durante años. Quizá porque no responden a imposiciones, porque rompen con lo establecido, porque no se ajustan a las normas de feminidad más puritanas o porque no esconden sus ideas, su sexualidad o sus orígenes. Consolidada en los 90 y los primeros años 2000 bajo las claves estéticas con las que las reconocemos hoy, la esencia de las chonis -ahora también llamadas raxetas- toma la calle de nuevo de una forma reciclada como consecuencia de los cambios en los códigos sociales, del auge de la cultura urbana underground y de la exposición en redes sociales. Un resurgimiento que trae consigo nuevos significados y que ayuda a desmontar estereotipos, pero que también conlleva un peligro: estetizar lo obrero, obviando su componente de clase, y capitalizar su aspecto.

Naiara, la concursante zaragozana de la actual edición de Operación Triunfo, es un ejemplo de ese regreso. Es una de las favoritas del jurado y del público no solo por su talento en el escenario, también por su estilo y forma de ser. Desde el primer momento llamó la atención por su clara estética raxeta: grandes aros, eyeliner bien definido y estilismos de tendencia dosmilera para las galas que le han valido el sobrenombre de “la chonija de OT”. La concursante ha dejado ver en redes sociales que una de sus mayores pasiones es su propio coche, un Audi de color blanco totalmente tuneado en el que ha cambiado los círculos de la marca por corazones y que lleva escrito su nombre de usuaria de Instagram en el cristal. “Pa' mis chonis, pa' mis pijas y pa' mis chonijas... ¡que aceleren!”, se dirigía a sus fans la pasada semana durante una firma de discos.

Pero ¿qué es una choni? No hay una única definición pero sí entendemos que se trata de una mujer de barrio o de pueblo, nacida o migrada a un territorio periférico en el que los códigos son diferentes a lo que se considera como normativo socialmente. “Son mujeres que se ponen por delante de cualquier norma que haya sido construida en torno a la idea de ser 'una buena mujer” -aunque sea de manera inconsciente- y que tienen conciencia de clase y “luchan por salir de la suya por no vivir lo que han visto en su casa o en su barrio” -también, quizá, de manera instintiva-, explica a elDiario.es Carmela Borrego, escritora feminista, cocreadora de la Agenda Comadre y editora en Avenate.

Las chonis y las nuevas raxetas tienen sentimiento de pertenencia a un grupo, además de unos códigos estéticos y referencias culturales que no siempre han sido considerados aceptables por la mayoría social. Las raxetas han tomado estos códigos como propios reformulando el estilo choni de hace veinte años con cierta nostalgia. Han vuelto los aros grandes, las uñas de gel, las extensiones hasta la cintura, el rosa hasta en la sopa, las minifaldas, los moños con gomina y el leopardo como base del armario diario.

“El término 'raxeta' viene de 'ratchet', una palabra que surgió en los 90´s para referirse a las mujeres presentes en el entorno del hip hop. Poco a poco se fue asociando a una determinada vestimenta y, a día de hoy, ha evolucionado para convertirse en una estética nacida del trap. Es una estética mucho más sexy que se envuelve bajo el lema 'porque quiero y porque puedo”, explica Marta Camín, estilista, modelo y divulgadora de contenido sobre moda en redes sociales (@immartacamin).

Las chonis y raxetas manifiestan una feminidad que difiere de la que se ha establecido históricamente en los núcleos sociales de las ciudades. Las faldas cortas y los tops con los que se ven los sujetadores responden a un rechazo de la idea de 'ser buena'. Las nuevas generaciones que adoptan estos códigos identitarios a sabiendas de lo que implicaba ser choni hace veinte años, lo hacen en algunos casos desde el orgullo y el apoderamiento. “Para las usuarias de esta moda, su forma de vestir representa el empoderamiento desde una posición marginal”, expone Camín.

Para las raxetas, la hipersexualización de su propio cuerpo está relacionada con el deseo de ser ruidosas tanto en su forma de vestir o de moverse como de hablar o maquillarse. Según Marina López Baena, socióloga especializada en feminismos, esta hipersexualización “quizá va en contra de la norma de muchas mujeres (ser recatada, no mostrarse excesivamente sexual) y, por lo tanto, es más liberadora que una sexualización más sutil que es más 'útil' para el sistema”.

“Cuando una mujer se sale de la norma, amplía el abanico de posibilidades sobre cómo performar o representar su feminidad, y cuando hablo de feminidades no hablo en términos esencialistas, puedes performar una feminidad choni sin ser mujer cis o sin ni siquiera identificarte como mujer”, continúa la socióloga. “Su lenguaje corporal, llevado al extremo, supera la sexualización centrada para la mirada masculina, rompiendo las reglas del juego del deseo heterosexual. Muchas veces cuando se las señala por 'ordinarias' en realidad, si te paras a pensar, se las está criticando por no ser deseables para el deseo hetero masculino”, reflexiona López Baena.

Carmela Borrego añade argumentos a esta idea: “En mi barrio las canis teníamos una respuesta muy revolucionaria en cuanto a la propia sexualidad. Si nos llamaban 'puta' decíamos 'pues mi chocho lo disfruta'. Con esto dábamos una respuesta activa al machismo, diciendo que nos daba igual la imagen que tuviesen de nosotras por hacer uso de nuestro cuerpo con libertad”, cuenta incluyéndose en el colectivo de los años 2000.

“Las chonis se hipersexualizan y se hiperfeminizan para salirse de los roles que marcan las normas de género”, -continúa Borrego- “y no lo hacen por llamar la atención de un hombre, eso les da igual, sino porque la extrema feminidad es su identidad. Se las critica desde una parte del feminismo más puritano porque no entienden que pueda haber una reapropiación de la mirada, sino que la ostentación de la sexualidad es una pérdida frente al sistema”.

Igual que Las Chuches cantaban Como ronea, la cultura underground de hoy en día también está llena de mujeres que personifican esta identidad, expresión e imaginario choni: Bad Gyal, Ms Nina, Bea Pelea o La Zowi. Esta última cantante es considerada la madre de las raxetas por ser una de las voces femeninas pioneras del trap español. Saltó a la fama precisamente con un primer tema llamado Raxeta y ahora es todo un icono para los más jóvenes tanto por su música, su forma de vivir y expresarse y su estética. La artista granadina lo definió como “una estética que nace de las jóvenes de barrio que, al verse oprimidas por el sistema, han preferido tener las uñas bien hechas que votar en las elecciones”. El uso en sus canciones de términos como “puta”, “perra” o “zorra” —como en el caso de la canción de Nebulossa, ganadora del Benidorm Fest— está relacionado con el intento de apropiación subversiva de estos insultos que hay desde la cultura urbana.

La estética para representar pertenencia de clase

 “A las mujeres obreras, las mujeres de los barrios, siempre se las ha señalado: por ordinarias, por brutas, por lascivas… nunca han encajado. Este estar fuera de la norma social se ha mantenido en cierto modo hasta nuestros días”, explica la socióloga Marina López Baena.

En mi clase nadie me hablaba por ser una cani y cuando aprobé con matrícula de honor todos querían mis apuntes. Ahí se ve el estigma y los estereotipos que había. Las tontas, las incultas y las marginadas éramos nosotras

Carmela Borrego escritora y editora feminista

Denostadas históricamente, se las percibe como a mujeres sin competencias para formarse y poca capacidad para salir de lo marginal. López Baena reflexiona sobre este prejuicio: si eres buena estudiante se te va a insinuar que “suavices ese aspecto choni”. La socióloga habla en primera persona de estas experiencias, ya que ella misma tuvo una estética choni en algún momento de los 2000: “A mí la estética choni me permitió salirme de lo que se esperaba y exigía a una chica que tenía buen comportamiento y sacaba buenas notas, que era bastante limitado, soso y clasista. Ser choni me permitió mostrarme de forma más empoderada y desde los códigos de mi clase social. Yo mezclaba de todo, pero lo que no quería era ser una pija de mi pueblo”, cuenta López Baena.

La escritora Carmela Borrego también reflexiona sobre el tema recordando vivencias. Antes de comenzar sus investigaciones sobre feminismos, comenzó la carrera de farmacia: “En mi clase nadie me hablaba por ser una cani y cuando aprobé con matrícula de honor todos querían mis apuntes. Ahí se ve el estigma y los estereotipos que había. Las tontas, las incultas y las marginadas éramos nosotras”.

Alba Moreno (@fisicamr), estudiante de física y divulgadora científica en redes sociales, es uno de esos casos que representan el cambio de paradigma. En sus vídeos de Tik Tok, explica cuestiones científicas con una estética que desde el primer momento llamó la atención de la comunidad. Su largo eyeliner, sus pestañas postizas, sus aros, tatuajes y tops hicieron que los vídeos en los que explica, por ejemplo, qué es la partícula de Dios se hiciesen virales y recibiesen cientos de comentarios como: “La mejor raxeta, ¡qué bien explicas!”. Con esto Alba no solo rompe los prejuicios de las mujeres en la ciencia, también del ámbito académico y de los estudios superiores.

En sus vídeos se percibe cómo se apodera de su estética, aunque en una entrevista con La Sexta afirmaba que, debido a sus looks siempre ha sentido “que tenía que demostrar el doble” que sus compañeros, lo cual, decía, le “enfada muchísimo”. Su forma de ruptura con lo normativo está haciendo que sea referente y ya hay otras chicas con estética raxeta se están animando a hacer lo mismo, como la titkoker Lucía de Inza (@psicoraxeta), que hace vídeos sobre otra disciplina pero con outfits muy parecidos.

El peligro de “la estetización fácil de lo obrero”

El capitalismo acelerado ha facilitado que esas prendas que antes no se compraban en grandes comercios y que se adquirían en circuitos comerciales a menor escala en los barrios, ahora estén disponibles para cualquiera en cantidad de tiendas físicas y online. Los crop tops y los chándales llamativos son de hecho un reclamo en los catálogos de las tiendas de moda rápida.

Pero “vestirse de choni, no es ser choni”, apunta Carmela Borrego: “Disfrazarse de choni, como hacen algunas personas del mundo de la música o algunos jóvenes sin saber realmente lo que significa, es clasista. Es una expropiación de una identidad a través de apoderarse de una determinada imagen porque se convierte en un elemento vendible”, expone.

Hay personas para las que lo choni es algo meramente estético, que no viene de una identidad atravesada por unas condiciones materiales, un territorio, unas vivencias. Se visten así porque quieren representar el ‘barrio' (...) Esto refuerza el estigma

Marina López Baena socióloga especializada en feminismos

La socióloga López Baena comparte esta idea y añade que siente una “preocupación” porque “existen personas para las que lo choni es algo meramente estético, que no viene de una identidad atravesada por unas condiciones materiales, un territorio, unas vivencias. Pero se visten así porque quieren, al menos por un tiempo, representar el 'barrio”. Piensa que algunas modas están provocando “una estetización fácil de lo obrero”, algo que convierte a lo de barrio en “un disfraz de quita y pon”. “Esto lo que hace es reforzar el estigma, los prejuicios y la posición de subalternidad de las personas de clase obrera y de los barrios”, concluye.

  

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