¿Qué hacer cuando tus padres no aceptan tu relación poliamorosa?

'En el palco', Helene Funke (1904-1907).

Sara Torres

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Mi madre no acepta que tenga una segunda novia y no quiere conocerla. Sus críticas constantes a mi forma de vivir me ponen triste. Tu consejo es siempre muy reconfortante...

Olivia lectora de elDiario.es

Es engañosa la lógica de la aceptación, al entrar en ella otorgamos a otra/o el poder del criterio sobre nuestra propia vida. Una vez dentro de esta lógica, la aceptación se convierte en un objetivo, un destino al que se aspira tras una carrera de obstáculos, la aceptación ha de ser lograda, ganada. “Conseguir”, “luchar por” son verbos que acompañan muy a menudo a esta idea. Si hacemos de la aceptación nuestro propósito, ponemos en manos de los otros el poder del juicio. ¿Y quién podría ostentarlo sin corromperse o dañar lo que toca?

Hasta aquí podría darse un acuerdo, pero ya sé que no es tan fácil, no es suficiente con ordenar el lenguaje y sacar un par de conclusiones. No somos invulnerables a la mirada de quienes nos importan sobre aquello que amamos. Sin planearlo esperamos el reconocimiento que permita integrar los nuevos afectos a nuestras historias de vida antiguas. ¿No sería bonito lograrlo? La continuidad entre los amores. Los de niña, los de después de la infancia.

En su etimología, aceptar también implica “acoger”, “hospedar”, “recibir bien”, y es justamente a la figura materna a la que solemos atribuir la capacidad y la responsabilidad de hacer hogar y entregarlo. Si en nuestra fantasía convencional de lo que una madre ha de ser está el don de dar una casa, la generosidad de recibirnos bien en ella, ¿cómo no colapsar ante la visión de una madre que cierra las puertas, que no acoge y no se enternece?

Pero ella, educada también en una norma, una prohibición y un límite, no podría conmoverse con aquello que se enuncia como una transgresión y, por tanto, plantea una amenaza. La educación en la monogamia estructura el afecto y la imaginación de muchas generaciones. Ni ellas ni nosotras estamos libres de la carga de lo que un día aprendimos como único modelo de amor posible, frente al cual lo demás era vicio, desvío o preferencia egoísta. Hay un mecanismo de defensa de la psique hacia el cambio: algunas madres no quieren ver aquello que, de ser comprendido e incorporado, causaría un shock que obligaría a replantear todo su sistema de creencias. No afecta solo a su lectura de la realidad de las hijas, sino también a la comprensión de la propia vida. Lo reconocible en la norma se acomoda sin factor de ansiedad.

No somos invulnerables a la mirada de quienes nos importan sobre aquello que amamos. Sin planearlo esperamos el reconocimiento que permita integrar los nuevos afectos a nuestras historias de vida antiguas

Fuera de la legibilidad que aportan los conceptos normativos que regulan y racionalizan los vínculos, los amores se convierten a veces en un factor de distancia. Es mi novia, es mi amiga, es mi amante, mamá. Todas y ninguna de esas cosas, estamos haciendo malabarismos con el lenguaje mientras transitamos el fracaso y hasta la extinción de ideales antiguos que todavía perseveran. Con obcecación, con esfuerzo y con ruina. Pero hay algo nuevo por amar, mamá.

La distancia con una madre capaz de juzgar tal vez deba ser celebrada. La posibilidad de la distancia como una prueba de autonomía. Pero es cierto que muchas no hemos dado por perdida la esperanza de la aceptación de mamá. Y esto es peligroso, pero también es bonito. Hay una conversación que deseamos mantener abierta, amable. Tal vez el anhelo de aceptación también tenga que ver con la resistencia que algunas hijas tenemos a dar una parte del vínculo por perdida. Desearíamos poder seguir compartiendo la vida con mamá, es decir, la intimidad. Desearíamos no tener una intimidad escindida. Pero nuestra intimidad no es singular, está hecha con otras, también con los conflictos de las otras.

La educación en la monogamia estructura el afecto e imaginación de muchas generaciones. Ni ellas ni nosotras estamos libres de la carga de lo que aprendimos como único modelo de amor posible, frente al cual lo demás era vicio, desvío o preferencia egoísta

Algunas vivimos en cierto estado de alerta: hemos asimilado que la aparición de un vínculo nuevo puede ser una amenaza, tener efectos de desequilibro en los vínculos previos. Al entrar una novia, puede irse una madre, por ejemplo. Es por eso que vivimos la “aceptación” como relajación de la angustia por una posible pérdida. Experimentamos como alivio ese placer de los momentos en que varias personas queridas, que vienen de distintos contextos, confluyen en el mismo espacio, charlan, sonríen, se ocupan del bienestar mutuo en un intercambio tranquilo.

Además, es común querer mostrar a quien amamos aquello que en trazos cuenta la historia de quienes somos: la casa, el paisaje de la infancia, la vivencia del pasado. Tumbadas en la cama, las amantes hablan durante horas y se cuentan detalles de la niñez, ¿no es una escena conocida? Escribe Deleuze que hacemos el amor con mundos, por eso el deseo de ofrecerle a la otra un mundo cargado de posibilidades de alegría, de puertas abiertas.

Estamos haciendo malabarismos con el lenguaje mientras transitamos el fracaso y hasta la extinción de ideales antiguos que todavía perseveran. Con obcecación, con esfuerzo y con ruina. Pero hay algo nuevo por amar, mamá

Queridxs familiares que tratáis con desdén a nuestros amores, escuchad. Muchas de nosotras, aunque nos lo propongamos, no somos ni seremos invulnerables a vuestra mirada sobre aquello que amamos. Sí, me parece bonito, importante, de una urgencia ética, que tengáis esto en cuenta, para así entender que quien tiene el poder de afectar, debería tener la responsabilidad de cuidar, de ser cuidadosa, de tener cuidado.

Feliz santa Valentina para todxs, y como recomendación de lectura en esta fecha, el libro (h)amor 9 amigas, de la editorial Continta Me Tienes.

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