“Estoy muy enamorada de mi novio pero hay fases en las que mi sentimiento de amor se va, eso me abruma”

'El almuerzo' (1921-1922), María Blanchard.

Sara Torres

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Hace un año que vivo muy enamorada de mi novio, pero hay fases en las que, sin razón, mi sentimiento de amor se va. Lo busco y no está: no siento nada. No quiero vivir siempre en la intensidad, pero estas variaciones sentimentales me abruman

Elena lectora de elDiario.es

La palabra “estabilidad” atraviesa de forma constante nuestros lenguajes sobre la vida y las relaciones, y lo hace en la inmensa mayoría de los casos connotando un estado positivo y deseable. Siguiendo su etimología, su significado apunta hacia “la cualidad de poder permanecer en un lugar mucho tiempo, sin experimentar cambios”. En el reverso, el término “inestable” se utiliza a menudo con rasgo peyorativo para señalar a aquellos cuerpos que parece que sienten “demasiado”, que lo hacen tan intensamente que es visible su movilidad, su porosidad ante los eventos externos, sus cambios de estado.

La idea de estabilidad, aplicada al carácter, también tiende a asociarse con una serie de características que la norma considera positivas: son estables aquellas personas que muestran firmeza y constancia tanto en la voluntad como en el estado de ánimo. También las que construyen un discurso identitario y se mantienen fieles a él. Las voces de nuestra cultura premian a quienes a través del tiempo son capaces de repetirse a sí mismas, cumplir en el futuro promesas del pasado. No dejar que lo nuevo transforme de forma significativa lo precedente es condición de estabilidad. También es condición de estabilidad mostrar coherencia, pero no necesariamente una interna y profunda, a veces vale una coherencia explícita, de eslogan, superficial.

La idea de estabilidad, aplicada al carácter, también tiende a asociarse con una serie de características que la norma considera positivas: son estables aquellas personas que muestran firmeza y constancia tanto en la voluntad como en el estado de ánimo

Bien arraigada entre nuestras creencias, está la de que un vínculo seguro puede darse solo con personas estables, y que una relación estable es condición para que pueda darse un vínculo seguro. Mientras, en la maldición de pares opuestos en la que solemos encerrar pensamiento y el lenguaje, las llamadas personas y vínculos inestables aparecen en un descarte de red flag que anuncia, muy lejos de la posibilidad de la alegría, tierra yerma para las relaciones o, mucho peor, problemas.

Así va el juego de opuestos enemigos: mientras las relaciones y personas problemáticamente llamadas “estables” reciben el premio social de confianza, las marcadas peyorativamente como inestables se mantienen entre comillas, en el espacio del margen y de la sospecha. En este contexto, sentir la variación y la complejidad emocional que comporta ser un animal pasional y vivo, a menudo nos genera agobio y conflicto: ¿Quién quiere sentir con intensidad las variaciones, a riesgo de convertirse para lxs otrxs y para una misma en uno de esos peligrosos seres llamados inestables?

Bien arraigada entre nuestras creencias, está la de que un vínculo seguro puede darse solo con personas estables, y que una relación estable es condición para que pueda darse un vínculo seguro

Frente a la patriarcal promesa de racionalidad, literalidad y compostura, ¿quiénes somos las inestables? Aquellas irracionales en quienes la variación no se reprime, sino que resulta visible para los demás y vivible para una misma. Somos inestables cuando mostramos la sensibilidad que nos hace susceptibles de ser afectadas por el mundo y por ello capaces de dejar de ser una idea para ir al encuentro con la vivencia, con sus oportunidades. Nos llaman inestables porque a veces nos entregamos sin resistencia a la variación, diversificamos el deseo y experimentamos con intensidad distintos estados de ánimo.

Frente a la patriarcal promesa de racionalidad, literalidad y compostura, ¿quiénes somos las inestables? Aquellas irracionales en quienes la variación no se reprime, sino que resulta visible para los demás y vivible para una misma

Al vivir nos vemos obligadas a cambiar de postura, pues frente a los cambios del mundo y los cambios del cuerpo, mantener la forma termina por convertirse en una impostura dolorosa. No creo que exista modo material de vivir un vínculo sin variación afectiva. Más allá de nuestra voluntad o planes, el cuerpo siente respondiendo a una infinitud de procesos internos o externos. Cada afecto aporta información, pero no por ello produce un significado totalitario ni un mensaje que tengamos urgentemente que interpretar. Sentir la intensidad del amor un día y al día siguiente buscar la misma fuente sin encontrarla no tiene por qué significar nada. La búsqueda del sentido del no sentir no debería darnos ansiedad.

Creo que la potencia de un afecto o de un vínculo ha de valorarse a través de un tiempo más relajado. ¿Te imaginas qué horror si la otra persona pusiese en tela de juicio su amor cada minuto que, examinando el estado de su cuerpo, no lo reconociese como enamorado? Valorar desde lo productivo nuestra capacidad de ser constantes en un afecto seguramente genera una ansiedad de autoexigencia que nos distancia mucho más de la posibilidad de sentir.

Valorar desde lo productivo nuestra capacidad de ser constantes en un afecto seguramente genera una ansiedad de autoexigencia que nos distancia mucho más de la posibilidad de sentir

Puede ser agotador, sí, nos revolvemos y dudamos cuando nuestras sensaciones cambian. Pero la vida, que se hace en la adaptación al cambio, en una infinita paciencia de adaptación que no pierde las ganas, también se constituye a través de repeticiones, similitudes, reminiscencias. En los tiempos largos, más allá de la prisa y las evaluaciones exprés, las intensas y las inestables mostramos nuestra coherencia: esa adhesión inevitable a ciertas cosas que amamos, que son a través de los años motivo de nuestra ilusión, alegría, anhelo.

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