PREGUNTA A SARA TORRES

“Mi pareja utiliza con sus ex el mismo lenguaje del amor que conmigo. Lo hemos hablado, pero los celos no se van”

'Scene at a Café' (1926).

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Nunca antes había sentido celos. Desde hace tres años estoy con una persona que mantiene un estrecho vínculo con todas sus ex, con las que utiliza el mismo lenguaje del amor que conmigo. Afortunadamente lo hemos hablado bien, pero los celos no se van

María lectora de elDiario.es

En su libro Eros dulce y amargo, Anne Carson describe los celos como un estado que aúna el interés apasionado y el miedo. Rastreando el origen del término, lo define así:

“La palabra «celo» viene del griego zelos, que significa «recelo» o «interés ferviente». Es un movimiento espiritual ardiente y corrosivo que surge del temor y se alimenta del resentimiento. El amante celoso teme que su amado prefiera a otra persona y se molesta por cualquier relación entre el amado y otro. Es una emoción que se preocupa por el emplazamiento y el desplazamiento: el amante celoso codicia un lugar particular en el afecto del amado y se llena de ansiedad por si otra persona lo llegase a ocupar”.

Sentimos celos porque somos capaces de imaginar a la otra persona como un ser cuya vida tiene deseo y sentido más allá de nosotras. La afirmación de esta realidad es positiva, pero pasa a convertirse en una experiencia muy desagradable cuando al reconocimiento de la libertad de la otra acompaña un miedo sordo a perder el lugar y el sentido de la vida propia. El estado psíquico y anímico del cuerpo celoso está marcado por la percepción ansiosa de un peligro que amenaza con cambiar nuestro lugar y nuestro valor. Con especial atención leemos la realidad de los vínculos como ambigua, abierta y después significamos la incertidumbre y el cambio como vías hacia futuros catastróficos.

Celosas, a menudo nos sentimos irracionales, poseídas por intuiciones sobre lxs otros que se materializarán o no. El pensamiento se acelera y descontrola y las hipótesis sobre el deseo de la persona amada se multiplican ocupando gran cantidad de espacio mental y energía. Los celos dificultan mucho la calma y la empatía, porque el cuerpo celoso está en estado de alarma, trata de salvar una narrativa del amor, la suya, y en su ansiedad obsesiva termina por perder la capacidad de construir su propia libertad. Los celos secuestran en una repetición ansiosa el deseo de quien los siente y mutilan el de la persona hacia quien se dirigen. Celosas, como agentes represivos, nos convertimos en enemigas de aquello que amamos, y que consciente o inconscientemente construirá dentro de sí un dique para protegerse de nuestro deseo de control. A veces, en nombre del amor que sentimos, realizamos un daño: el de la reducción de la potencia de la persona amada. Controlando su acceso a espacios del afuera le robamos posibilidad de goce; intentamos alejarla de todos los escenarios donde podría amar o gozar al margen de nosotras.

Los celos complican en gran medida la interacción, y entre las amantes más conscientes son motivo de vergüenza. Preferiríamos ser otra, mostrarnos invulnerables hacia aquello que nos hace desconfiar. Es agotador sentir ese estado de hiperatención que lo ocupa todo. Tras una larga temporada de celos, es común que surja una tendencia destructiva: el cuerpo celoso desea que todo termine para así reestablecer su calma, por ello, con violencia busca acabar con la causa de los celos o con el vínculo mismo.

Los celos dificultan mucho la calma y la empatía, porque el cuerpo celoso está en estado de alarma, trata de salvar una narrativa del amor, la suya, y en su ansiedad obsesiva termina por perder la capacidad de construir su propia libertad

No somos culpables, la cultura amorosa heredada genera infinitos contextos donde la libertad de los otros nos hace sentirnos víctimas. La cultura monógama prescribe que el tipo de amor que damos a la pareja es diferente y exclusivo y que su rango de emociones y apego no ha de parecerse al que se genera con ningún otro vínculo. Este punto de partida, en una lógica de consumo donde la monogamia se practica de forma serial y las personas son animadas constantemente a la búsqueda, la aspiración, el crecimiento y la mejora (upgrade), hace que nos sintamos intercambiables y en peligro. Además, si nuestras redes de alegría, cuidado y supervivencia se organizan centralizando la relación de pareja, perder nuestro lugar en ésta implica directamente sentir que nuestra subsistencia está en peligro.

Anne Carson, citando a Baxandall, nos cuenta que el siglo XV se popularizó en Italia un baile llamado 'bassa danza':

“Estos bailes eran semidramáticos y evidenciaban la naturaleza de sus relaciones psicológicas: en la danza llamada Celos, tres hombres y tres mujeres cambian de pareja y cada hombre pasa por un estadio de quedarse de pie solo, apartado de los otros. Los celos son una danza en la que todo el mundo se mueve, ya que es la «inestabilidad» de la situación emocional la que hace presa de la mente del que ama”.

Cuando sufrimos de celos nos percibimos a la intemperie, sin comunidad deseada, somos el cuerpo solo que mira mientras imagina que los otros bailan. Cuando observamos desde fuera a nuestra pareja bailar con otras, asistimos al escándalo de contemplar cuán parecido es un baile que creíamos único. Con la otra sus gestos se parecen a los nuestros; aquí una sonrisa de los ojos, allá una contracción de la boca. Algunos pasos se revelan casi idénticos o incluso mirando desde fuera parecieran más delicados, más bellos.

Los lenguajes del amor son únicos para cada vínculo, porque es imposible repetir la complejidad de dos mundos en relación, pero ello no significa que esa diferencia esté construida a partir de una lógica de exclusividad tipo “las palabras que utilizo contigo, nunca las pronunciaré fuera de esta intimidad”. Algunos nombres y apelativos se utilizarán de forma exclusiva, pero otra multitud de fórmulas antes o después llegará a compartirse. Los lenguajes del amor entre dos se componen de un montón de palabras y gestos comunes, que también se activan para relacionarnos con las otras personas queridas, sean estas amigas, amantes, familia, animales, infantes. El uso más o menos abundante de expresiones explícitas y gestos relativos al campo amoroso varía mucho dependiendo del carácter: habrá para quienes decir “te amo” solo sea natural en la intimidad de las amantes, mientras otras lo pronunciaremos con ternura mirando a la pareja, a la amiga y al gorrioncito joven que se acercó a nuestra mesa y casi tocó nuestra mano para recoger unas migas.

Creo que, cuando ya sobran conversaciones y explicaciones, lo único que relaja los celos es fortalecer el mundo propio e intentar dejar de poner toda nuestra atención en el mundo de la pareja

Mantener el lenguaje amoroso con personas que han sido nuestras parejas y que una vez transformada la relación han permanecido junto a nosotras a través de los años es una opción de vida, a mi parecer, muy bella. Por otro lado, esta opción ciertamente atenta contra la narrativa del amor romántico, que prescribe que cuando amamos a nuestra pareja reservamos para ella (y después para la descendencia) todo el eros, el tacto y la ternura. Con esto quiero decir que, aunque un comportamiento así puede celebrarse en términos generales, en el contexto pasional puede resultarnos muy poco deseable. No es raro colapsar cuando escuchamos a nuestra pareja utilizar con otras personas lenguajes de amor que nuestra cultura romántica prescribe como exclusivos. Tenemos la sensación de que, al utilizar esos lenguajes con otras, pierden su valor y nuestro lugar entra en riesgo.

Creo que, cuando ya sobran conversaciones y explicaciones, lo único que relaja los celos es fortalecer el mundo propio e intentar dejar de poner toda nuestra atención en el mundo de la pareja. Repartir nuestra curiosidad, ser generosas con nuestra energía, ampliando el tejido de relaciones que nos sostiene. Los celos a veces son angustia por falta de horizonte, acosan al cuerpo cuando durante demasiado tiempo ha olvidado que su vida existe más allá del espacio, el sentido y el futuro construido entre dos.

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