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OPINIÓN | 'A paladas', por Antón Losada

El tipo de bacteria que nos habita depende de con quién nos relacionamos

Abrazo

Cristian Vázquez

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Muchos de los microorganismos que se alojan dentro del cuerpo humano pasan de unas personas a otras en gran medida por medio de la interacción social: conversar, tocarse, incluso simplemente convivir y respirar el mismo aire. Así lo ha revelado un estudio publicado en enero en la revista especializada Nature.

¿Por qué se trata de un hecho relevante? Pues porque muchos de esos microorganismos están asociados con un mayor riesgo de sufrir problemas cardiovasculares, cáncer, diabetes y otras enfermedades consideradas no transmisibles, responsables -según la Organización Mundial de la Salud (OMS)- de tres de cada cuatro muertes a nivel global.

De ese modo, si se comprueba que ese traspaso de bacterias y otros microorganismos entre seres humanos es lo bastante significativo como para que alguien adquiera una propensión a padecer alguna de esas patologías, este hallazgo cambiaría de forma notoria el modo en que se han estudiado tales problemas hasta ahora.

En 2020 el investigador canadiense Brett Finlay había publicado en la revista Science un artículo en el cual, desde el propio título, se preguntaba: “¿Son transmisibles las enfermedades no transmisibles?”.

Y proponía la hipótesis de que muchas de estas últimas, en realidad, sí se pueden transmitir a través del microbioma: es decir, del conjunto de los microorganismos, sus genes y sus metabolitos (las moléculas producidas por los propios microorganismos).

El estudio publicado ahora -liderado por expertos de la Universidad de Trento, en Italia, y del que participaron científicas españolas- asegura que sus resultados “refuerzan la hipótesis de que varias enfermedades y condiciones que actualmente se consideran no transmisibles deben reevaluarse”.

Microorganismos compartidos en la vida cotidiana

Los más de cuarenta autores del trabajo analizaron 9.715 muestras de heces y saliva de participantes de una veintena de países en los cinco continentes. Los datos confirmaron, por un lado, la “considerable y estable” transmisión del microbioma intestinal de madre a hijo.

Durante el primer año de vida, el bebé comparte con su madre el 50% de la composición de su microbioma intestinal. Aunque luego la cifra se va reduciendo (hacia la edad de tres años, la coincidencia es del 34%), las bacterias del microbioma materno se detectan aún en adultos mayores.

Por otra parte, el estudio revela que existe “un intercambio sustancial de cepas bacterianas entre personas que cohabitan”. Las tasas medias de cepas compartidas fueron del 12% en el caso de microorganismos en los intestinos y del 32% en la cavidad bucal.

Esas cifras se deben a que el microbioma oral se transmite con mayor facilidad, sobre todo a través de la saliva. Ese traspaso es sobre todo horizontal (entre parejas, amigos, personas que cohabitan e incluso; que han tenido alguna interacción superficial y ocasional) y no tanto vertical (de mujeres u hombres a sus hijos).

Además, la duración del tiempo de convivencia resultó más determinante para la cantidad de microorganismos compartidos que otras variables, como la edad de las personas o los factores genéticos.

En el caso de las parejas, las cifras fueron todavía más elevadas: ambas personas comparten un 13% del microbioma intestinal y hasta un 38% del microbioma oral. Otro dato interesante es que los hermanos gemelos, quienes de niños comparten un 30% de los microorganismos, siguen teniendo hasta un 10% en común después de treinta años de vivir separados.

El trabajo subraya que “los individuos no emparentados en diferentes poblaciones, o incluso en diferentes aldeas de la misma población, casi no comparten cepas”. Estos resultados, por lo tanto, “destacan un efecto no despreciable de las interacciones sociales en la configuración del microbioma”.

El rol del microbioma en la salud

“En la edad adulta, las fuentes de nuestros microbiomas son principalmente las personas con las que estamos en contacto cercano”, ha explicado Nicola Sigata, director de la investigación, de la que participaron 18 instituciones de todo el mundo, incluido el Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos de nuestro país.

La española Mireia Vallès-Colomer, coautora del trabajo, añade que “ciertas bacterias, especialmente aquellas que sobreviven mejor fuera de nuestros cuerpos, se transmiten con mucha más frecuencia que otras. Algunos de estos son microbios de los que sabemos muy poco, ni siquiera tienen nombre”.

Dado ese desconocimiento, las investigaciones futuras apuntarán en esa dirección, para tratar de conocer más acerca del microbioma humano, el inmenso conjunto de bacterias que viven en nuestro cuerpo y que es fundamental para el correcto desempeño del sistema inmunológico.

Pero no solo por eso. Como se ha mencionado, numerosos estudios de los últimos años han hallado asociaciones entre la composición del microbioma y un mayor riesgo a padecer ciertas enfermedades.

Hace pocas semanas, de hecho, un estudio de la Universidad de Alabama en Birmingham, Estados Unidos, concluyó que el microbioma intestinal desempeña un lugar central en el desarrollo del Parkinson, pues está implicado con esta enfermedad a través de “múltiples mecanismos”.

Los investigadores descubrieron que en 490 personas con Parkinson, más del 30% de los organismos que componían su microbioma estaban asociados con la enfermedad, algo que no sucedía en el caso de las personas sanas del grupo de control.

Cáncer y esclerosis múltiple, ¿asociados con el microbioma?

Otra investigación, publicada en octubre del año pasado, señalaba al microbioma intestinal como un posible factor causante del cáncer colorrectal. En concreto, los científicos -también de Estados Unidos- detectaron que unas bacterias intestinales producen unas pequeñas moléculas que dañan el ADN del organismo en que se alojan. Otro caso conocido es la relación entre Helicobacter pylori, que también se transmite por la saliva, y cáncer de estómago.

Por su parte, en agosto del año pasado, científicos de Estados Unidos, Alemania y Argentina publicaron una revisión de estudios que ponía el foco en el papel que el microbioma intestinal desempeña en la aparición de la esclerosis múltiple. “La modulación del microbioma podría ser terapéuticamente beneficiosa”, apuntaban. 

De acuerdo con estos especialistas, “las estrategias para manipular la composición de la microbiota intestinal podrían usarse para influir en la disfunción inmune relacionada con la enfermedad”.

Así, siempre según los autores del trabajo, se podría “formar la base de una nueva clase de terapias”, las cuales podrían incluir -añadían en su texto- el uso de probióticos, la suplementación con metabolitos bacterianos y la intervención dietética.

Puntualizaban, no obstante, que son necesarios estudios meticulosos y “con grandes cohortes humanas” para comprender por completo los cambios en el microbioma involucrados en la esclerosis múltiple y para desarrollar las mencionadas estrategias terapéuticas.

El estudio publicado en enero por Nature, enfocado en el papel de las relaciones sociales sobre el microbioma humano, forma parte de estas búsquedas. Y puede ser clave en el futuro para la prevención de enfermedades que hasta ahora la ciencia ha considerado, quizás erróneamente, no transmisibles.

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