JAVIER ELZO – El PERÍODICO 26-4-2004
Catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto
Según el Informe de la OMS sobre la salud en Europa del año 2002 el número anual de muertes atribuidas al tabaco sería de 1.200.000 personas. En los adolescentes entre los 15 y 18 años el 30% fumarían e incluso “una ligera tendencia al alza se está observando y ningún país ha dado signos de descenso en los últimos años”. En España sucede lo mismo. Según los últimos datos del Plan Nacional sobre Drogas, el 34,5% de españoles de más de 15 años fumaban diariamente el año 1995. El 2001 la cifra era del 35,1, siguiendo la ascendente tendencia europea. Los adolescentes de 15 a 18 años fumaban diariamente 9,7 cigarrillos en 1995. Esta cifra es de 10,1 en el 2001. Aumento también. Podría inundar estas líneas de números. Tengo series temporales desde el año 1981 hasta el año 2002, aunque limitadas a escolares de enseñanzas medias de San Sebastián que vienen decir lo mismo: a pesar de todas las campañas el consumo de tabaco en adolescentes no ha descendido sino que se mantiene estable e incluso, últimamente está aumentando.
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ENTRE LAS medidas que se propugnan y que con más o menos fortuna y decisión se han llevado a cabo está la lucha contra la publicidad y el patrocinio (pero las grandes marcas saben hacerla indirecta), la guerra al trafico ilícito de determinadas marcas, el etiquetaje agresivo en las propias cajetillas, la prohibición de fumar en cada vez más sitios, etcétera. Además de aumentar el precio del tabaco y aquí quiero llegar hoy. Hay dos preguntas ante esta medida concreta, que ciertamente es difícil aislar de una política global. Primero, si la medida es eficaz; y, segundo, si la medida es discriminatoria hacia los que menos recursos tienen.
Respecto a si es eficaz aumentar el precio del tabaco para conseguir que disminuya su consumo, aunque hay opiniones divergentes en la literatura científica, yo me inclino por la negativa. Algunos sostienen, por ejemplo con fuentes del Banco Mundial en Washington que, en países similares al nuestro, si se incrementa la fiscalidad del tabaco en un 10% se consigue un descenso de la demanda en un 4%. Sin embargo, sabemos que en España, entre 1992 y el 2001, el precio del tabaco ha crecido un 105,4% mientras que el IPC lo ha hecho en un 33,4%, y no ha descendido su consumo. Para Europa, valga esta cita textual del Informe 2002 de la OMS: “El aumento del precio real de tabaco, cuando se ha dado, no juega el papel que se esperaba”. “Aumento real” quiere decir teniendo en cuenta el aumento del IPC y de la coyuntura económica. “Cuando se ha dado” quiere decir que no siempre se ha dado ni en proporciones importantes. Así, en España, todavía el tabaco es más barato que en la media europea.
Además, ¿discrimina el aumento del precio del tabaco del tabaco a los que menos recursos tienen? La respuesta obviamente es positiva. Toda medida generalista que aumente el coste de un producto o de un servicio discrimina siempre al menos pudiente. La duda es si la consecuencia negativa de la medida, la discriminación, se compensa con las consecuencia positivas, el descenso del consumo de tabaco en este caso. Ya sabemos que no. Entonces la discriminación resulta particularmente sangrante.
PERDONEN LAS cifras, pero el duro dato vale más que mil reflexiones. Acabo de terminar la redacción de un estudio sobre la sociedad vitoriana y su relación con las drogas. Preguntados los vitorianos exfumadores por los motivos para dejar de fumar, el 50% señalan que sabían que era malo; el 20%, que no les aportaba nada; el 18%, que les aconsejó el médico, y así varia razones más. Solamente el 5% señala que porque es caro, pero --dato importante-- lo indica el 11% de los de clase social baja o media-baja. Porque para ellos es más caro que para los demás.
De nuevo en el Informe de la OMS del 2002 leemos que “en todos los países de los que hay datos, los parados fuman más que los activos. En Francia --continúa--, la prevalencia del tabaquismo en los hombres sin trabajo es del 52%, contra el 38% entre los trabajadores”. Luego la presión fiscal incide directamente en los que menos tienen. Si sabemos la dudosa eficacia de la medida, ganas no me faltan de terminar diciendo que todo es cuestión de educación, autoestima y... puestos de trabajo.